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Arnulfo Alberto Emiliano
Capitalismo e imperialismo
El mundo en el que vivimos se encuentra dominado por el capitalismo


Estados Unidos (EE. UU.) ha dado un paso arriesgado en su estrategia por mantener a toda costa su hegemonía global. El 23 de junio de los corrientes, el presidente de ese país ha autorizado un ataque aéreo ilegal contra instalaciones científicas de Irán, abriendo el camino para una escalada de violencia que no presagia nada positivo para ninguna de las partes. Pero pongamos en un contexto más general esta coyuntura geopolítica reciente. 

El mundo en el que vivimos se encuentra dominado por el capitalismo. La sociedad capitalista moderna presenta múltiples contradicciones internas, siendo la fundamental aquella que surge de la división entre la clase propietaria o capitalista y la clase trabajadora. La mayoría de los trabajadores en esta sociedad han sido disociados de sus medios de vida, por lo que tienen que vender su único activo, que es su fuerza de trabajo.

La competencia entre capitalistas estimula un cambio técnico constante y un aumento incontrolado en la producción de mercancías que no encuentran mercado para realizarse. Con la acumulación y centralización del capital, crece también la masa de trabajadores, cada vez más empobrecida.

Hegel, el gran pensador alemán ya afirmaba, prematuramente, que los problemas de sobreproducción en el capitalismo no pueden resolverse haciendo transferencias a los pobres con la esperanza de que su consumo realice el plusvalor, ni con la creación de empleos, como promueven los keynesianos. La única salida, aunque sea temporal, es exportar el problema, esto es, buscar mercados externos donde realizar el exceso de mercancías y donde invertir el excedente de valor. además, la expansión territorial permite apropiarse de materias primas, energéticos y mano de obra, todo esto para asegurar la acumulación constante de capital. 

Los múltiples desequilibrios internos inherentes a la sociedad burguesa, en este caso de la potencia capitalista en turno, EE. UU., lo elevan ineluctablemente a exportar sus problemas al resto del orbe, en particular al Medio Oriente, en busca de recursos materiales que aseguren las relaciones capitalistas de explotación en el seno de su sociedad. Para esto se sirve también del aparato estatal y principalmente de la maquinaria militar y policial de las potencias económicas más avanzadas con el único objetivo de garantizar la hegemonía capitalista mundial. Estos Estados pueden coaligarse temporalmente, aunque eventualmente sus contradicciones internas pueden llevarlos a la lucha interimperialista abierta, como ha ocurrido en las grandes guerras mundiales del pasado.

En los últimos años hemos sido testigos de varios eventos que constatan el apuntalamiento de este proyecto de expansión. Hay que ser claros en el sentido de que EE. UU. es el país que encabeza las fuerzas imperialistas que buscan el control absoluto y total sobre el mundo. Representa a las fuerzas de la violencia que buscan reforzar el predominio y los intereses de la clase capitalista en el mundo. En esta alianza supremacista se encuentran como subordinados países europeos, monarquías absolutistas del Medio Oriente y algún puñado de naciones de Asia, entre ellas Australia, Japón y Corea del Sur. 

Por el contrario, frente a estos países se encuentran otros muchos con trayectorias de desarrollo más atrasadas y que se hallan en desventaja frente al poderío militar y tecnológico de las potencias capitalistas. Sin embargo, han ido avanzando a pasos agigantados y el futuro se vislumbra más esperanzador para los deseos de emancipación de la humanidad.

En este contexto, debemos insertar el papel estratégico de la OTAN, quizá la mayor alianza militar del imperialismo y sus satélites subordinados de Europa, y su deseo de anexar a Ucrania a su área de influencia con el objeto de debilitar más el espacio de seguridad de Rusia y consolidar la dominación global del capitalismo. Mientras que, en Medio Oriente Israel es usado como punta de lanza para su agenda de dominio sobre toda esta región vital como fuente de materias primas y energéticos para la economía global. 

La mayoría de las naciones sometidas a la bota estadounidense busca la forma de liberarse de la tortura y las humillaciones, pero son pocas las naciones que desafían abiertamente al coloso autoritario. Al final de cuentas está en juego la vida de millones de personas y muchos prefieren agachar la cabeza y seguir en el juego capitalista de transferencia de valor de sus países a la metrópoli imperial. Entre las naciones valientes se encuentran Irán, Corea del Norte, China, Rusia, Venezuela y Nicaragua, que no temen desencadenar la venganza y brutalidad yanqui. Son naciones que enorgullecen a los luchadores por la libertad humana. 

La justificación para el más reciente ataque unilateral de EE. UU. y su peón israelí contra Irán es el supuesto desarrollo de armas nucleares por parte de Irán. Sin embargo, no presentan pruebas de esta acusación. Además, no hay que olvidar que la única potencia que ha usado armas nucleares de destrucción masiva dos veces en su historia es el imperio estadounidense, no ha sido Irán, no ha sido Corea del Norte, no han sido Rusia ni China. El país que presume de ser un defensor de las libertades civiles y los derechos humanos fundamentales ha asesinado despiadadamente a millones de mujeres y niños que no debían absolutamente nada al imperio, borrando de un plumazo ciudades enteras, contaminando el medio ambiente y el espacio de radioactividad y destruyendo generaciones enteras de cultura y civilización. 

No hay que engañarnos con discursos ni palabrería por parte de los políticos norteamericanos, porque en muchas ocasiones, quienes más usan el lenguaje de manera retórica son los que no dudan un segundo en masacrar y pulverizar culturas y sociedades enteras en nombre de sus intereses más oscuros. EE. UU. ha sido, es y será la mayor amenaza para la paz mundial. Los civiles japoneses son testigos de ello. La destrucción de sociedades enteras en el Medio Oriente lo demuestra. La humanidad ha sido testigo de ello sufriendo directamente las consecuencias. 

EE. UU., la hegemonía que sostiene al capitalismo por la vía de la fuerza y la violencia es el policía mundial que mantiene con respiración artificial las relaciones capitalistas de producción. Las mantiene con su aparato de violencia, su maquinaria lista para la guerra y la destrucción. En EE. UU., el dios capital, esa abstracción moderna, ofrece cotidianamente sacrificios humanos ante la máquina de muerte. El país más rico del mundo no busca cubrir las necesidades humanas, resolver sus contradicciones sociales internas, combatir la desigualdad o la pobreza, la falta de acceso a salud o educación; lo que busca es sostener la explotación asalariada y la apropiación privada de plusvalía y destina a ello ingentes recursos. 

Las trifulcas y sombrerazos entre republicanos y demócratas representan divisiones superficiales; al final del día, los intereses impersonales del imperio y su máquina de muerte van más allá de las nimias diferencias internas entre las élites. La penúltima muestra de arrogancia imperial tuvo una preparación en la que participaron dos administraciones, la de Biden y la de Trump. El Estado profundo, guiado por la dinámica capitalista, se impone a los deseos particulares de cualquier individuo. Está fuerza orilló y volverá a orillar, de ser necesario, a Donald Trump a traicionar a su base popular al apoyar incondicionalmente a Israel, tirar por la borda el derecho internacional y violar la soberanía nacional de Irán. 


Escrito por Arnulfo Alberto

Maestro en Economía. Candidato a doctor por la Universidad de Massachusetts Amherst, EE.UU.


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