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Luchino Visconti fue el realizador de la corriente neorrealista italiana que más orientó a abordar en sus cintas los problemas sociales y quien más se acercó a la versión marxista de la realidad entre los tres grandes directores de esta importante escuela, integrada también por Vittorio de Sica y Roberto Rossellini. En 1948 filmó La tierra tiembla en la que muestra los problemas vitales de los pescadores del sur de Italia. En este filme aparecen ya las características que definen el neorrealismo italiano; por ejemplo, los actores no son profesionales, buena parte de la narrativa prescinde de diálogos, pues la cámara capta los sentimientos de los personajes manifiestos en sus gestos y ademanes y, algo que da gran fuerza a la cinta, como a la mayoría de las obras neorrealistas: son las masas su personaje central. Es decir, es un cine “coral” en el que los campesinos, los obreros, los pescadores, etc., son poéticamente captados por las cámaras de esta cinematografía reveladora, en la que se percibe la gran influencia del realismo soviético, en cuya lente el pueblo no es una masa amorfa e incapaz de protagonizar los grandes cambios sociales de la historia. Con su sello personal, Visconti abordó también la historia de Italia. En El gatopardo (1963), por ejemplo, expone la decadencia de la antigua aristocracia italiana que va cediendo su lugar en el poder a la burguesía ascendente. Este filme está basado en la novela homónima de Giuseppe Tomasi de Lampedusa y en él Visconti, quien tuvo origen aristocrático, hizo suyo el dictamen de condena al viejo régimen moribundo.
En 1976, poco antes de morir, Luchino Visconti filmó su última cinta, El Inocente, basada en la novela homónima del escritor italiano Gabrielle D´anunzzio. Parece paradójico que un cineasta cercano al marxismo, como Visconti, realizara una obra escrita por un literato considerado precursor del fascismo (Hitler y Mussolini lo admiraban), que a su vez fue admirador del autor que inspiró al fascismo alemán: Federico Nietzsche. Pero en realidad en El Inocente, con su gran maestría cinematográfica, Visconti cuenta una historia en la que crítica cruelmente y sin concesiones a las clases parásitas de Italia en el ámbito de las contradicciones de una sociedad dividida en clases sociales, cada una con sus características propias. Con base en este objetivo, el cineasta neorrealista presenta personajes que, dadas sus condiciones socioeconómicas, se ofrecen como muy pulcros e incluso muy agradables y atractivos, pero que en el terreno moral están llenos de podredumbre y sordidez. Y he ahí la genialidad de Visconti, quien nos narra la vida del dandy Tullio Hermil (Gian Carlo Giannini), quien está casado con Giulianna (Laura Antonelli) y tiene una amante por la que se distancia de ésta. Cuando se reconcilia con ella, Giulianna, quien ha tenido relaciones adúlteras con un escritor de apellido D’arborio, se halla embarazada. Pese a esta situación, Tullio acepta seguir con su esposa, pero cuando nace el hijo de D’arborio ambos lo rechazan. Tullio asesina al bebé dejándolo cerca de una ventana en la que se cuela el frio invernal. Aparenta ser una muerte natural, pero Giulianna sabe que Tullio es el asesino. Ella lo maldice y le confiesa que jamás dejó de amar a D’arborio y al hijo de ambos. D’anunzzio, sin proponérselo tal vez, plasma un retrato nítido de la moral de las clases opresoras y el gran genio de Visconti supo traducirlo al cine de forma magistral.
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Escrito por Cousteau
COLUMNISTA