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El fascismo, destructor de la razón, enemigo de la cultura
El fascismo es históricamente hostil a la razón, enemigo jurado suyo; ve en ella un adversario mortal, y no se equivoca.
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El fascismo es históricamente hostil a la razón, enemigo jurado suyo; ve en ella un adversario mortal, y no se equivoca. Todo ser humano pensante representa un peligro para el bárbaro orden imperialista, pues la cultura y el arte, cuando se asimilan racionalmente, hacen reflexionar al ser humano, despiertan en él sentimientos elevados, de fraternidad hacia los que sufren, de amor por la humanidad, sentimientos e ideas incompatibles con el decadente pensamiento burgués, acendrado, rabiosamente individualista, que caracteriza al hombre que el capitalismo desea y construye. La historia muestra con toda crudeza la eterna guerra del fascismo contra la inteligencia, la cultura, el arte y todo lo esencialmente humano.

El fascismo español, con Francisco Franco al mando, organizó la guerra civil contra la República (1936-1939). Es simbólico el incidente ocurrido en 1936, en el paraninfo de la Universidad de Salamanca donde, en respuesta a un lúcido discurso de Miguel de Unamuno donde dijo a los fascistas: “venceréis, pero no convenceréis”, el tristemente célebre general José Millán-Astray, gritó: ¡Muera la inteligencia, viva la muerte! Una joya de salvajismo. 

Pero tras las palabras viene la acción, y se desató una feroz persecución contra filósofos, científicos y artistas. El poeta Miguel Hernández fue capturado en 1939 cuando pretendía huir a Portugal: murió de tuberculosis en 1942, en el penal de Alicante. Federico García Lorca fue fusilado en Granada. Pablo Picasso logró escapar a Francia, donde vivió el resto de su vida; allí pintó, en 1937, su grandiosa obra “Guernica”, donde retrata los horrores del bombardeo de los nazis contra la pequeña ciudad del país vasco. En Francia también encontró asilo Antonio Machado.

En México hallaron refugio muchos pensadores que huían del terror franquista, entre ellos: Luis Buñuel, la pintora Remedios Varo; León Felipe, quien vivió aquí el resto de su vida; los filósofos Joaquín Xirau, José Gaos, Adolfo Sánchez Vázquez, entre tantos otros. Figura cimera de la emigración española fue don Wenceslao Roces, autor de una excelente traducción de El Capital de Marx al español.

Años antes (en enero de 1933) en Alemania había llegado al poder Adolfo Hitler. A sólo cuatro meses, el 10 de mayo, en la Plaza de la Ópera de Berlín fueron quemados más de 25 mil libros de los pensadores repudiados por el nazismo, en “ceremonia” encabezada por Joseph Goebbels, el siniestro ministro de propaganda nazi, quien en encendido discurso exclamó: ¡No a la decadencia social! Con acompañamiento de bandas musicales, en la bárbara pira ardieron los libros, entre muchos otros, de: Thomas Mann, James Joyce, Marcel Proust, Jack London, Ernest Hemingway, Heinrich Heine, Rosa Luxemburgo, Carlos Marx, Robert Musil, Franz Kafka, Bertolt Brecht. En su arenga, Goebbels dijo de todo aquel tesoro del pensamiento: “hacéis bien en confiar a las llamas la basura intelectual del pasado”. 

Se cuenta de un autor, Oscar María Graff, que al ver que sus obras no figuraban en la lista maldita, avergonzado, pidió que sufrieran igual suerte. Dicho de paso, aquella hoguera no puede menos que hacernos evocar la quema de los libros de Don Quijote, arrojados a la lumbre en el corral por ser “lecturas dañinas”; una clara parodia a su vez del Index Librorum Prohibitorum, lista de libros prohibidos de 1559. Ante el terror nazi, connotados hombres de ciencia y de las artes debieron huir de Alemania para salvar sus vidas, entre ellos: Albert Einstein, Max Born, Sigmund Freud, Walter Benjamin, Niels Bohr, Rudolf Carnap, Erich Fromm, Georg Lukács, Karl Popper, Bertolt Brecht. De Austria debió salir Stefan Zweig, quien terminaría sus días en Brasil.

