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La lucha de las mujeres contra la injusticia
La izquierda mexicana, cómplice del gobierno de la 4T, ha abandonado la lucha de las mujeres, donde destacaron figuras legendarias como Rosa Luxemburgo, Clara Zetkin, o Eleanor Aveling, la hija menor de Marx.
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En carta a Kugelman, Marx decía: “La mujer se ha convertido en parte activa de nuestra producción social. Alguien que sepa algo de historia sabe que son imposibles las transformaciones sociales importantes sin la agitación entre las mujeres”; en otra parte dejó dicho: “el progreso social puede ser medido por la posición social del sexo femenino”. En México, desde hace siglos, la situación social y económica de las mujeres es lacerante. De 18 países latinoamericanos, junto con las mujeres chilenas, las mexicanas tienen el mayor porcentaje de actividades no remuneradas (Observatorio de Igualdad de Género, CEPAL). El Financiero, siete de marzo consigna: “En México por cada 100 pesos que gana un hombre, las mujeres perciben 73 pesos, esto representa que el promedio de la brecha salarial es de 27 por ciento (…) la brecha más pronunciada en términos de disparidad de salarios entre hombres y mujeres entre los países de la OCDE (…) dado que las empresas no dan los programas de flexibilidad adecuados que atiendan las necesidades de las mujeres, éstas se inclinan hacia el mercado informal o buscan empleos con contratos de medio tiempo, por honorarios, el autoempleo o emprender, lo cual castiga sus ingresos significativamente…” (Management Consulting PwC México). En cuanto a remuneración, 29 por ciento de las mujeres empleadas percibe cinco o más salarios mínimos mensuales, contra 71 por ciento de los hombres (El Economista, 28 de septiembre de 2021).

Sobre seguridad, El País, 31 de diciembre de 2021, en artículo de Almudena Barragán, registra: “El gobierno de López Obrador llega a la mitad de su mandato con la asignatura pendiente de acabar con la violencia feminicida. De enero a noviembre de 2021 en México fueron asesinadas 3,462 mujeres, un promedio de 10 al día (…) 2,540 fueron víctimas de homicidio doloso, mientras que 922 sufrieron feminicidio por razón de su género, según datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad (…) entre enero de 2019 y noviembre de 2021, el feminicidio aumentó 4.11%. Agosto fue el mes en el que se cometieron más asesinatos (…) las cifras más altas de ambos delitos desde que se tiene registro (…) en los primeros 11 meses del año 57,194 mujeres fueron víctimas de lesiones dolosas (…) mientras que las violaciones sexuales crecieron respecto al mismo periodo del año pasado un 27.9%. En total 19,484 mexicanas fueron víctimas de este delito (…) En cuanto a la incidencia de violencia familiar, la Secretaría de Protección Ciudadana registró un aumento interanual de 15.5%”.

Para agravar las cosas, el gobierno de la 4T suprimió las ayudas a madres trabajadoras: en guarderías infantiles, a mujeres víctimas de violencia, medicinas a niños con cáncer, el Seguro Popular. Eliminó el programa Prospera, valioso para madres de familia, que recibían directamente mil 600 pesos bimestrales por cada niño en primaria y secundaria, y dos mil 500 para los de preparatoria. La izquierda mexicana, cómplice de la 4T, ha abandonado la lucha de las mujeres, donde destacaron figuras legendarias como Rosa Luxemburgo, Clara Zetkin, o Eleanor Aveling, la hija menor de Marx. Luchas aquellas donde brilló, por mérito propio, con sacrificio y determinación sin par, Jenny de Westfalia, la esposa de Marx; en fin, como Krupskaya, en su propia trinchera, haciendo la revolución junto con Lenin.

La opresión de la mujer se explica por razones más allá de lo puramente sicológico o ideológico, como el machismo, que influyen, ciertamente, pero subordinadas a factores estructurales determinantes: concretamente, la supeditación económica de las mujeres. Esta situación nace, como explica Engels en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, con la propiedad privada, y su necesidad de una forma de familia (diferente a las preexistentes), regida por el hombre acumulador de riqueza, y su interés de transmitir la herencia a sus vástagos; para ello surgen la familia patriarcal y la familia típica actual, con su rígida subyugación de la mujer.

