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Abel Pérez Zamorano
Austeridad que mata
Aunque la explicación sea correcta, no basta exponer el problema refiriéndolo al neoliberalismo como causa: hay que transformar la realidad; lo prometió este gobierno...


En el reporte oficial del 29 de junio sobre la pandemia, con 769 fallecimientos en un día, ocupamos el segundo lugar mundial, y el séptimo en defunciones acumuladas, 27 mil 121 (conteos de la Universidad Johns Hopkins). Hay 220 mil 600 contagiados acumulados, y más de 23 mil activos. La letalidad en el mundo es de cinco por ciento, aquí es más del doble. La Ciudad de México es el principal foco de contagio, pero el problema es, poco más o menos, el mismo en todos los estados. No obstante estas pavorosas estadísticas, las autoridades de la Ciudad de México y otras entidades han ordenado cambiar el semáforo de rojo a naranja para retornar a “la normalidad”. En Estados Unidos hicieron igual y se duplicó el número de casos en Florida, Texas y Arizona; el país registró este viernes 47 mil nuevos contagios, y las cosas empeoran: el doctor Anthony Fauci declaró que, de no tomarse medidas pertinentes, podrían alcanzarse cien mil contagios al día. Dicho sea de paso, en Estados Unidos y aquí, atrás de ese interés por reabrir la economía están los corporativos con bases de cadenas de suministro en México, a los que mueve voraz hambruna de plusvalía. Ven cómo China retornó a la normalidad, aunque con restricciones, y sigue su marcha; pero antes controló al Covid-19 y salvó a su pueblo. No lo lanzó irresponsablemente a la muerte entre los contagios.

Aquí, a pesar del alto riesgo, la población más pobre quiere salir, empujada por la desesperación al carecer de apoyo gubernamental con despensas, salarios solidarios, respaldo a pequeños negocios, y otras formas de ayuda a la población necesitada. Millones de familias no tienen dinero para la comida, pago de renta, transporte, medicinas, luz. Se agotan sus escasos ahorros, y eso las empuja, en acción casi suicida, a salir a buscar el sustento al verse sin apoyo alguno. Quienes disponen de ingresos o ahorros pueden resguardarse en su casa. Pero, ¿y los pobres? Aquellos que viven de un salario o de vender alguna mercancía en la calle, ¿qué seguro, qué amparo, qué ahorro? Se esperaría que en su pobreza el gobierno los auxiliara, pero los ha abandonado.

Pretende éste justificar su negativa alegando que apoyar fomenta la corrupción, que quienes piden ayuda es porque “quieren moches”: ¡los pobres, los hambrientos que claman –existen videos en los que aparecen personas llorando de desesperación– por apoyo en comida y algún otro gasto familiar, para el Presidente son corruptos que quieren moches! ¿Así se concreta aquello de “primero los pobres”? Pero, en flagrante contradicción, antes ha dicho que ahora la corrupción ya no existe, que la 4T la exterminó. Reivindica como principio absoluto, regla de hierro, la austeridad; una austeridad criminal. Y, ¿entonces? Simple: que la gente se salga a la calle, que se abarroten terminales de autobuses o estaciones del metro. Que se contagie, y a ver dónde la atienden. Ésta es la política de la 4T frente a la pandemia.

Ante el desastre no se ve estrategia, si acaso la hay. Nada se hace, como no sea publicar cada noche estadísticas necrológicas, por cierto, bastante cuestionables. En obstinado rechazo a las recomendaciones de la OMS, no se aplican pruebas. Hasta finales de abril, en los 36 países de la OCDE se practicaban 22.9 pruebas por cada mil habitantes; en México, 0.4, en último lugar. No quieren gastar en la gente. Les parece caro. Tampoco dotar del equipo necesario a los hospitales y proteger al personal que ahí se juega la vida. Hay consenso en que la nuestra será una de las economías más afectadas por la crisis, por lo que sería esperable una respuesta enérgica y solidaria del gobierno, como hacen otros de la región. Pero no hay tal.

El 18 de mayo, la BBC publicó una investigación de la Universidad de Columbia que compara 168 países en su aumento al presupuesto 2020 en gasto fiscal (porcentaje del PIB) para apoyos por la pandemia. Ceyhun Elgin, director del estudio, explica que “... los países con menos camas de hospital han tenido que desembolsar más recursos, algo que está directamente relacionado con la calidad y la cobertura del sistema de salud de cada país. El nivel de exposición a la pandemia también juega un rol clave, en la medida que los países con un mayor número de contagios, tienen mayor presión para inyectar más recursos”.

Y México está entre los más necesitados de gasto, por los estragos del Covid-19 y por su limitado equipamiento hospitalario. Según la OMS (2017), en Latinoamérica el gasto per cápita en salud es una tercera parte del de Europa. Cuba tiene el mayor, luego Chile y Uruguay. México ocupa el noveno sitio en la región. En gasto público total en salud, Cuba gasta 10.6 por ciento del PIB, porcentualmente más del triple que México (3.1 por ciento). En estudio comparativo de Critical Care Clinics, 2006, en el mundo hay en promedio 27 camas hospitalarias por cada 10 mil habitantes. Entre los países de Latinoamérica, México es el noveno lugar, con 15.2 (BBC, 23 de marzo). No obstante esta situación, la respuesta del gobierno es de total negligencia.

En el estudio de la Universidad de Columbia antes citado, los países ricos añadieron en promedio 6.7 por ciento de su PIB al gasto fiscal; el promedio mundial, 3.7. En Latinoamérica, 2.4, y destacan Perú (nueve por ciento), Brasil, Paraguay y Chile, con ocho, seis y cinco por ciento, respectivamente. México, hoy en la 4T, ocupa el lugar once, con apenas uno por ciento, por debajo de El Salvador, Honduras y Guatemala (Elgin, Columbia University, et al., BBC). Y no es que falten recursos: el año pasado fuimos, en PIB, el país número 11 (estimaciones FMI), y segunda economía en Latinoamérica. No somos los parias del mundo; lo que pasa es que el gobierno rechaza gastar en el pueblo esa riqueza creada por el pueblo.

Tal abandono, ciertamente, no es de ahora. Es continuación de décadas de neoliberalismo y corrupción. Pero el actual gobierno, aunque pontifica sobre ello, más que resolver el problema lo ahonda. Aunque la explicación sea correcta, no basta exponer el problema refiriéndolo al neoliberalismo como causa: hay que transformar la realidad; lo prometió este gobierno... pero no lo hace. A la política neoliberal antipopular, la 4T responde con lo mismo: su brutal “austeridad”, neoliberalismo rebautizado: antes no se gastaba, y ahora tampoco. En resumen, por la pandemia y el abandono oficial crece la desesperación de la gente, y el gobierno, para liberarse de la presión, la empuja a salir a ganarse la vida... con riesgo de su vida. Un macabro experimento, a ensayo y error; crimen de lesa humanidad que no puede quedar impune. La realidad, más obstinada que el Presidente, no perdona a quien la ignora, y no acepta golpes de autoridad como solución. La 4T deberá pagar su autoritarismo cuando el pueblo la castigue en las urnas. 

 


Escrito por Abel Pérez Zamorano

Doctor en Economía por la London School of Economics. Profesor-investigador de la Universidad Autónoma Chapingo.


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