En la postguerra, durante el Macartismo (llamado así por el senador estadounidense Joseph McCarthy), desde 1947 y durante la siguiente década, ya en la paranoia de la Guerra Fría, se desató una persecución contra centenares de exponentes del arte, e incluso contra funcionarios del propio gobierno estadounidense acusados de comunistas y de servir a la Unión Soviética. El “Comité de Actividades Antiamericanas de la Cámara de Representantes” (HUAC) investigó a Bertolt Brecht (que ya antes había huido de los nazis y ahora logró escapar de Estados Unidos EE. UU.), al dramaturgo Arthur Miller y al director de cine Elia Kazan. “¿Es usted ahora o ha sido alguna vez miembro del Partido Comunista?”, fue la pregunta a que todos fueron sometidos. Finalmente, en el “democrático” Estados Unidos, fueron a dar con sus huesos en la cárcel “Los diez de Hollywood”, y se les prohibió trabajar en la industria del cine. En la lista negra destacan: Charles Chaplin, Dalton Trumbo Orson Welles. A Chaplin le fue prohibido en 1952 regresar a Estados Unidos (donde vivía desde 1910). El sicofante que “testificó” contra la “influencia comunista” fue un mediocre actor llamado Ronald Reagan.

Pero la persecución fascista a la cultura sigue. En Ucrania los neonazis de Zelenski continúan la política de Hitler, e igual hacen los militaristas de Europa y Estados Unidos. En junio de 2022 la rada ucraniana emitió una ley que prohíbe la música y la literatura rusas. El 27 de junio, DW encabezó su nota “Arte en la hoguera: Ucrania prohíbe literatura y música rusas”. Y desarrolla: “Interpretar o difundir música rusa en lugares públicos, así como ingresar libros en grandes cantidades desde Rusia y Bielorrusia está ahora prohibido por ley en Ucrania. La prohibición que aprobó el Parlamento de Kiev abarca ‘productos de artistas y autores que fueron o son ciudadanos del Estado agresor’. En consecuencia, tampoco los intérpretes rusos pueden entrar a Ucrania (…) Por ejemplo, obras de Alexander Pushkin o León Tolstoi que se impriman ahora en Rusia, ya no pueden ser introducidas en Ucrania (…)Además, en Ucrania tampoco pueden imprimirse libros de autores que han tenido o tienen un pasaporte ruso (…) El próximo paso podría ser la exclusión de la literatura rusa del currículo escolar. Un grupo de trabajo del Ministerio de Educación de Ucrania ya ha recomendado vetar las obras de cerca de 30 autores y poetas rusos y soviéticos, entre ellos, León Tolstoi, Alexander Pushkin, Fiódor Dostoievski y Mijaíl Bulgakov” (DW, 27 de junio de 2022).

En varias salas de arte europeas se ha prohibido la música de Chaikovski. En la Royal Opera House de Londres, el 25 de febrero de 2022, se cancelaron las presentaciones de la temporada de verano del Ballet Bolshoi “debido a las circunstancias actuales”, fue el argumento. Acción similar tomó el Teatro Real de Madrid. Valeri Abisálovich Guérguiev, de nacionalidad rusa, director de la orquesta Filarmónica de Múnich, Alemania, fue despedido por no condenar a Rusia en el conflicto de Ucrania. Igual le ocurrió a la soprano ruso-austriaca Anna Netrebtko, estigmatizada como non grata, y despedida por la Metropolitan Opera House (Met) de Nueva York (Proceso, 20 de marzo de 2022). La lista es larguísima. 

Esta obra de trogloditas pareciera a simple vista cosa de locos, pero en el fondo no lo es, tiene su lógica. El fascismo es la expresión más condensada del irracionalismo, su colofón político-ideológico, como explica Lukács en su Asalto a la razón. Y el irracionalismo es la expresión del capitalismo decadente ya en su fase imperialista; expresión de una economía condenada por la historia, que no puede más seguir existiendo; que ha perdido el vigor que alguna vez tuvo en su florecimiento, desde el Renacimiento y destacadamente en el Siglo XVIII; pero ha agotado ya sus fuerzas, en lo económico y, consecuentemente, en lo ideológico y lo político. Y a una base económica decadente debe corresponder, por necesidad, una superestructura ideológica decadente. Eso representa el fascismo.

Mientras el capitalismo fue revolucionario, su pensamiento también lo fue, pero cuando agotó sus fuerzas, se tornó irracional, estúpido, contrario a toda forma de razonamiento verdaderamente científico, humanista y progresista. Se opone al discurrir de la historia y, como consecuencia, al discurrir de la lógica que necesariamente debe reflejarla. Está de espaldas al futuro. Y viendo próximo su fin, no pudiendo ya justificar su régimen con la razón, le queda como único recurso la fuerza. Eso es el fascismo, y esas las causas profundas de su irracionalismo y su brutalidad. Así que podrán quemar los libros, asesinar o encarcelar a los pensadores, pero es imposible que maten las leyes del desarrollo económico que irremisiblemente condenan a muerte su sistema. La historia no perdona. 

 


Escrito por Abel Pérez Zamorano

Doctor en Economía por la London School of Economics. Profesor-investigador de la Universidad Autónoma Chapingo.


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