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La inseguridad y la violencia son los problemas más sentidos por la población mexicana. Se ha vuelto normal que en las noticias aparezca algo sobre secuestros, asesinatos, desaparecidos, ataques armados, cuerpos desmembrados, narcomensajes, casas baleadas… el espectro de la inseguridad y violencia en México es tan amplio que podríamos hablar de una situación de guerra. Hasta ahora no ha habido gobierno que sepa cómo tratar el problema. Se ha experimentado desde un alto despliegue de soldados, marinos, o guardias nacionales hasta una política de “abrazos no balazos” y ninguna ha erradicado la violencia e inseguridad del país. El último gobierno disolvió una policía federal que asumió como corrupta y la sustituyó por una Guardia Nacional de 130 mil efectivos; además dijo enfocarse en atender los problemas sociales que favorecen el reclutamiento por parte de los cárteles y aun así cada año los asesinatos alcanzaron su máximo histórico.
Aunque la violencia es un comportamiento que acompaña a la humanidad desde sus inicios, es verdad que desde el Siglo XX, y particularmente desde la dispersión del neoliberalismo en el mundo, ésta ha alcanzado la normalización y niveles de insensibilización ante noticias sobre eventos violentos. Si bien la violencia es algo que se presenta en todo el mundo, ésta se desarrolla con especial ahínco en los países pobres. Es en los países periféricos donde la violencia alcanza sus manifestaciones más evidentes y brutales.
El capitalismo neoliberal implicó una reducción de las tareas del Estado; ya no se hace cargo de los problemas sociales que aquejan a la población: salud, natalidad, higiene, así como también la delincuencia y la política penal; deja todo esto en manos del mercado, sin considerar que la libertad de los procesos económicos puede producir distorsiones sociales. Poner al mercado en la cabeza de la gestión de la sociedad crea dobles estándares de acción que permiten la precarización laboral mundial, que alientan el surgimiento de violencias ejecutadas por personas que buscan el cumplimiento de una de las metas más importantes del neoliberalismo: hacerse de una legitimidad económica y al mismo tiempo social.
De este modo la globalización, que tiene sus premisas fundamentales en el neoliberalismo, pone en evidencia el estallido del Estado, quien en el contexto contemporáneo juega un papel ambivalente. Por un lado, desarrolla una política global y de convivencia; por otro, despliega una política interestatal y agudiza sistemas de vigilancia. Con esta proliferación de controles internos se abre un mercado destinado a la violencia: tráfico de drogas, personas, contratación de sicarios, seguridad privada gestionada por las mismas mafias. De suerte que, en México, por ejemplo, el narco ha llegado a ser el quinto empleador, con entre 160 y 185 mil personas cuyo ingreso depende de la realización de la violencia.
La intensificación de las diversas formas de violencia en el neoliberalismo también representa un campo fértil para la acumulación, generando mercados altamente rentables como el de la seguridad y las economías informales e ilegales. Esto implica un desarrollo y una complejidad aún mayor, pues la violencia ya no se limita sólo a cuidar el mantenimiento del sistema, sino que su misma realización implica una forma de valorización del capital. La violencia se abre como un campo de acumulación con la dominación de unas personas por otras.
En los países pobres, el neoliberalismo existente es una forma de violencia donde la vida económica, sociopolítica y simbólica cultural están marcadas por la participación del Estado y los grupos de narcotraficantes o del crimen organizado, que convierten la vida de las personas, su cuidado y regulación en objetivos del mercado. El neoliberalismo afirma la violencia como el protagonista de todo el espectro social, marcando la realización de la desigualdad económica, política y cultural.
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Escrito por Samira Margarita Sánchez
Columnista