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Un trágico detalle perdido en las nieblas de la historia, es el destino que tuvieron los cadáveres de la mayoría de los 19 insurgentes que fueron dejados en Chihuahua después de su fusilamiento por el gobierno colonial. Es, por cierto, un detalle que no se registra en los textos de historia…
Todos saben en México que las cabezas de los principales jefes de la revolución de Independencia que fueron ejecutados en esta ciudad en 1811, fueron llevadas para su exhibición en la Alhóndiga de Granaditas, en la ciudad de Guanajuato. La historia oficial registra en este punto los nombres de Hidalgo, Aldama, Allende y Jiménez, pero todos se olvidan de los otros luchadores, quienes fueron aprehendidos igualmente en Acatita de Baján, Coahuila, y traídos también a Chihuahua para ser ajusticiados.
Una vez que fue descabezada la rebelión con la emboscada de Acatita de Baján, y que fueron aprehendidos los principales cabecillas, el gobierno colonial decidió hacer un escarmiento y presentar un castigo ejemplar para lograr que la población desistiera de la lucha por la independencia. Así, todos aquellos que desempeñaron un papel protagónico y tuvieron la mala suerte de ser aprehendidos junto con don Miguel Hidalgo, fueron sin falta pasados por las armas.
Según el cronista de la capital chihuahuense, Rubén Beltrán Acosta, “la historia sólo ha destacado las figuras de los cuatro principales insurgentes, pero se ha olvidado de que en Chihuahua fueron inhumados 23 de los personajes que fueron motores de la lucha libertaria, entre quienes se incluyen las de Mariano Hidalgo, Ignacio Camargo, Francisco Lanzagorta, José María Chico y Onofre Portugal”.
En Chihuahua se sabe que los insurgentes olvidados permanecen bajo tierra en un lugar de esta capital, perdidos por completo para la historia. Sus cuerpos yacen en algún sitio cercano a la esquina que actualmente hacen la antigua Alameda de Santa Rita (hoy Paseo Bolívar) y la avenida Independencia, bajo cientos de kilogramos, toneladas tal vez, de tierra, cemento y asfalto.
El desaparecido panteón de San Felipe
Pero, ¿cuál es el lugar aproximado donde fueron enterrados estos patriotas? La referencia más cercana es el Jardín Abraham González y la Quinta Touché, en la actual esquina de Independencia y Paseo Bolívar. El terreno donde se encuentra construida la Quinta Touché perteneció a lo que fue el primer cementerio de la ciudad, el Panteón de San Felipe, y aquí estuvieron los cuerpos de los fusilados.
En el año 1878, una parte importante de este cementerio fue destruida para que se construyera en ella un edificio destinado al local de las sociedades de obreros, y durante la última década del Siglo XIX, el gobernador del estado ordenó que se construyera la prolongación de la avenida Independencia, con lo que se sacrificó otra buena parte del tal cementerio. Sobre la superficie del viejo camposanto se erigió después un parque público que originalmente se conoció como “25 de Marzo”, y que en 1914 cambió su nombre por el actual de “Jardín Abraham González”.
¿Quiénes fueron estos héroes nacionales, precursores de la independencia nacional?
Se trata, entre otros muchos, del brigadier Juan Bautista Carrasco, nacido en Acámbaro, quien cayó prisionero en Acatita de Baján y fue fusilado el 10 de mayo de 1811. Junto con él fueron sacrificados de la misma manera Ignacio Camargo y Agustín Marroquín.
Todos ellos nos dieron patria
Estuvo también Ramón de Garcés, quien fue regidor de Zacatecas y licenciado en Derecho, preso en la misma emboscada que Hidalgo y fusilado el seis de junio de aquel mismo año. El coronel Luis G. Mireles, aprehendido también por el traidor Ignacio Elizondo, trasladado a Chihuahua y ejecutado el 11 de mayo. Francisco de Lanzagorta, mariscal del Ejército Liberador, nació en San Miguel el Grande y también fue pasado por las armas en Chihuahua. El capitán Ventura Ramón fue otro de los sacrificados.
El seis de junio de 1811 fue pasado por las armas el tesorero y brigadier del movimiento independentista Mariano Hidalgo, medio hermano del Padre de la Patria. La misma suerte que sus compañeros corrió el capitán Agustín Marroquín, quien fuera nombrado por Hidalgo como verdugo en Guadalajara. Murió el 21 de marzo. Un español, el mariscal Manuel Santamaría, nativo de Sevilla, fungía como gobernador del Nuevo Reino de León cuando decidió apoyar el movimiento de independencia. Fue aprehendido junto con Hidalgo y trasladado a Chihuahua, donde lo confinaron al Real Hospital, habilitado como prisión, y fue fusilado junto a Aldama, Jiménez y Allende.
