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El Presidente es pésimo para hablar en público. Y esto no es peccata minuta si tomamos en cuenta que es político de carrera, que toda su vida se ha dedicado a esto y que tiene una carrera universitaria que terminó a "gritos y sombrerazos". La política es, por definición, debate en tanto que es disputa del poder. Es también pluralidad de ideas (posturas), cualidad indispensable en toda democracia. Las cámaras legislativas fundan su razón de ser en este aspecto. Y si partimos de que todo político representa una corriente o un sector social, es necesario que al menos sepa hablar con diáfana elocuencia para el bien de sus representados. Pero esto no ocurre en muchos casos.
El deplorable nivel de la oratoria del tabasqueño no es una excepción, es ciertamente singular, pero no por raro, sino por pésimo. La clase política contemporánea carece de oratoria porque el debate se extinguió. En principio, porque la pugna en política se desvaneció en la medida en que al ir completando su hegemonía en el poder la burguesía desplazó paulatinamente el debate e hizo a su conveniencia a aquélla. Por ejemplo, los ardientes debates de los políticos burgueses liberales del siglo XIX –admirados por Andrés Manuel López Obrador (AMLO)– cultivaron esta cualidad porque en aquel entonces no eran plenamente dueños de las instituciones del Estado y peleaban por poseerlas.
Hoy, dueños ya del Estado, someten a la clase política a un espectro de discusión limitado que no va más allá de las fronteras de los intereses de la burguesía. Por ello, este campo es lánguido para el debate. Las voces que pugnan por mejorar las condiciones de vida de los desposeídos están casi siempre fuera de los recintos legislativos. Al no haber debate, el arte de la oratoria no se cultiva con profundidad. Recordemos los debates entre los candidatos de la Presidencia del año pasado: únicamente acusaciones y ofensas mutuas.
AMLO es, pues, una muestra de la inopia argumentativa de esta clase en el poder. Basta oír su discurso unos segundos para advertir que su expresión oral es deficiente, no solo por la carencia de recursos técnicos como orador (fuerza, inflexión de voz, exordios, etc.) sino también, y sobre todo, porque la complejidad de sus ideas lo llevan a divagar. No están equivocados quienes piensan que sus intervenciones en público son monótonas hasta el hartazgo. El tono, las palabras, las referencias, poco cambian; no busca explicar, pretende agradar.
En los procesos electorales levantó simpatías porque su discurso denunció la realidad lamentablemente que dejó el PRI y toda la clase política, pero no se ocupó en profundizar sus denuncias. Se fue sobre la superficie porque ni él ni Morena tienen como propósito esencial educar políticamente a las masas; esto es, hacer participar a los grandes sectores empobrecidos en la palestra política. Una labor con este objetivo es titánica, desde luego, y un partido electorero común y corriente como Morena no tiene metas tan altas, pues sus fines son inmediatos: ganar elecciones para obtener puestos públicos y nada más.
El eje central del discurso electoral de AMLO fue, pues, la denuncia. Acusar, condenar, criticar, denunciar; a veces acertadamente y otras, las más, de manera difusa y con abierta tergiversación o grosera imprecisión. Ésta no es una simple percepción individual. Un equipo especializado en análisis de contenido de Fact Checking dio como resultado que de varias frases de AMLO tomadas al azar solo el 43.5 por ciento eran verdaderas.
Es decir, es un político que miente y confronta, aunque no lo hace frente a Donald Trump, ante quien es toda mansedumbre y servilismo diplomático. Sus razonamientos son incorrectos y su recurso más frecuente son las falacias ad hominem, a fin de invalidar argumentos de críticos u opositores mediante el uso de la descalificación personal e incluso las ofensas. Es plenamente cierto que actúa con rabia contra quienes se oponen a sus ideas, ora con ironías parsimoniosas, ora con vehemencia.
Estos rasgos develan su falso humanismo. Si el 55 por ciento de sus frases son erróneas, sus acusaciones tienen también la misma orientación. No es el liberal tolerante que dice ser y cuando crispa el ambiente político con sus calumnias y descalificaciones, fomenta la violencia y la persecución.
Desde la tribuna presidencial –con todo el poder mediático que ésta tiene– intenta enlodar al Movimiento Antorchista Nacional; lo acusa y condena con aires de ridículo patriotismo, pero nunca presenta pruebas. Caricaturiza al antorchismo como una cúpula de líderes corruptos y olvida alevosamente que Antorcha es una organización de más de dos millones de mexicanos pobres a quienes daña moralmente con sus ataques. Y él lo tiene claro. Aunque nunca lo reconocerá, Antorcha ha transformado municipios enteros, colonias y pueblos, que han expulsado el atraso para convertirse en modelos de desarrollo social. Miles de escuelas formadas en zonas marginadas son hoy auténticos centros de desarrollo educativo. Y el inmenso trabajo cultural y deportivo que todo el año realiza el antorchismo nacional no puede ser ignorado por la inteligencia de un Estado moderno como el mexicano.
El discurso de López Obrador es malo en su componente técnico y también en el moral ¿Todos estamos obligados a hacernos buenos con los dictados de la Cartilla moral, menos el Presidente que miente y calumnia? ¿Ser mentiroso es de buen cristiano, señor Presidente?
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corrupción
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Escrito por Marco Antonio Aquiáhuatl
Columnista