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A dos años de la Operación Militar Especial rusa, Ucrania representa a un barco que zozobra mientras la guerra híbrida de Occidente contra Rusia reporta saldos negativos tanto en el terreno militar como en el político.
Durante una entrevista que Vladimir Putin concedió a Tucker Carlson, el presidente de la Federación Rusa reiteró que si el gobierno de Estados Unidos (EE. UU.) suspendiera las armas a Kiev, la guerra terminaría; pero como le prohibió a Volodymyr Zelensky negociar la paz, tal actitud ha evidenciado que el objetivo de Occidente consiste en extender el conflicto a la región Asia-Pacífico.
La Operación Militar Especial fue anunciada por Putin el jueves 24 de febrero de 2022 para desnazificar, desmilitarizar y terminar con el genocidio que el gobierno de Ucrania ejecutaba en la región de Donbás. Nadie en el mundo, salvo la directiva rusa, pensaba que esa tarea se prolongaría y revelaría la debilidad de Occidente.
Dos inviernos después, el orden geopolítico regional y mundial ha cambiado drásticamente. En 2023 continuaron las sanciones financieras, comerciales y culturales contra el Kremlin, mientras el orbe sufría la escalada de precios del trigo, maíz, fertilizantes, crudo, gas natural, así como la falta de metales provenientes de Rusia y Ucrania.
En un contundente desmentido a los vaticinios catastróficos de los “tanques de pensamiento” (think tanks) de Occidente, Moscú ha superado las sanciones, mantiene su gran capacidad de resistencia y cuenta con el tácito apoyo internacional de muchas naciones del mundo.
Basta ver el honroso recibimiento que los Emiratos Árabes Unidos le brindaron al presidente Putin en diciembre pasado y el otorgamiento de la presidencia en el grupo BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) a la Federación Rusa para 2024.
En el campo de batalla, y a pesar de los múltiples frentes que la tríada EE. UU., la Unión Europea (UE) y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) ha abierto contra Rusia, las tropas exsoviéticas ya están en Zaporiyia, Kherson, Mykolaiv, Odessa y avanzan en Bajmut, según el Instituto para el Estudio de la Guerra (IEG) y el Ministerio de Defensa de Ucrania.
En cambio, este país, que en 1991 era la cuarta economía europea y tenía 52 millones de habitantes, hoy es el país más pobre del continente, es dependiente y gran parte de su patrimonio económico se halla en ruinas.
Después del Maidán hubo un éxodo masivo debido a la devaluación de su moneda y al alza de la deuda, apunta Maxim Goldarb.
En el inicio del tercer año de la guerra proxy de la OTAN contra Rusia, cunde el desaliento entre los ucranianos. Kiev escenifica una intensa lucha de poder, crecen los escándalos de corrupción de Zelensky y su familia y se agudiza la crisis económica regional.
No hay control político. La Casa Blanca anunció el relevo del general ucraniano Valery Zaluzhnyi, acusado de cometer un fiasco de la contraofensiva y pactar “por su cuenta” con socios extranjeros.
Y mientras el gobierno afirmaba que había reducido la flota rusa a la mitad y premiaba a oficiales de inteligencia que destruyeron la corbeta rusa Ivanovets, el Ministro de Asuntos Exteriores, Dimitro Kuleba, admitía que la falta de arsenal impedía la destrucción del puente de Kerch, que une a Crimea con Krasnodar. Zelensky clama ahora por ayuda a Occidente, consciente de que el 31 de marzo debe convocar a elecciones porque este año termina su gestión de cinco años.
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La Operación Militar Especial de 2022 reveló que la OTAN anhela avanzar hacia Rusia, contrario a la promesa mostrada a Putin de que no avanzaría “ni una pulgada” hacia el este. El actual presidente de EE. UU., Joseph Biden olvidó lo que, como senador por Delaware, había advertido: “Si la OTAN se expande al este, inclinará la balanza hacia una respuesta hostil de Rusia”.
Para borrar su humillación por la fallida contraofensiva de Ucrania, esta alianza, ya adherida Finlandia, el pasado el 29 de enero inició el más grande ejercicio de simulación militar desde el fin de la Guerra Fría, al que denominó Steadfast Defender 24 (defensor resuelto).
Este ejercicio demostró que la UE no tiene la capacidad militar para defenderse sin el apoyo estadounidense. Además, evidenció que no hay consensos al interior: el Ministro de Defensa de Alemania, Boris Pistorius, negó fondos de ayuda a Ucrania; y el Primer Ministro de Hungría, Víktor Orbán, aseveró: “La posición dominante de Occidente se acabó”. Por todo esto Europa es la perdedora total, aprecia Carlos Tundidor.