José Plácido Morrión fue también pasado por las armas el dos de agosto del mismo año de 1811. El mariscal Nicolás Zapata, quien estuvo en contacto con los conspiradores de Querétaro, acompañó a Mariano Jiménez en su campaña y fue preso en Acatita de Baján, de donde fue trasladado a la Villa de San Felipe El Real de Chihuahua, donde lo fusilaron junto con José Santos Villa, Pedro León, Mariano Hidalgo y Juan Ignacio Ramón.
El alférez Trinidad Pérez fue trasladado como prisionero a Chihuahua, donde lo condenaron a muerte y lo enterraron en el panteón de San Felipe. Vicente Valencia, director de ingenieros, era alumno de Ingeniería en Zacatecas y se unió a los insurgentes en febrero de 1811. Fue ejecutado en Chihuahua el 27 de junio junto con José María Chico, José Solís y el brigadier Onofre Portugal. El presidente de la Audiencia de Guadalajara, José María Chico, como secretario de Hidalgo, firmó varios nombramientos, entre ellos el de José María Morelos como Coronel del Sur. Fue fusilado por la espalda el 27 de junio de 1811.
Exhumación de Hidalgo y los principales
Otro de los fusilados, el Mayor de Plaza Pedro León, fue citado por Hidalgo en su declaración.
Ellos fueron sacrificados junto a Hidalgo, Aldama, Allende y Jiménez. Los restos de estos últimos cuatro caudillos se exhumaron gracias al decreto del Soberano Congreso Constituyente Mexicano, que los declaró Beneméritos y ordenó fueran trasladados a la capital del país. La exhumación se realizó el 20 de agosto de 1823 y se procedió a su traslado al día siguiente. Una versión de Paco Ignacio Taibo, que se cita más abajo, da otra fecha de ese mismo año.
Los restos de los demás jefes insurgentes fusilados en Chihuahua permanecieron en el citado Panteón de San Felipe y se perdieron con la destrucción de éste.
La gente camina sobre el cemento de las banquetas y corredores del parque, los jardineros se adentran en los jardines para darles mantenimiento; quienes utilizan los edificios actuales pisan sobre el antiguo terreno sacro del cementerio que simplemente fue rellenado para dar cabida a las modificaciones urbanas. Y los automóviles hoyan con sus llantas la tierra que yace debajo del asfalto de estas calles. Nadie sabe con certeza dónde están los vestigios de estos personajes que son, hoy por hoy, los insurgentes perdidos.
Tras penosas peripecias, terminaron en El Ángel
En la versión de Taibo II, de su libro Los alegres muchachos de la lucha de clases, se consigna en el capítulo titulado De celebraciones, restos y oropeles (2010), otra fecha diferente a la citada arriba. Dice Taibo que –El 19 de julio de 1823 se exhumaron los restos, en el panteón de Chihuahua, de Hidalgo, Allende, Aldama, Jiménez–. En seguida registra que, del panteón de San Sebastián, en Guanajuato, se sacaron de la tumba los cráneos de estos cuatro fusilados en Chihuahua.
Es del dominio popular, y así lo consigna la Historia, que exclusivamente esos cuatro cráneos habían sido arrancados de los cuerpos, trasladados a Guanajuato y puestos a exhibir por el gobierno colonial, colgados en cada una de las cuatro esquinas del simbólico edificio de la Alhóndiga de Granaditas, como escarmiento para que la población no volviera a caer en la tentación de rebelarse ante las injusticias.
Junto con los restos de otros notables insurgentes de aquella memorable epopeya de la Independencia de México, como Francisco Javier Mina, Pedro Moreno y, entre otros, los de José María Morelos, los de los cuatro de Chihuahua fueron llevados finalmente a la capital de la República, al cabo de mil peripecias, y luego de un desordenado y poco riguroso rescate ordenado por Porfirio Díaz para conmemorar el centenario de la Independencia en 1910.
A todos esos restos se les dio su última morada en el monumento a la Independencia en el Paseo de la Reforma, donde fue construido un mausoleo para contenerlos en varias urnas, después del traslado definitivo, ordenado después por el presidente Plutarco Elías Calles, en 1925.
Pero los restos de los 14 insurgentes que murieron junto a los cuatro grandes próceres de la Independencia de México no duermen debajo de un monumento que recuerde su heroísmo y valentía; como cientos de miles de insurgentes anónimos sin los que la gesta independentista hubiera sido imposible.
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Escrito por Froilán Meza
Colaborador