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Ya de por sí a la mentada “Cuarta Transformación” le pasaba lo que hace algunos ayeres acontecía con la música a gogó, todo mundo hablaba de ella, pero nadie sabía en qué consistía. Andrés Manuel López Obrador lanzó al mercado electoral la idea de operar en México, una “cuarta transformación”. La primera sería, en su credo económico y social, la Revolución de Independencia; la segunda, la Reforma; la tercera, la Revolución acontecida entre 1910 y 1917; y ¿la cuarta? la cuarta sería la suya, lo que implicaría que quedaba colocado a la altura de Miguel Hidalgo, Benito Juárez y Emiliano Zapata o bien, de Venustiano Carranza, que era Presidente cuando se aprobó la Constitución que nos mantiene unidos, aunque ya no tan en paz, en el año de 1917 y que sintetizó lo logrado durante la etapa armada.
Pero, ¿en qué consistiría precisamente esa “Cuarta Transformación”? Nunca se ha precisado, no hay teoría al respeto. Pero si hablamos del pueblo llano, del trabajador del campo y la ciudad, la verdad es que desde 1810 en que se decidió seguir a Miguel Hidalgo, tomó heroicamente la Alhóndiga de Granaditas y venció al ejército español en el Monte de las Cruces, sigue esperando la transformación decisiva que le otorgue empleo, salario digno, medicina, educación de calidad, entorno saludable y la posibilidad de elegir a sus gobernantes sin restricciones ni manipulaciones. En fin, si aceptamos que las tres transformaciones anteriores, para el pueblo, solo llegaron hasta donde se organizaba y se regulaba su explotación y su sometimiento, si miramos, pues, a la realidad actual de los de abajo, no tendremos más opción que concluir que no hubo tales transformaciones, por lo que programar una “cuarta”, caería de lleno en el terreno de la demagogia y el engaño.
¿Qué queda entonces de “Cuarta Transformación”? En el terreno de las declaraciones y las promesas, queda “primero los pobres”. Pero los proyectos a los que se les ha invertido la mayor parte del presupuesto nacional no son en favor de una vida mejor para los pobres, no van a la creación de empleos bien remunerados ni a garantizar su salud o su educación, ni siquiera a hacer más amable el entorno en el que viven las incontables comunidades pobres en el campo y la ciudad, nada de eso, van a grandes proyectos de beneficio para los privilegiados de siempre (aunque hay quienes aseguran que serán grandes fracasos): un aeropuerto, un tren turístico, un tren para mover mercancías de los grandes capitales del mundo y una refinería para aprovisionar de combustible a las grandes fábricas.
A los “pobres primero”, solo se les instrumentaron “ayudas para el bienestar”. Pero es sabido que esas “ayudas para el bienestar”, con diferentes modalidades, han existido en nuestro país desde hace por lo menos 50 años y saben que nunca, ni aquí en México, ni en ninguna parte del mundo, han servido para acabar con la pobreza, sino para conservarla resignada, sometida y votando por los que son sus supuestos benefactores. Las “ayudas para el bienestar” son para arrancarle al pueblo su derecho inalienable a la gestión y a la lucha por su auténtico progreso. “A diferencia de otras latitudes, en México no hay necesidad de protestar en las calles en contra del gobernante, se puede acudir el domingo a la consulta de revocación de mandato”, dijo Andrés Manuel López Obrador (La Jornada, siete de abril de 2022). Más claro no canta un gallo.
Pero, algo, aunque fuera a nivel declarativo, algo les quedaba a los “izquierdistas” de la 4T para seguirla dragoneando de auténticos y únicos líderes y libertadores del pueblo trabajador, sobre todo ahora que podían presumir de que habían intentado estatizar la electricidad y habían sido derrotados por “traidores a la patria”. En esas estábamos, cuando el pasado martes 24 de mayo, Andrés Manuel López Obrador dijo, respondiendo a la pregunta de un periodista sobre la privatización del agua: “como dicen los académicos, no es malo per se el que una empresa administre la distribución del agua; lo que sucede por lo general es que hay corrupción, la variable, dirían los tecnócratas, corrupción, es la que lo echa a perder todo” y, para no dejar ninguna duda de su pensamiento auténtico, añadió: “cuando se habla del modelo neoliberal yo he llegado a sostener que, si el modelo neoliberal se aplicara sin corrupción, no sería del todo malo”.
Así de que finalmente salió el peine. López Obrador está a favor del neoliberalismo. El neoliberalismo es una concepción de política económica que sostiene que en el capitalismo, el bienestar del individuo se alcanza dejando que los problemas de qué, cómo y para quién producir, los resuelva el mercado sin ninguna interferencia del Estado, la mano invisible de la que alguna vez habló Adam Smith que en realidad es la ley del más fuerte. A los oligarcas de Estados Unidos les llegaron a estorbar los restos de la política del New Deal que instrumentó Franklin. D. Roosvelt para evitar una revolución como consecuencia del crack de 1929, y decidieron instrumentar el llamado neoliberalismo que acabó con sus vestigios en Estados Unidos y con sus remedos en el mundo.
Para el neoliberalismo, el Estado no debe intervenir en la economía, solo debe garantizar el derecho a la propiedad privada de los medios de producción y el ambiente necesario para la compra venta de mercancías, incluida la fuerza de trabajo. “No es malo per se el que una empresa administre la distribución del agua”, pero sin corrupción, sentenció el Presidente. O sea, no es malo que se le cobre al ciudadano la inversión para la tubería, no es malo que se le cobre la prestación del servicio y no es malo que se le cobre, incluso, el agua como recurso natural, o sea, viva el agua como mercancía, siempre y cuando sea “sin corrupción”. El Presidente avala que se acabe el Estado que otorga servicios subsidiados o gratuitos y aprueba que todo se entregue a empresas que persiguen la máxima ganancia, al mercado, los servicios médicos y la educación, tal como ya sucede con las autopistas en donde el que no paga no circula. Que tenga agua en su casa el que pueda pagar por ella, como prescribe la doctrina neoliberal, “no sería del todo malo”.
Algo, pues, aunque fuera a nivel declarativo, les quedaba a los “izquierdistas” para cubrir su deserción de la lucha en favor del pueblo y su paso con armas y bagajes a la oligarquía gobernante. Algunos vienen desde el Partido Comunista Mexicano y han pasado por el Partido Socialista Unificado de México, por el Partido Mexicano Socialista y por el Partido de la Revolución Democrática, para “ascender” finalmente a la suma y síntesis de la izquierda nacional, el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), fuera del cual, como en las sectas de fanáticos, todos son conservadores; otros “izquierdistas”, es cierto, no vienen de tan lejos, pero siempre han gritado que son la auténtica y verdadera izquierda que defiende al pueblo, la única que tiene el derecho indiscutible de hablarle y de hablar por él. Todo para que al final de cuentas, el dirigente teórico y práctico de la culminación de sus esfuerzos y sacrificios, les saliera con que es neoliberal, partidario del capitalismo salvaje, “aunque sin corrupción”. Lo dicho, les quitaron la escalera y se quedaron colgados de la brocha.
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Escrito por Omar Carreón Abud
Ingeniero Agrónomo por la Universidad Autónoma Chapingo y luchador social. Autor del libro "Reivindicar la verdad".