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No creo que haya ninguna duda de que todo México está enterado de que la política pública más importante, la más publicitada y la que le permite al gobierno de Andrés Manuel López Obrador presumir de “gobierno popular”, es la que se conoce como Programa para el Bienestar, el cual tiene diferentes destinatarios y variadas formas de operar, pero que todas ellas terminan en entregas de dinero en efectivo a una parte de los más pobres del país.
Se les conoce como: Apoyo Bienestar niñas y niños hijos de madres trabajadoras; Becas Benito Juárez Educación Básica; Becas Benito Juárez Educación Media Superior; Jóvenes Construyendo el Futuro; Jóvenes Escribiendo el Futuro; Pensión Adultos Mayores; Becas Elisa Acuña; Programa Sembrando Vida; Programa Pequeños y Medianos Productores y Pensión para personas con discapacidad permanente; y son éstas casi todas las modalidades que ha inventado el régimen de la “Cuarta Transformación” (4T) para hacer llegar dinero en efectivo a una parte de los mexicanos. Se trata de 300 mil millones de pesos cada año que benefician a cerca de 15 millones de mexicanos, sin contar a sus familiares y están contratados para repartirlos y publicitarlos 20 mil empleados, agrupados bajo la denominación de “Servidores de la Nación”.
Cualquiera diría que, con este ingente esfuerzo nacional, pronto se habrá aniquilado a la pobreza. Pero nada. No tenemos en las históricas mañaneras, ni en ninguna otra parte, ni un solo reporte de los mexicanos que abandonaron la pobreza en los años del régimen de la 4T y se incorporaron –aunque sea– a la aspiracionista clase media. Nada. Todo parece indicar que el famoso medicamento en favor del bienestar no surte ningún efecto. Y es cierto. Estos programas son el equivalente a los tés de canela o de yerbabuena, que no tiene más remedio de usar el pueblo pobre ante una fuerte infección gastrointestinal, y que solo sirven, si acaso, para hacer más llevadero el dolor.
Toda la clase trabajadora, pero especialmente los beneficiarios de los programas del bienestar que los reciben por primera vez, deben estar conscientes de que esos mismos programas, con otros nombres y otras modalidades, se aplican en nuestro país desde hace por lo menos 30 años y la pobreza no se ha acabado, ni siquiera se ha estancado, sigue creciendo incontenible y destruyendo a las familias de muchos millones de mexicanos.
Es más, deben saber que ningún país desarrollado del mundo ha alcanzado los altos niveles de vida de que goza su población repartiendo ayudas como las que distribuye el régimen de la 4T. Estados Unidos, por ejemplo, no llegó a donde está gracias a ayudas en efectivo a la población necesitada; China no salió del atraso aterrador en el que se encontraba cuando el Partido Comunista Chino tomó el poder en 1949, como consecuencia de programas de ayuda en yuanes contantes y sonantes para los chinos pobres; tampoco Rusia llegó a tener un nivel de vida muy superior al nuestro, a ser la primera potencia militar en el mundo y a estar en capacidad de proporcionar a sus ciudadanos y al mundo una vacuna contra el Covid-19 en unos cuantos meses, con sobrecitos con rublos a domicilio o cobrables en un banco especializado. Tampoco Inglaterra ni Francia ni Finlandia ni Dinamarca ni nadie. ¿Estamos innovando la política económica del mundo? ¿Estamos descubriendo lo que todo el mundo ignora?
No hay resultados positivos porque la política de ayudas para el bienestar no está diseñada para acabar con la pobreza y entrar al primer mundo. Está urdida para contener la inconformidad ciudadana, para disminuir el riesgo y, si es posible, para cancelar un posible estallido social. Para entender esto bien, basta con responder a una pregunta simple, ¿qué pasaría en nuestro país si se anunciara de repente que se acaban los programas sociales? ¿Disminuiría simplemente nuestra velocidad de progreso o se saldría la gente a la calle a exigir la caída del gobierno? Creo que la respuesta es obvia para todos los lectores. La relativa estabilidad social en México no está construida sobre empleos para todos, buenos salarios, salud, educación y obras de beneficio social, está sostenida con los alfileres de las ayudas para el bienestar.
¿Y con qué propósito se quiere mantener al pueblo conforme, resignado, pasivo? Para que los más grandes empresarios mexicanos y extranjeros que invierten en México sigan abultando y concentrando sus enormes ganancias mediante el trabajo de los obreros que laboran para ellos. México pasó de tener 274 mil personas con una riqueza mayor a un millón de dólares en 2019 a 264 mil en el año de la pandemia, es decir, en 2020, el año de la pandemia en el que se empobrecieron millones de personas. En un país con más de 83 millones de adultos, solo el 0.3 por ciento concentró un tercio de los bienes y activos en el país, mientras que un 39.4 por ciento no puede comprar lo suficiente para comer con el ingreso que recibe. México es uno de los países del mundo con mayor concentración de la riqueza, esta escandalosa realidad es la que se quiere proteger y mantener con pequeñas ayudas en dinero a la población marginada y, por tanto, la más proclive inconformidad.
Ahora bien, para cumplir con la tarea de contención social que tiene encomendada, el grupo que actualmente detenta el poder, es indispensable que se mantenga y fortalezca. Las ayudas en dinero también le han sido útiles para este propósito. Cuando llegaron las elecciones del seis de junio pasado, el régimen de la 4T acumulaba ya 30 meses de estar entregando dinero a la población; fueron, pues, un poderoso estímulo de los votos a favor de Morena. Nadie duda ya que la política electoral, la conquista de simpatías se manejaba desde Palacio Nacional. Prueba: una vez que los resultados no fueron de la entera satisfacción del verdadero Jefe de Morena, se despidió, no al secretario de acción electoral del partido, sino al Director de los programas insignia del gobierno de la República.
Hay evidencias suficientes de que el grupo en el poder se dio cuenta anticipadamente que los 300 mil millones repartidos cada año a 15 millones de beneficiados, no iban a ser suficientes para obtener los resultados electorales apetecidos, ya que una buena parte del electorado no tenía ni tiene nada que agradecer a Morena. Antes bien tiene muy presentes las más de 230 mil muertes (oficiales) por Covid-19, la violencia asesina, la incontenible emigración a Estados Unidos, la falta de medicinas, la fracasada educación a distancia y la carencia total de obra pública, entre otros graves problemas. Por eso, en muchos puntos del país, se echó mano del crimen organizado. El gobernador de Michoacán, Silvano Aureoles Conejo, que sabe lo que dice, declaró en días pasados a La Voz de Michoacán que, “si se hace un análisis en los estados donde ganó Morena, es dramática la injerencia de la delincuencia para imponer candidatos”. Y no solo declaró, se presentó a las puertas del Palacio Nacional a entregar las pruebas de su dicho.
Las ayudas en dinero a una parte de la población son impuestos que pagan los trabajadores, son dinero del pueblo que se le regresa al pueblo. Nada hay que agradecer. Menos aún si se entiende que no acaban con la pobreza, sino que son una herramienta para empujar votos a las urnas y son una poderosa, y hasta ahora eficaz, arma de contención de la inconformidad social para mantener la injusta distribución de la riqueza. Son para concentrar el poder que sirve para concentrar la riqueza. No son, pues, para liberar, son para esclavizar. En consecuencia, no agradecer, no resignarse. Así de sencillo.
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Escrito por Omar Carreón Abud
Ingeniero Agrónomo por la Universidad Autónoma Chapingo y luchador social. Autor del libro "Reivindicar la verdad".