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Poesía
Denise Levertov
Entre sus influencias se cuentan figuras como Emerson, Thoreau, Pound y William Carlos Williams, así como los poetas del grupo Black Mountain.


Fue una poetisa nacida en Essex, Inglaterra, el 24 de octubre de 1923. Llegó a EE. UU. en 1948 tras casarse con el escritor Mitchell Goodman y pasó la mayor parte de su vida en ese país. Fue una autora precoz; a los cinco años declaró que sería escritora; a los doce le envió sus poemas a T. S. Eliot, quien le envió en respuesta una carta de aliento y a los diecisiete publicó su primer poema en una revista.

Entre sus influencias se cuentan figuras como Emerson, Thoreau, Pound y William Carlos Williams, así como los poetas del grupo Black Mountain, aunque ella siempre aclaró que no se sentía parte de ninguna corriente artística. Según la crítica, su segundo libro de poesía, Aquí y ahora (1957) la situó en el movimiento Beat*.

Durante la década de los 50 participó activamente en el movimiento pacifista contra la guerra de Vietnam. En 1967 escribió La danza de la tristeza, donde expuso sus sentimientos de dolor ante la guerra. Su compromiso con el feminismo y el pacifismo la impulsó a utilizar de forma consciente la poesía como herramienta de lucha política y social. Trabajó como editora de poesía en el diario The Nation, en el que publicó obras de poetas feministas y activistas de izquierda. Publicó más de veinte libros de poesía entre los que destacan A las islas por tierra (1958), Gustar y ver (1964), La respiración del agua (1987), Una puerta en la colmena (1989) y Tren de la tarde (1992). Falleció a los 74 años, el 20 de diciembre de 1997. 

Traducción de Cynthia Mansfield

*Grupo de escritores estadounidenses de la década de los 50; algunos elementos definitorios son el rechazo a los valores del sueño americano, el uso de drogas, la libertad sexual y el estudio de la filosofía oriental.

 

Adiós a la tolerancia

Geniales poetas de sonrosados rostros,

serios, ingeniosos,

que habéis dado al mundo

algunos bocados exquisitos,

fragmentos de lenguaje presentados

como se ofrece un filete de costilla

acompañado de cerezas con licor.

 

Adiós, adiós.

No me importa

si jamás vuelvo a probar vuestros finos guisos,

compañeros neutrales, videntes de ambos lados.

 

Tolerancia, cuántos crímenes

se cometen en tu nombre.

 

Y vosotras, bellas mujeres, horneadoras de los mejores pasteles,

donantes de sangre. Vuestras migajas

me ahogan, no me gustaría

tener una gota de vuestra sangre, bombeada

por delicados corazones, de pulso perfecto, que nunca

vacilan, insensibles

ante las pesadillas de la realidad.

 

Se trata de mis hermanos, mis hermanas,

cuya sangre se derrama a borbotones y se detiene

para siempre

porque habéis preferido creer que ello no os concierne.

 

Adiós, adiós,

vuestros poemas

cierran las boquitas,

vuestras confituras se enmohecen,

un abismo ha separado

el suelo entre nosotros

y volvéis la mirada, sin saludar,

hacia otro lado.

 

No volveremos a encontrarnos

a menos que saltando sobre la grieta, dejéis

atrás los preciados

gusanos de vuestra apatía,

vuestros tibios sarcasmos,

vuestro jovial, mesurado

e irónico juicio neutral;

¿Saltar sobre el equilibrio

¿es excesivo?… pero

cómo fluirían y se mezclarían

gozosamente

nuestras fanáticas lágrimas.

 

El secreto

Dos niñas descubren

el secreto de la vida

en el inesperado verso de

un poema.

 

Yo, que desconozco ese

secreto, escribí

el verso. Ellas

me dijeron

 

(a través de un tercero),

que lo habían encontrado,

pero no explicaron en qué consistía,

y ni siquiera

 

cuál era el verso. Sin duda,

a estas alturas, más de una semana

después, han olvidado

el secreto,

 

el verso y el nombre del

poema. Pero las adoro

por haber encontrado algo que

yo no puedo hallar,

y por amarme

gracias al verso que escribí,

y por olvidarlo,

para que así,

 

mil veces, hasta que la muerte

las encuentre, puedan

descubrirlo nuevamente en otros

versos,

 

en otros

hechos. Y por

querer saber,

por creer que existe

tal secreto; sí,

 

por eso

sobre todo.

 

La certeza

Han perfeccionado los medios de destrucción,

la ciencia abstracta casi visiblemente brilla,

tan refinadamente pulida. Armas inmateriales

que nunca nadie podría tener en las manos

se abren paso por la oscuridad, atraviesan grandes

distancias,

introduciéndose por laberintos hasta llegar

a blancos que son conceptos.

 

Pero una antigua certeza

se mantiene: la guerra

significa sangre que se derrama de los cuerpos vivos,

significa extremidades cortadas, ceguera, terror,

significa duelo, agonía, huérfanos, hambruna,

prolongada desdicha,
permanente resentimiento y odio y culpa,

significa todo esto multiplicado, multiplicado,

significa muerte, muerte, muerte y muerte.

 

Hablándole al dolor

Ah, dolor, no debería tratarte

como a un perro sin dueño

que viene hasta mi puerta por si consigue

un trozo de pan duro, un hueso pelado.

Debería confiar en ti.

 

Debería convencerte

de que entres en mi casa y darte

tu propio rincón,

una alfombra vieja donde echarte

y tu propio plato de agua.

 

Piensas que no sé que has estado viviendo

bajo mi portal.

Quieres que tu lugar definitivo esté listo

antes que llegue el invierno. Necesitas

tu nombre, tu collar y medalla. Necesitas

el derecho de espantar a los intrusos,

a quedarte en mi casa

y considerarla como propia,

a mí como algo tuyo

y a ti mismo

como mi perro.


Escrito por Redacción


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