Todo indica que entre más se tarde Kiev en negociar, tendrá mayor dificultad para salir adelante. El experto del Centro de Estudios de Eurasia (CEEA), Mauricio Estévez, explicó a buzos que antes del inicio de la Operación Militar Especial, el gobierno ruso había establecido mecanismos que daban una solución negociada al conflicto en el este de Ucrania, como era el caso de los acuerdos de Minsk 1 y 2.
Pero, además, cuando el gobierno ruso lanzó la Operación Militar Especial, definió claramente sus objetivos; entre ellos la “desnazificación” y desmilitarización de Ucrania, como la no incorporación de Ucrania a la OTAN y mantenerse como país neutral.
Sin embargo, cuando el gobierno ucraniano acogió la prohibición de Occidente a negociar, estableció que la única salida del conflicto era bélica. En ese momento, Ucrania tenía todo el respaldo de Occidente; pero ahora, Kiev ya no cuenta con él y se encuentra en una posición más débil para negociar ante Rusia.
En cambio, la posición rusa se ha fortalecido, tanto en el campo de batalla como en los beneficios que se avizoran frente al proceso de negociación. Con respecto a ésta, se observan tres escenarios: que el gobierno ucraniano sea depuesto y se abra la negociación. Esto puede ocurrir si este gobierno suspende apoyo de Occidente, porque su población se subleve o porque se combinen ambos factores.
Otro escenario es que Ucrania sea derrotada en el campo de batalla; lo que implicaría un gran revés para la OTAN. Y, por último, que Rusia sea derrotada en el campo de batalla. El escenario más factible es el primero, concluye el doctor Estévez, de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).
Neonazismo: el aguijón
Cuando el presidente Vladimir Putin explicó a su nación los objetivos de la Operación Militar Especial, reveló que el nazismo se había mantenido oculto por mucho tiempo, pero que últimamente había recobrado influencia con el apoyo de Occidente.
El régimen del Maidán, articulado al antojo hegemónico de EE. UU. y la OTAN contra Rusia, amenazó a la población rusa del Donbás con separarlos por “recibir órdenes de Moscú” contra Ucrania.
Las élites ucranianas, de filiación nazi, actuaban con furor xenófobo antirruso y proanglosajón inculcado desde finales de los años 90 por las organizaciones no gubernamentales (ONG) estadounidenses, como la National Endowment for Democracy (NED), Transparencia Internacional, la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo (USAID) y la alemana Konrad Adenauer.
Esta paranoia alentó la formación de grupos paramilitares. En marzo de 2014, supremacistas de Mariúpol, ciudad ubicada en el mar de Azov, fundaron la Brigada de Asalto –o Batallón Azov–. Con lemas y emblemas neonazis, reivindicaron que Ucrania debe “eliminar a los judíos y otras razas inferiores”.
Kiev y Occidente indujeron a casi tres mil paramilitares de Azov, cuyo mando quedó a cargo de Andriy Bieltsky, un personaje acusado de robo y asalto sin proceso. Pero cuando su propio subcomandante, Yaroslav Honchar, denunció abusos y saqueos por la brigada en junio de ese año, fue destituido.
Con la anuencia de Petró Poroshenko y EE. UU. prosperaron las milicias y grupos de choque en el Batallón Donbás; Pravy Sektor (el más numeroso); Aydar (del gobernador de Odessa, Maxim Marchenko); Dnipro I, la División Misantrópica, el Batallón Batkivshchyna, el Cuerpo Nacional y la Unidad Tornado.
En 2018, los desmanes de estas milicias provocaron que el congreso estadounidense exigiera ayuda a Ucrania, pero que no debía usarse “para armar, entrenar o asistir al Batallón Azov”, informó Gabriel Sánchez Sorondo y Allan Ripp sostuvo: “es un problema real en Ucrania y poco se hace para evitar su dispersión”.
La crisis interna de Ucrania ofreció la oportunidad a los neonazis, los supremacistas y los xenófobos estadounidenses de reafirmar su militancia; miles mostraron su simpatía a sus correligionarios ucranianos en redes sociales con dinero, logística, propaganda y mercenarios. Este interés, sin embargo, se ha diluido, revela el Boletín de Inteligencia sobre Extremismo, del Departamento de Seguridad Interior (DHS).
La mayoría de los neonazis reniegan del conflicto y añoran los fondos que recibían del gobierno. También les pesó el bochorno que les causó Kent McLellan (Boneface), cuyos éxitos en el Batallón Azov resultaron burdos montajes, como revelaron Vice y un juicio “intranazi”. Pero el DHS aún oculta información sobre los extremistas que han viajado a Ucrania, denuncia Ben Makush.
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Escrito por Nydia Egremy .
Internacionalista mexicana y periodista especializada en investigaciones sobre seguridad nacional, inteligencia y conflictos armados.