Mas no siempre fue así. En la comunidad primitiva predominó el matriarcado, sociedad organizada de acuerdo con lazos matrilineales, vínculo seguro de parentesco. No había clases sociales ni intereses de fortuna que salvaguardar, y las mujeres gozaban de profundo respeto y dirigían a los pueblos, como se deja ver en las mitologías cosmogónicas, con diosas primordiales, como Tiamat en Babilonia, o Gea en Grecia. Pero todo esto cambió con el advenimiento del esclavismo, la sociedad dividida en clases; La Orestíada, de Esquilo, habría simbolizado el fin del matriarcado y el inicio del patriarcado opresor y la misoginia. La tradición medieval atribuye a las mujeres todos los males sociales. La caza de brujas se inscribe en esta tradición.

Así, el sometimiento de la mujer responde a factores materiales, de milenarias raíces históricas, a saber: la estructura económica, con sus leyes e ideología derivadas. El machismo no es un fenómeno natural, inmanente al hombre (en el matriarcado existía un profundo respeto a las mujeres): surgió históricamente, determinado por circunstancias de las que es manifestación superficial, fenoménica, y dejará de existir cuando éstas desaparezcan. En última instancia el conflicto no es de género, sino de clases, de índole estructural, y su solución será, consecuentemente, estructural, un cambio de régimen. No es el hombre en general el enemigo de la mujer, sino el hombre del capital; los sectores sociales oprimidos como ella, si bien en forma diferente, deben y pueden ser aliados suyos, dirigiendo sus luchas conjuntas hacia un objetivo común: acabar con la injusticia que afecta a todos. Para evitar que sobrevenga la colisión fundamental definitiva entre las clases sociales principales, los poderosos buscan fraccionar la lucha de los afectados y enfrentarlos entre sí: separa, de un lado, la lucha de las mujeres; por otro los indígenas; allá los estudiantes, acullá los campesinos; los obreros por otro lado; o el conflicto entre razas. Incapaces de construir una unidad política orgánica, abarcadora, que les dé unidad de acción frente al enemigo común, son fácilmente derrotados.

La historia, maestra de la humanidad, testimonia la grandeza de la lucha unida de las mujeres al lado de los hombres, sumando fuerzas en reclamo de justicia para todos, patria para todos, bienestar para todos. Así ocurrió de antiguo, por ejemplo, cuando Boadicea, encabezando a los celtas, enfrentó a las legiones romanas que invadían Britania; o cuando Lady Godiva reclamaba reducción de impuestos para todos los habitantes; aquí, Gertrudis Bocanegra, la heroína de Pátzcuaro, doña Josefa Ortiz de Domínguez o Leona Vicario, en la lucha contra el gobierno virreinal, al lado de los hombres, de los hombres revolucionarios; o como las heroicas adelitas en la Revolución mexicana, que lucharon a brazo partido, no contra sus compañeros, sino junto a ellos, para derrocar al régimen caduco e injusto. 

La solución es, pues, unir a todos los afectados, sin distingo de género, raza, edad, religión u ocupación; hacer converger en una misma dirección todas las fuerzas por un cambio en beneficio de todos. Fortalecidas por esa unidad, las mujeres deben, en lo inmediato, exigir salarios dignos, no discriminación, castigo a agresores y feminicidas; acceso a la educación para ellas y sus hijos a todos los niveles, a la salud y la vivienda; asimismo, rechazo a usos y costumbres bárbaros que las denigran. Pero sus reivindicaciones no pueden limitarse a acciones inmediatas y parciales. Es necesario que luchen, junto con sus hijos, esposos, hermanos, vecinos, por cambiar el orden social que las oprime. 


Escrito por Abel Pérez Zamorano

Doctor en Economía por la London School of Economics. Profesor-investigador de la Universidad Autónoma Chapingo.


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