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En economía se utilizan conceptos raros que muchas veces no dicen nada a quienes los escuchan. En este espacio tratamos, hasta donde es posible, poner al alcance de nuestros lectores los conocimientos de mayor difusión de la economía. Intentaremos hacerlo también en esta ocasión.
El concepto estanflación fue acuñado en 1965 por el ministro de finanzas británico Ian MacLeod, quien combinó dos palabras: estancamiento o recesión e inflación. Es decir, cuando estas dos condiciones se presentan juntas se da el fenómeno de la estanflación.
Pero ¿qué es la recesión y qué es la inflación? La primera define un estado de la economía en el que se observa una disminución del Producto Interno Bruto (PIB) durante dos trimestres consecutivos. Es decir, hay una reducción en la producción de bienes y servicios en un semestre. Si esto sucede estamos ante una “recesión técnica”, ya que no crece la producción de bienes y servicios y, por el contrario, disminuye.
La inflación hace referencia a un alza generalizada en los precios de los productos esenciales para el consumo de la sociedad. El Banco de México (Banxico) elabora un Índice Nacional de Precios al Consumidor (INPC), en el que se registran los precios de los productos básicos como verduras, legumbres, chiles envasados, confiterías (chocolates, dulces, etc.) y artículos para el hogar (textiles, papel desechable, etc.), que en total suman 299. El índice de precios de estos bienes se define con base en un valor ponderado al 100 por ciento en determinado periodo y si, por ejemplo, sus precios suben al 105 por ciento, ello evidencia que hay un incremento generalizado del cinco por ciento; es decir, una inflación del cinco por ciento.
¿Qué ha sucedido recientemente en la economía mexicana? Lejos de haber un incremento en la producción y una disminución en los precios, lo que nos encontramos es precisamente lo contrario: que no hay crecimiento económico y que los precios crecen. Estamos, pues, ante una estanflación: una recesión con inflación. Hay economistas que matizan estos conceptos y les ponen “candados” para negar que estamos mal y, mediante el uso de eufemismos, quieren hacernos creer que las cosas marchan bien. Por ejemplo, Jonathan Heath, subgobernador del Banxico, afirmó, en su cuenta de Twitter, que “si hay dos trimestres negativos al hilo en el PIB, aumenta la posibilidad de que existe (sic) una recesión, pero no es lo suficiente por sí. Una recesión tiene que cumplir con tres requisitos: profundidad, duración y difusión. Por lo pronto, cumplimos solo con duración. Falta ver”[1].
Sin embargo, las estadísticas proporcionadas por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) revelan que, en efecto, en el tercer trimestre de 2021 el PIB decreció el 0.43 por ciento y que, en el cuarto trimestre, descendió el 0.08 por ciento; esto confirma que hubo dos trimestres consecutivos a la baja y que, por tanto, hay recesión. Pero Heath dice que no con el argumento de que falta profundidad y difusión, a pesar de que, desde el primer trimestre de 2019, la economía nacional lleva siete trimestres con baja; de que, en el segundo trimestre de 2020 –el año del confinamiento sanitario por la pandemia–, el PIB cayó el 17.78 por ciento y que aunque en cinco trimestres hubo crecimiento, como ocurrió en el tercer trimestre de 2020, cuando el PIB se incrementó el 13.77 por ciento, pero cuatro por ciento menos que el decrecimiento. Si hacemos las sumas y restas del decrecimiento y el crecimiento, el resultado final es negativo porque en ese periodo la economía disminuyó el 1.07 por ciento. Es decir, la recesión sí ha tenido profundidad y difusión, como lo evidencia el cierre de 1.6 millones de empresas que no resistieron la pandemia y que el Gobierno Federal “dejó morir” al no proporcionarles ninguna ayuda.
En lo tocante al problema de la inflación, no hay un solo mexicano que no resienta hoy en sus bolsillos el alza de precios de los productos básicos. ¿Qué puede decir un ama de casa del precio de la tortilla, que al principio del gobierno morenista costaba 12.86 pesos el kilogramo y en enero de 2022 andaba en 18 pesos, es decir 5.14 pesos más caro (cuatro por ciento de incremento)? ¿Qué puede decir un padre de familia que en el inicio de este gobierno pagaba el litro de gasolina menos cara en 18.32 pesos y ahora tiene que pagarlo en 21.37 pesos, es decir tres pesos más, con un incremento del 16.37 por ciento? ¿Qué pueden decir las personas que se dedican a vender tacos en una esquina, quienes en enero de 2022 compraron a 65 pesos el kilo de limón y ahora deben adquirirlo a 120 pesos? Con el alza en el precio de las gasolinas se produce una reacción en cadena en la economía; pues la inmensa mayoría de los productos se mueven en vehículos que las consumen. Datos del Inegi revelan lo siguiente: la tasa anual de la inflación en 2021 fue del 7.36 por ciento, muy elevada aún si la comparamos con la que había en diciembre de 2018, que era poco menor al cinco por ciento.
Estamos, pues, en estanflación. No hay duda. Si alguien quiere minimizar la realidad “poniéndole candados” a los conceptos, que me disculpe, porque eso significa que no siente lo que las familias mexicanas de escasos recursos sufren. Con este gobierno, la población con ingresos inferiores a la línea de pobreza por ingresos pasó del 49.9 por ciento en 2018, al 52.8 por ciento en 2020, según el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval). La población con ingresos inferiores a la línea de pobreza extrema por ingresos pasó del 14 por ciento en 2018 al 17.2 por ciento en 2020. En los mismos años, la pobreza extrema pasó del siete al 8.5 por ciento. La población en pobreza alimentaria pasó del 38.5 al 45.5 por ciento; es decir, a 56 millones de mexicanos no les alcanza su sueldo para comer. Se ha hecho mucho ruido en torno al incremento del 10 por ciento al salario mínimo; pero no se menciona que el costo de la comida se incrementó en un 17.23 por ciento que anula por completo el aumento salarial[2].
La estanflación es resultado de las malas políticas del gobierno morenista, que además de no reaccionar con la debida atingencia al impacto económico de la pandemia, ha decidido utilizar los recursos financieros del Estado en las caprichosas obras de Palacio Nacional; que no ha sabido detectar que el mayor problema del país es el modelo económico vigente y que para cambiarlo se requiere una fuerza social poderosa, capaz y consciente de esa necesidad. Esa fuerza social es el pueblo educado y organizado, y el instrumento social nació hace más de cuatro décadas: el Movimiento Antorchista Nacional. Mexicanos, unámonos y luchemos por un modelo económico que procure empleos, salarios bien remunerados, una política fiscal que garantice que los que tienen más, paguen más impuestos; y que el gasto social se redistribuya de tal suerte que se destine a obras de infraestructura básica como redes de agua potable, drenaje y energía eléctrica; pavimentos, escuelas y hospitales para que la vida de los mexicanos sea más sana y mejor.
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Escrito por Brasil Acosta Peña
Doctor en Economía por El Colegio de México, con estancia en investigación en la Universidad de Princeton. Fue catedrático en el CIDE.