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Revolución mediática, herencia del Covid-19
Para recuperar la vocación social del periodismo en tiempos de crisis, se requiere una revolución mediática que devele la opacidad política y corporativa.
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Ante la propagación de la pandemia, la “gran prensa” mundial fracasó en su misión de informar con veracidad, investigar y contextualizar. Medios corporativos y vocerías de gobiernos rehuyeron su misión de comunicar la esencia de una crisis que rebasó el ámbito sanitario y desquició el socioeconómico. Convertidas en el peor lugar para informarse por el sesgo de sus discursos, esas corporaciones alentaron el encono político y la división social; hubo autocomplacencia y faltó autocrítica. Para recuperar la vocación social del periodismo en tiempos de crisis, se requiere una revolución mediática que devele la opacidad política y corporativa. Ése es el reto mediático en países como México que, salvo excepciones, confirmaron su estrecha visión geopolítica.

La crisis sistémica que detonó la pandemia del coronavirus (Covid-19) y la falta de información veraz ilustran la lucha frontal que libran las corporaciones mediáticas y la prensa alternativa. Todo anticipa que en la era posCovid-19, el orden informativo vigente se transformará radicalmente y esa puja mediática, pública y global, se dirimirá cuando se haga el balance de qué lado estuvo la verdad y en cuál la distorsión.

Cuando occidente se percató del enorme peligro que significaba la propagación del nuevo coronavirus, los medios corporativos temblaron, saturaron sus espacios con imágenes de estantes vacíos en supermercados, enfermos fuera de hospitales saturados, cuerpos abandonados sobre las calles en China, estadísticas no confirmadas de contagios y reiterativas descripciones del presunto origen de la pandemia.

La intención, no informativa sino ideológico-política, fue mostrar que esa tragedia sucedía lejos y que el llamado mundo desarrollado daría un combate efectivo y triunfante contra la pandemia. Con visión clasista e investigaciones ajenas a la ética, los medios hegemónicos se ensañaron en el relato apocalíptico con los rasgos más devastadores del fenómeno.

No se debe excluir a los medios alternativos y a los periodistas profesionales que realizaron una cobertura crucial con reportajes significativos sobre el terreno en países donde la enfermedad devastaba. En contraste, la prensa hegemónica de Estados Unidos (EE. UU.) incidió en los errores de su liderazgo político y no solo difundían lo conocido, sino que ocultaban que no sabían más, refiere el periodista científico Zeynep Tufecki.

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La incertidumbre aumentó a la velocidad con que se expandió el virus en el planeta. Hoy se confirma que, más allá de tasas y gráficas de contagio, la prensa debió publicar que los expertos consultados no estaban seguros “pero intentaban encontrar la verdad”, sugiere Tufecki.

Táctica de guerra

Además de omitir las causas (origen el virus, desde cuándo y cómo) con fuentes propias, esos medios usaron tres estrategias: respaldar el intencional ocultamiento de los gobiernos sobre el alcance de la crisis; polemizar con obvio matiz político y tergiversar hechos por motivación ideológico-política.

Fue así que corporaciones mediáticas como The New York Times, CNN, The Washington Post, Il Corriere de la Sera, El País, Fox, O Globo, ESPAÑA, The Independent, Der Spiegel y The Economist, entre miles más, se transformaron en voceros de las élites empresariales y políticas cuando olvidaron ofrecer la verdad a quienes más la necesitaban para salvar sus vidas.

Esa cobertura “informativa” que occidente usó como táctica de guerra para crear falsas percepciones, alentó la ansiedad y la incertidumbre. Con recursos de guerra psicológica, noticieros, documentales, entrevistas y programas especiales proyectaron imágenes de países diferentes donde se producía la noticia para crear “Estados canallas”.

Además, esos mensajes –difundidos reiterada y masivamente– azuzaron el temor a una amenaza invisible e instigaron la desconfianza social. Contaminaron las emociones y el juicio de millones de personas con textos e imágenes distorsionadas para evitar la elevación de conciencia en el pueblo.

Se intentó promover el pánico colectivo, explica el académico de la Universidad de Washington y experto en virología, Carl T. Bergstrom, quien atribuye a conservadores estadounidenses la autoría de esa cruel estrategia. El hacker de Silicon Valley, Aaron Ginn, influyó en páginas de revistas y medios en línea al manipular estudios de la Johns Hopkins para mostrar que la “histeria por el virus se sobredimensionó”, asevera el analista Zoe Schiffer.

Fallos en medios de EE. UU.

