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Los hijos de la calle
La película del estadounidense Barry Levinson, bien podría llevarnos a pensar si es posible regenerar a los individuos que han sido víctimas de abusos e injusticias desde la infancia.
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La semana pasada, amigo lector, al abordar la crítica del filme Imperdonable, planteé el asunto –muy debatido desde hace siglos– de si es posible reinsertar socialmente a las personas que han delinquido y que han tenido el infortunio de pasar una parte o el resto de su vida dentro de una cárcel ¿Acaso es posible que los individuos que han sufrido una formación –dentro de la sociedad capitalista– que los ha llevado a tener conductas antisociales o criminales puedan reconvertirse social y moralmente en beneficio de la colectividad humana? Para algunos pensadores, el comportamiento de los hombres está determinado biológicamente, los genes determinarán la conducta de los hombres; este determinismo biológico, llevado a su extrema expresión, ha servido para apuntalar las teorías de la superioridad racial de los supremacistas blancos.

Desde la época de los ilustrados franceses del Siglo XVIII –sobre todo con las ideas del filosofo suizo Juan Jacobo Rousseau–, la conducta moral no es producto de la herencia y de factores biológicos; la conducta de los seres humanos tiene que ver con el contexto socioeconómico en que se desarrollan.

Hoy la visión científica, materialista-dialéctica sostiene que, en efecto, a los seres humanos los “moldea” el medio social, económico y político en el que se desarrollan. Si la sociedad promueve valores individualistas, si esa sociedad no es capaz de brindar educación científica, si no es capaz de dar cultura y ofrece a cambio el envilecimiento, además de la sobreexplotación y la enajenación del trabajo; si en ella se promueven los vicios y el embrutecimiento mental y psicológico, el resultado no puede ser otro: millones de humanos son canalizados a conductas criminales y degradantes.

En la cinta Los hijos de la calle (1996) del realizador estadounidense Barry Levinson, se aborda la historia de cuatro adolescentes neoyorquinos que son enviados a un centro de “readaptación” para menores de edad. En ese centro, un grupo de celadores –encabezados por Sean Nokes (Kevin Bacon)-, les propinan severas golpizas y abusan sexualmente de ellos. Los jóvenes fueron a dar al Reformatorio Wilkinson por haber provocado serias lesiones a un usuario del Metro de Nueva York.

Pasados unos años, tras salir del Reformatorio, dos de los integrantes de esa palomilla son ahora jefes de un grupo delincuencial al que se atribuyen asesinatos, mientras que los otros dos han encaminado su vida por un comportamiento pacífico y ajeno a la delincuencia; uno de ellos, Michael (Brad Pitt) es abogado. Cuando el abogado se entera de que sus dos amigos son delincuentes y han matado a Nokes –al encontrarlo casualmente– decide participar como fiscal en el juicio. Pero su cometido no es hundir a sus antiguos amigos, sino utilizar el juicio para dar a conocer los crímenes cometidos en contra de ellos y otros muchachos en el reformatorio.

Y, obviamente creo, amigo lector, esta historia nos lleva a la reflexión de si es posible regenerar a los individuos que son producto de una sociedad podrida que solo les ha brindado abusos e injusticias desde la infancia. A propósito de este planteamiento, ¿en el México real, en donde las cárceles no son las más eficaces?, ¿pueden los encarcelados “reformarse”?, ¿acaso no son las cárceles mexicanas las universidades siniestras del crimen?, ¿no existe en ellas un grado de descomposición tan profundo que la realidad supera por mucho a la ficción en nuestro orden social?


Escrito por Cousteau

COLUMNISTA


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