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Y de pronto apareció por ahí ese maldito Iceberg llamado Poesía o Literatura o Aburrimiento o lo que fuera con la única condición precisa de no devenir en Aburrimiento ni por un instante.
Un Iceberg llamado poesía es el titulo que el poeta y cineasta peruano Pablo Guevara Miraval (1930-2006) dio a la extensa alegoría marítima del encuentro –colisión– del hombre con la vida, con la palabra, con la autoconciencia, con la poesía; por esta obra obtuvo el Premio Copé de Oro de la VIII Bienal de Poesía Premio Copé en 1997, en que participó con el seudónimo El Sobreviviente; premio que se sumaría al Nacional de Poesía que le fuera otorgado en 1954. Partidario de una poesía en la que la colectividad rescate su propia voz, Pablo Guevara fue uno de los miembros más destacados de la Generación de 1950, aparecida al finalizar la Segunda Guerra Mundial y obligada a procesar las diversas influencias literarias de que fue heredera. Su ruptura con la preceptiva solo es aparente, pues detrás de la ausencia de rima, de sus versos libres agrupados arbitrariamente y de la falta casi total de puntuación, en Un Iceberg llamado poesía late el pulso vital del poeta filósofo que entiende la creación poética como búsqueda por abismos insondables en los que se tropieza con restos de naufragios. El poemario inicia dando la ubicación exacta, el día y la hora del hundimiento del Titanic; a estas coordenadas se unen varias citas en torno a naufragios y navegaciones y parte de la bitácora del siniestrado trasatlántico antes de la catástrofe.
Aquí, a 4000 metros bajo el nivel del mar adonde
no llegan fácilmente ni han llegado ni podrán llegar presiones
o compresiones otras que las del propio mar
y nuestro propio ser
aquí donde una buena parte del problema
se reduce a esto:
¿quién baja hasta aquí y por cuánto tiempo?
(y yo no me refiero a presiones literarias u otras monsergas
ni a qué tan claras u oscuras sean las aguas de los lodazales
sino a un problema de audaces buzos
y buceadores en las profundidades)
aquí continúa siendo un problema el aire la luz
la resistencia – sólidos pulmones – inteligencia
un vigoroso corazón empecinado con buenos rendimientos
de los nervios – ritmos acordes tonos discordantes
tonales desentonos – espaciamientos perspicacias
una vista azuzada – oídos alerta a lo mayor y a lo menor…
y aún problema claro está de batíscafos
equipos especializados de las profundidades
mapas actualizados en los lechos marinos
diseños y rediseños de materiales y accesorios
parques full track o full equipo
y teorías de lo más modernas – cosas que no abundan acá
y no abundarán por mucho tiempo…
Y el poeta prosigue la alegoría de su encuentro con la poesía como una colisión que lo deja herido en el fondo del naufragio…
Hasta llegar a esta conciencia de barco flotante naufragante
en las calles y sobreviviente a la vez…
(…)
Nadie va más lejos que su tiempo
desde muy temprano supe del tiempo que me había tocado en suerte…
una conciencia de barco que colisiona siempre y se sigue hundiendo
afuera y a medida que pasa el tiempo…
(o un barco que encalla de pronto partido en dos o diez mil pedazos).
Todo el complejo poemario se halla salpicado de epígrafes y citas alusivas al mar y la navegación; es un reconocimiento que Pablo Guevara rinde a los poetas del pasado y también a los simbolistas y a las vanguardias; por sus páginas desfilan Artaud, Mallarmé, Rimbaud, César Vallejo, Pound, Rilke, Eielson, Breton, Antoine Destutt de Tracy, James Joyce, los poetas peruanos César Moro y Adolfo Whesphalen, el lingüista Saussure o el cineasta Buñuel.
La obra se divide en tres partes: Un Iceberg llamado poesía; Fiestas y más fiestas en el barco; Y otro Iceberg llamado literatura, del que transcribimos el siguiente fragmento porque a través de la metáfora continuada del crucero hundido, permite atisbar la posición del poeta con respecto a una literatura para las élites que naufragó en el Siglo XX.
Y un barco tan cargado de fantasías con toneladas de lujos
un barco para personas de diversas edades en común exigentes
y algunos jóvenes más que algunos viejos
que saben bien lo que exigen y saben bien hasta qué límites…
mírese por donde se le mire era un barco de élites…
un club de connaisseurs y todo eso se perdió de golpe…
por tratar de ir más allá de lo esperado y lo inesperado…
reunir lo mejor existente del viejo mundo sin renovación
a un nuevo mundo que quería inventarlo casi todo de nuevo…
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Escrito por Tania Zapata Ortega
COLUMNISTA