Se constató que entre enero y febrero, la mayoría de medios no investigó ni mostró un dominio real sobre el tema de la pandemia; por eso sus enfoques fueron equívocos y la información incompleta. Aquí algunos fallos:

• Los Centros de Control y Prevención de Enfermedades no advirtieron al país que debía detenerse la reunión de personas. En marzo, cuando la pandemia asolaba Europa, medios de EE. UU. no buscaron a los expertos.

• En enero, al encenderse las alarmas por la emergencia en China, la prensa de EE. UU. emitió información que más tarde confirmó ser errónea o inadecuada, señala el analista Peter.

• Medios corporativos amplificaron la lenta y confusa reacción del gobierno de Donald Trump ante la rápida dispersión del virus.

• La mayoría se concentró en ridiculizar a Trump cuando describió al Covid-19 como “menos peligroso que una gripe”. Esta reacción duró varios días.

• Incapaces de trascender de la sorna a la advertencia, esos medios alentaron la tragedia de 100 intoxicados con Lysol, tras escuchar a Trump recomendar “una inyección de desinfectante e introducir luz solar” en pacientes de Covid-19.

• Periodistas, incluidos los de medios alternativos, secundaron exhortos de políticos y funcionarios de que era “exagerado” usar mascarillas.

Fuente: Reporteros sin fronteras.

La manipulación mediática causó un daño mayor: la negación. Se sabe que al enfrentar grandes amenazas, personas y líderes políticos reaccionan, en principio, de forma exagerada. Pero al leer y escuchar que todo pasará o que está bajo control, la mayoría confía: “A mí no me pasará”, explicó el experto conductista Ido Erev, de la Asociación Europea para Toma de Decisiones.

No se logró detener la desinformación, que surgía a la misma velocidad que los contagios en el mundo, denunció en febrero el director de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedros Adhanom Ghebreysus. Y sentenció: “No solo luchamos contra una epidemia. También combatimos la infodemia”.

Todos comparten información falsa con intención o no, reveló el Pew Research Center. En su pasada encuesta, el 23 por ciento de estadounidenses admitió que lo hizo cuando se confirmó la falsedad de artículos y reportajes, y solo el 30 por ciento de la población reconoció que no eran ciertas. “Cuando vemos algo, primero queremos creerlo”, explicaron investigadores de la Universidad Stanford.

Para aumentar la incertidumbre, se sucedieron dos acontecimientos aparentemente no relacionados: en uno, la CNN inició su cíclica campaña de especulación al difundir que la inteligencia de su país reportó “grave de salud” al dirigente de Norcorea, Kim Jong-un. Otras versiones incluso lo dieron por muerto tras una cirugía cardiaca, hasta que el 26 de abril llegó el desmentido con un mensaje de Jong a los trabajadores de Samjiyon.

El otro fue el editorial apócrifo del 25 de marzo en The Washington Post: O muere el capitalismo salvaje o muere la civilización humana. El atractivo título atrajo la atención en el delicado contexto tras la declaración de la pandemia; minutos después de publicarse se reprodujo por millares en todo el mundo y colmó las redes sociales.

Pero no era real. Así lo constató la Red de Verificación de Noticias Internacionales tras su exhaustiva búsqueda por vocablos. Es decir, el Post nunca publicó el texto que supuestamente un tal Desmond Brown tradujo al castellano. Para Yoshiko Iwai, de la revista Scientific American, en esta crisis se ha difundido comunicación innecesaria que no ha sido socialmente útil.

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Esto sucede porque la mayoría de ciudadanos no sabe lo suficiente sobre ciencia, economía política y tecnología. En países como México, apenas existe un puñado de periodistas científicos para ayudar a entender a cabalidad la dimensión de un fenómeno de naturaleza biomédica como el Covid-19.

Ante este vacío aumentó el engaño. En Italia hubo, cada día de marzo, un promedio de 46 mil nuevos post en Twitter con datos falsos o engañosos de la crisis, contabilizó la Fundación Bruno Kessler.

Sin justificación periodística, la BBC usó como fondo una imagen de Turquía para describir los daños de la pandemia en Italia; era el 12 de marzo y ese país apenas tenía un caso registrado contra los 124 mil que había en el mundo, refirió el analista Yeni Safak.

Un día después, ese canal usó otra imagen de Turquía para ilustrar que el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau y su esposa, dieron positivo al Covid-19. Tan “desconcertante” elección editorial exhibe la falta ética del medio.

