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Tabasco: aprendamos de las desgracias
En efecto, si el pueblo aprende a pensar bien y a organizarse, aunque sea obligado por el látigo de la desgracia, hallará al fin la salida del laberinto de pobreza.
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Todavía no he podido encontrar en los medios un dato confiable sobre la magnitud del desastre causado por la inundación en Tabasco, y no es serio ni ayuda mucho ponerse a inventar cifras por el puro afán de escandalizar, cuando no se tienen datos seguros sobre los hechos. Los mismos noticiarios televisivos se notan menos desembarazados, más contenidos para cubrir el evento esta vez, seguramente para evitar ataques y descalificaciones desde el tribunal de las conferencias mañaneras.

A pesar de eso, no hay duda de que las víctimas del desastre suman varios miles, muchos miles de personas, de familias enteras que han perdido todo o buena parte de su escaso patrimonio, incluidos vivienda, animales domésticos, ganado y cosechas. Un daño particularmente doloroso y de urgente atención es la pérdida, parcial o total, de las viviendas. Son miles las que quedaron inhabitables y que necesitan algún tipo de reparación, o la reconstrucción total, en el menor plazo posible, dado que las familias están viviendo a la intemperie.

De acuerdo con la información de mis compañeros antorchistas de Tabasco (que también están inundados y sufrieron serios estragos en sus viviendas y sus pertenencias), la ayuda oficial a los damnificados, tanto la del gobierno del estado como la del Gobierno Federal, que ciertamente nunca ha sido ni suficiente ni oportuna, esta vez se deja ver y sentir menos que nunca, incluso en muchas colonias de la capital, como Gaviotas Sur y otras, que están seriamente inundadas desde hace varias semanas. Me hablan, con sincero reconocimiento, de la presencia y la ayuda de los miembros de las fuerzas armadas, que se esfuerzan por atender a los más urgidos de apoyo, pero aseguran que es evidente la escasez de recursos con que cuentan para cumplir con su misión solidaria.

Tengo la impresión de que, como consecuencia de la justificada autocensura de los medios, la opinión pública se halla más desinformada que en ocasiones anteriores sobre las verdaderas (o cuando menos las más creíbles) causas del desastre, y que la mayoría nos conformemos con imaginar lo obvio: todo es culpa de las intensas lluvias que, en muy pocos días, se abatieron sobre buena parte del sureste mexicano, provocando el desbordamiento de ríos y el rebase de la capacidad de almacenamiento de algunas presas (Peñitas, en particular) que hubo que desfogar de emergencia para evitar una ruptura de la cortina y un desastre mayor, realmente apocalíptico. Además, también contribuye el hecho de que en Tabasco abundan los asentamientos humanos en zonas bajas, fácilmente inundables, por lo que no es raro que ocurran desastres como el que estamos presenciando hoy.

Explicadas así las cosas, la conclusión es obligada: el desastre era inevitable; nada se pudo hacer para evitarlo o paliarlo y, por tanto, a nadie se puede culpar por lo ocurrido.

Pero, ¿es así realmente? El hecho cierto de que inundaciones como la actual no son una rareza en Tabasco sino algo recurrente, que se repite una y otra vez desde que las planicies bajas de ese estado fueron pobladas por grupos humanos sedentarios y numerosos, parece desmentir la conclusión de que no hubo ni hay nada que hacer ante la fuerza ciega de la naturaleza. En efecto, esa misma recurrencia fue la que determinó que, en sexenios anteriores, se encargara a algunos de los mejores especialistas del país el estudio exhaustivo del problema y una propuesta de solución eficaz y viable. Tengo entendido que el trabajo de esos especialistas llegó hasta la elaboración detallada de los planos, los cálculos técnicos y la valoración económica de las obras que había que construir para contener y canalizar con seguridad los escurrimientos excedentes y evitar el anegamiento de las poblaciones, incluida la capital, Villahermosa.

¿Por qué no se realizó la obra? Porque siempre hubo otras prioridades, otros compromisos de mayor importancia y rentabilidad (política y económica) que gastar miles de millones de pesos en obras hidráulicas para garantizar la vida y la seguridad de los pobres y marginados de Tabasco, que son precisamente los que habitan en las zonas bajas inundables. Según la narrativa de este Gobierno, esto no debe sorprendernos: eran Gobiernos corruptos, neoliberales, dirigidos por tecnócratas “fifís” que servían a un capitalismo de “compadres” y no “a los de abajo”. Lo sorprendente es que en este Gobierno, que dice ser todo lo contrario que sus predecesores y cuya bandera principal es “primero los pobres”, esté ocurriendo exactamente lo mismo: se destinan miles de millones de pesos a la construcción de la refinería de Dos Bocas y se hacen a un lado no solo las obras de ingeniería para acabar con las inundaciones, sino hasta las despensas y cobijas que demandan quienes se quedaron sin alimento y sin vivienda. Entonces, ¿nadie es culpable del desastre?

