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Encuentro Nacional de Teatro: contra la elitización
No podemos exagerar cuando decimos que el florecimiento de las Bellas Artes, en la actualidad, puede ocurrir al margen del Estado y, desde luego, del mercado capitalista.
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El capitalismo tiene una hostilidad natural al desarrollo y promoción masiva de las Bellas Artes; bajo la lógica de la máxima ganancia, la práctica artística en masa no resulta una empresa atractiva para la burguesía; y cuando se lo propone, se ve en la penosa obligación de modificar varios aspectos esenciales de las obras para que sean rentables. De este modo, la producción de las Bellas Artes es más bien excluyente: se reduce a un círculo social muy hermético.

La responsabilidad de masificarlas, se dice, recae en el Estado; sin embargo, la política neoliberal desvanece el papel de éste como procurador del bienestar social, para convertirlo en protector de los grandes monopolios y contener los estallidos sociales con la amortiguación del asistencialismo o la franca represión. Una fuerza social auténticamente revolucionaria (que no transformadora) en el poder se valdría de fortalecer los alcances del Estado en materia educativa y cultural, para que las clases trabajadoras adquieran herramientas intelectuales que les permitan generar una postura política sólida, un punto de vista que los cohesione como una fuerza política permanente de lucha y que los defienda de los abusos y vejaciones que implican vivir en una sociedad monstruosamente injusta. Pero si en vez de eso, los “progresistas” charlatanes deprecian la masificación de la educación y la cultura, castigándolas presupuestalmente, arrojarán a las masas, de este modo, a los brazos de las empresas del entretenimiento y el palurdo espectáculo. Quizás esto no sea un “error” de cálculo político, sino una manifestación del plan verdadero: mantener a los sectores sociales bajos aletargados y con una visión política rudimentaria para su mejor manejo y aprovechamiento en pos de los intereses de los que gobiernan en favor de los más adinerados.

Como se ve, no podemos exagerar cuando decimos que el florecimiento de las Bellas Artes, en la actualidad, puede ocurrir al margen del Estado y, desde luego, del mercado capitalista. Así lo ha demostrado, con destacados resultados, el trabajo cultural y artístico del Movimiento Antorchista Nacional durante más de cinco décadas; y el Encuentro Nacional de Teatro es una muestra contundente, aunque no única.

Los propósitos no se restringen simplemente a la práctica artística por sí misma; aunque es innegable que los verdaderos amantes del arte disfrutan plácidamente de puestas en escena consagradas como obras clásicas y universales, y que en muy pocas partes pueden deleitarse gratuitamente. Nuestro propósito es también político: el destinatario final son las familias de los trabajadores; porque los actores, directores, etc. son de origen eminentemente proletario y campesino. Pero no nos apegamos solamente a lo que el teatro proletario de la República de Weimar se proponía en la época de la posguerra: un teatro eminentemente propagandístico, donde las obras busquen tener un lenguaje y una estructura clara y sin ambigüedad para el público obrero. Seguramente tendremos una cartelera con dramaturgos de esta combativa tradición, pero no serán los únicos. Como quedó dicho, el teatro considerado clásico, con todo lo complejo que conlleva ponerlas en marcha (vestuarios, diálogos, producción, maquillaje, tramoya, etc.), tendrá un sitio predominante. Porque la esencia de toda obra clásica pasa inexorablemente por todas las aristas de la condición humana y esto es vital si se busca consolidar entre los trabajadores una férrea conciencia política. Esto significa, en primer lugar, ampliar las miras para los que participan directamente en la compañía teatral. Ninguna interpretación exitosa prescinde de la interiorización del propósito creativo del dramaturgo en cuestión; tampoco sin la elevación intelectual de los actores y directores. Por decir, la memorización –ejercicio que demanda mucha actividad cerebral, de coordinación y concentración– es apenas el primer paso de muchos que deben emprenderse. El teatro por eso es considerado un arte mayor.

Hijos de campesinos, carpinteros, mecánicos, costureros, etc., que en su casa nunca escucharon mencionar la palabra teatro, hoy interpretan –porque las comprenden– las cuestiones existenciales que plantean Sartre o Eurípides, por ejemplo, en sus obras; se involucran tanto, que ellos mismos buscan pagar su traslado y todos los gastos para financiar su obra, porque muy pocas dependencias públicas apoyan sus esfuerzos artísticos. Todo para llegar al Encuentro Nacional del Teatro organizado por los antorchistas de San Luis Potosí en majestuosos foros como el Teatro La Paz; no se presentan por premios jugosos, ni por el afán de embadurnarse de la frívola farándula; lo hacen por el mero placer de hacer teatro para un público de mayoría proletaria; algo que nunca podrá igualar ningún partido o fuerza política que parasita por la ignorancia de sus bases; aquí la ganancia no solamente es para los pobres que se educan artísticamente, sino también el Teatro, porque su fortalecimiento, como queda registrado en la Historia, ocurre cuando asimila las inquietudes y aspiraciones del pueblo empobrecido.


Escrito por Marco Antonio Aquiáhuatl

Columnista


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