The New York Times y CNN también ilustraron, con fotos de mezquitas, su reporte del veto gubernamental a visitantes en prisiones de California y otros estados. Por ello, espectadores y lectores libraron un persistente combate contra esa manipulación y descargaron su inconformidad en redes sociales con frases como “CNN perdió credibilidad con esa noticia” y “CNN claramente prueba que es periodismo no confiable”.

Para evitar esos abusos, el Instituto Smithsonian pidió ayuda a comunicólogos, quienes lanzaron estos mensajes en distintos portales: “Sepa que no está solo ante la desinformación. Si no está seguro de una línea o palabra, no la comparta”.

Impunidad y rectificación

El reto es calcular los límites del periodismo ético en una emergencia sin precedente, como la ocurrida. Il Corriere de la Sera en Italia, primer país donde los reporteros cubrieron la propagación, excedió esos límites, según el analista Daniel Turi. El ocho de marzo, un día antes de declarar la cuarentena en Lombardía, ese medio publicó un decreto del gobierno ordenando a 16 millones de personas que permanecieran en sus casas.

“La filtración generó histeria”, aseguró Mattia Ferraresi, del conservador Il Foglio. Por esa acción, más de 41 mil personas se desplazaron por todo el país cuando era crucial respetar la orden de no desplazarse para evitar la dispersión del virus, criticó Il Fatto Quotidiano.

En su portal, la periodista Kay Ginn escribió el texto: “Ya se aplana la curva” y, en 48 horas, ya tenía 270 mil visitas. Aunque insistió en que no pretendió tomar una posición política, los dirigentes la vieron con complacencia. Dos días después recibió un mensaje de la organización Confianza y Seguridad en Medios (MTS, en inglés) que le advertía: “Por el alto riesgo de daño potencial a la salud pública, nuestro equipo concluyó que su artículo contiene declaraciones o consejos sobre salud que, de seguirse, tendrían efectos en detrimento de la salud de personas o salud pública”. Sorprendida, Kay revisó su trabajo y asumió que fue ingenua al confiar en datos que creyó veraces.

Un legado de la pandemia será irremediablemente la revolución mediática. El periodismo con distintas características a las del actual orden informativo libra hoy una intensa lucha de poder contra los medios que se conciben como instrumentos del sistema imperial y no como transmisores de conocimiento.

Para promotores del cambio, como Dan Schiller, es vital que el periodismo asuma la visión geopolítica, adopte la metodología de investigación, analice los hechos con perspectiva teórico-bibliográfica e identifique a los actores clave que le aporten el conocimiento fundamental para enfrentar retos informativos cruciales como el de la pandemia del Covid-19.

Cerco informativo

En pleno pico de la pandemia, medios de EE. UU. silenciaron el ilegal obstáculo para que arribara a Cuba el avión con suministros médicos que habilitó el fundador de Alibaba, Jack Ma. Con medidas extraterritoriales, Washington impidió la entrega de mascarillas, pruebas de diagnóstico y ventiladores.

Además, ocultaron que su gobierno bloqueó ayuda suiza de urgencia a la isla y silenciaron la ayuda médica de la brigada cubana en el Bronx, Nueva York. En cambio, apoyaron la campaña de denostación a esa ayuda humanitaria de la isla en 45 países.

Tampoco mereció su atención la protesta masiva de enfermeras en el Centro Médico Jacobi, en El Bronx, Nueva York, que exigieron respeto y denunciaron falta de equipo de protección.

Para la prensa corporativa, cubrir la pandemia resultó más redituable que la rebelión de los hambrientos y de los excluídos, que tiene una inequívoca dimensión política, señaló el doctor en ciencia política, Robinson Salazar. Por esa razón, no difundieron la protestas en Colombia, de los “trapos rojos” que se cuelgan en casas humildes y significan “tenemos hambre” en un “lacónico llamado a la solidaridad por la falta de respuesta del neoliberal Iván Duque”.

La prensa hegemónica no se interesó en que la emergencia obligara al presidente argentino Alberto Fernández a proponer a sus acreedores internacionales la reestructuración de una deuda contratada por gobiernos neoliberales por casi 70 mil millones de dólares.

En los apuros económicos por la cuarentena, silenciaron la denuncia de habitantes en Tucumán, Argentina, por el desenfrenado aumento de precios en alimentos y bienes básicos aplicado por los propietarios de supermercados.


Escrito por Nydia Egremy

Internacionalista mexicana y periodista especializada en investigaciones sobre seguridad nacional, inteligencia y conflictos armados.


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