Pero hay más. El Presidente declaró, mientras sobrevolaba en helicóptero la zona inundada, que fue decisión suya permitir que se inundaran las poblaciones habitadas por indígenas, los más pobres dijo, para salvar a la capital Villahermosa, cuya inundación habría sido una desgracia mayor. Muy bien. Así planteada la cuestión resulta entendible y hasta aceptable quizás (aunque muchos tabasqueños que conocen la zona como la palma de su mano, y han vivido otras inundaciones, sostienen que no se trató de salvar a la capital sino a la refinería del Presidente). Pero lo que ya no resulta entendible ni justificable es por qué, sabedor de lo que ocasionaría su decisión, no puso sobre aviso a los pueblos ni movilizó los recursos y el personal suficientes para evacuar a la gente e instalar la logística asistencial para socorrer a los desalojados. ¿Tampoco aquí hay ningún responsable? 

En respuesta a quienes le reprochaban no haberse “mojado los zapatos” para acercarse a los damnificados y dimensionar mejor su desgracia, el Presidente respondió que él no montaría ese teatro solo para tomarse la foto, como se hacía antes. Se olvidó de que en sus manos está que mojarse los zapatos ahora no sea una pura comedia; que de él depende que la solidaridad con los humildes urgidos de ayuda no sea puro teatro para su lucimiento personal; que eso se remedia fácilmente si se ocupa también de llevarles ayuda, ayuda real y eficaz en forma de ropa, alimentos, médicos y medicina, un plan fondeado para reconstruir su casita arruinada por el agua. Si llevara todo eso y más en su zurrón, ¿no valdría la pena tomarse la foto con la gente agradecida en medio del agua o dentro de sus viviendas inundadas?

Yo invito en forma fraternal y respetuosamente a todos los tabasqueños que hoy están en medio del agua y sin el apoyo mínimo que necesitan, a que reflexionen detenidamente en todo esto que aquí digo, es decir, los invito a que aprendan completa la valiosa, aunque dolorosa, lección que da siempre el infortunio. Porque aunque eso no los sacará mañana del agua ni les dará de comer, en el mediano y largo plazos les dará algo mucho mejor y más importante: la capacidad de descubrir con toda seguridad cuál es y dónde se localiza la raíz del problema, y así poder exigir al gobierno de la República, sea el que sea y como quiera que se llame, que lleve a cabo la inversión necesaria en las obras de regulación y conducción del agua excedente de las lluvias para  resolver el problema de las inundaciones de una vez y para siempre.

Pero algo más todavía: que jamás debemos permanecer pasivos ante nuestros propios  problemas y carencias, sean los de todos los días o sean súbitos como el que nos golpea hoy. Que jamás debemos conformarnos solo con quejarnos ante las cámaras de la televisión, aunque eso sea siempre de gran ayuda. Tenemos que aprender a confiar más en nuestras propias fuerzas, en nuestra propia capacidad para enfrentar y resolver cualquier problema, cualquier dificultad que se nos presente, siempre y cuando luchemos unidos y organizados todos los que somos y nos sentimos pueblo, pueblo humilde y trabajador, que suda todo lo que come, lo que viste y lo que tiene. No esperemos nunca, y menos roguemos a nadie que nos arrime el pan a la boca de gratis, porque quien lo haga, nos estará convirtiendo en paralíticos inútiles que tienen que comer siempre de su mano y, por tanto, en esclavos sumisos de su voluntad. Pensemos y estemos seguros siempre de que la poderosa fuerza de nuestra unidad y solidaridad basta y sobra para arrancar a los poderosos las soluciones definitivas y la ayuda indispensable en una contingencia como la actual. Los derechos del pueblo no se mendigan, se conquistan.

¿Por qué no aprovechar la inundación de hoy para comenzar a crear en cada pueblo, colonia o comunidad, un comité formado por hombres y mujeres más listos, “movidos”, enérgicos y honrados, cuya tarea sea preparar, durante todo el año, las medidas a tomar, los materiales indispensables (cocinas comunitarias, lonas, colchonetas, cobijas, mesas y sillas rústicas, alimentos no perecederos, etc.) y los lugares más adecuados para los albergues, para tener todo listo en caso de otra emergencia? Sería también necesario que, entre todos los comités nombrados por los pueblos, eligieran a un comité estatal o regional único, que se encargue de tomar contacto con organizaciones civiles, partidos políticos sin distinción, fundaciones internacionales, etc., para solicitarles ayuda en caso necesario. Ese comité regional o estatal sería el único facultado para recibir la ayuda y para repartirla entre los distintos comités de cada comunidad. También sería responsable de levantar el censo de los damnificados y de la ayuda que necesitan, y no confiar solo en lo que haga o diga el gobierno.

Acaso muchos se rían y piensen que sueño. Pero se vale soñar si se sueña con cosas reales y factibles, es decir, si nuestro sueño es solo adelantarse un poco a la realidad que vendrá. Si se sueña así, el sueño acabará haciéndose realidad tarde o temprano. En efecto, si el pueblo aprende a pensar bien y a organizarse, aunque sea obligado por el látigo de la desgracia, hallará al fin la salida del laberinto de pobreza, enfermedad, violencia y marginación en el que hoy se encuentra y se siente perdido. 


Escrito por Aquiles Córdova Morán

Ingeniero por la Universidad Autónoma Chapingo y Secretario general del Movimiento Antorchista Nacional.


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