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Los gobiernos del mundo occidental capitalista representan los intereses de los monopolios y el capital financiero y diseñan sus políticas para proteger e incrementar la acumulación, en la mayor cantidad, en el menor tiempo y con el menor riesgo. El Estado cumple la función de protector y facilitador, como hemos visto en México con el insultante aumento de las grandes fortunas en los sexenios anteriores, y muy destacadamente en el que recién concluyó. Hoy los magnates son más ricos y poderosos que nunca. Y a ello contribuyen el “ambiente de negocios”, jugosas concesiones, asignaciones directas; asimismo, un régimen fiscal inicuo y complaciente con las corporaciones empresariales, defendido a capa y espada por un presidente refractario a gravar las grandes fortunas. Incluye también una política que castiga el salario real (insisto, real), causa de salvaje explotación laboral, al imponer los salarios más bajos entre todos los países de la OCDE, aparejados con las jornadas más extenuantes. También incluye una política ambiental que permite a los poderosos consorcios extraer el agua que necesitan los pueblos y saquear y destruir los recursos naturales que constituyen nuestra riqueza nacional.
Para lograr su propósito requieren un Estado eficaz (muy importante, eficaz) que goce de legitimidad, respetable y respetado, fuerte, capaz de mantener el control político y evitar que se genere y desborde la inconformidad social. Ello implica diseño de leyes e instituciones que ayuden a controlar a las clases medias y trabajadores. Para lograr todo eso es condición indispensable ocultarles el carácter de clase del Estado; enturbiar su conciencia con mutaciones fenoménicas (es decir, en la apariencia de las cosas), que oculten la esencia capitalista, el compromiso permanente y firme del Estado con sus verdaderos dueños y, por el contrario, den la apariencia, lo más contundente posible, de que se gobierna para los pobres. Es una maravilla de mimetismo político, que tras los cambios de forma permite ocultar una realidad que permanece intacta; como hacía Proteo, dios marino capaz de cambiar de forma a voluntad para escapar de quienes pretendían atraparlo para así obligarle a adivinar las causas de los problemas y predecir el futuro. Cambiaba de forma, pero era el mismo: ahí radicaba el engaño.
Igual operan el Estado capitalista y el sistema partidista, uno de cuyos recursos favoritos es un discurso ilusionista que dé la apariencia exactamente opuesta a lo que realmente se hace, como fue precisamente el de López Obrador, y sigue siendo en la “Cuarta Transformación” que, tras una retórica edulcorada hacia los más pobres oculta un férreo compromiso con los más ricos. La palabra sirve así para enmascarar la verdadera naturaleza de este régimen. Otro instrumento de esta estrategia proteica es la tan traída y llevada “alternancia partidista”, que ofrece a las masas empobrecidas una ilusoria solución consistente, esencialmente, en magnificar los cambios de partido en el poder como solución mágica a las penurias sociales, que traen consigo el recambio de personas en los cargos públicos (aunque continúen las mismas pandillas), jóvenes por viejos, “caras nuevas”. Y así tienen al pueblo persiguiendo quimeras, sin advertir que el gran capital está oculto tras los diferentes “colores partidistas”, que muy poco le importan, y que pragmáticamente sabe utilizar. Es como si fueran los ocho tentáculos de un pulpo, pero pintados de diferente color, aparentemente diferentes.
Así es nuestra democracia y el sistema de partidos, adecuado a la protección y reproducción de un solo interés dominante; y precisamente por eso pueden trasvasarse políticos arribistas de uno a otro partido con la mayor facilidad, y ser bien recibidos; así se explica esa típica clase de saltimbanquis que forman parte del folklor político mexicano, que sin rubor alguno abandonan de la noche a la mañana el partido en que ayer militaban.
Finalmente, vale destacar otro de los recursos de este sistema de ocultamiento, consistente en negar al anterior funcionario, criticarlo, y a veces hasta encarcelar a uno que otro chivo expiatorio, para “diferenciarse de los de antes” y así conquistar la aceptación del electorado y preservar el poder. Panem et circenses (pan y circo), es la frase clásica atribuida al poeta Juvenal para exhibir el propósito distractor de los espectáculos en el circo romano, organizados por los emperadores para evitar que el pueblo conociera y pensara en sus verdaderos problemas. Y hasta hoy en México, esa antiquísima receta sigue funcionando a la perfección para controlar al pueblo, a los votantes, aprovechando su extrema necesidad y falta de conciencia política.
A manera de ejemplo, RT publicó en estos días una ilustrativa nota al respecto, que evidencia el pragmatismo de los partidos gobernantes, en este caso en Estados Unidos. Kamala Harris, quien sin duda alguna forma parte del grupo al que pertenece Joe Biden, representa los mismos intereses, a saber: los del complejo militar-industrial, y que ha sido copartícipe de la política antipopular y de todas las fechorías y crímenes de lesa humanidad cometidos por el actual gobierno estadounidense, busca ahora desmarcarse de su antecesor y cómplice al que ve desprestigiado, para así dar la imagen de que ella representa algo distinto, una cara nueva; como dice su eslogan de campaña “un nuevo camino a seguir”.
Dice así la nota: “Harris se distancia de Biden antes de las elecciones, según Axios. El presidente estadounidense es un recordatorio de los últimos cuatro años, no del ‘Nuevo camino a seguir’, aseveró una persona al tanto del asunto. La campaña de la vicepresidenta estadounidense, Kamala Harris, supuestamente no acepta cumplir el deseo del presidente Joe Biden de aparecer con ella en los últimos eventos partidarios antes de las elecciones presidenciales. (…) el equipo de Harris cree que Biden es ‘un lastre político’ en un momento crucial de la campaña (y) no quiere que él haga campaña por ella’ (…) (sus asesores) se muestran cautelosos a la hora de vincular a su candidata con el impopular presidente en la campaña electoral” (RT, 27 de octubre). Así pues, son exactamente lo mismo, pero ante los ojos del electorado necesitan “diferenciarse”. Cuestión de percepción, dicen.
Muy útil sería a la sociedad mexicana comprender que se la engaña con cambios de forma que no alteran la realidad profunda de las cosas; entender que Morena es el PRI renovado, continuación modernizada del viejo partido al que critica. En lo esencial, la realidad no ha cambiado; parafraseando la fórmula de Giuseppe Tomasi di Lampedusa en El Gatopardo: han cambiado todo para que nada cambie. Incorporan modificaciones en la envoltura política o jurídica, en la superestructura, dejando intacta la estructura económica, mientras la miseria aumenta. Un problema no resuelto, empeora. Más que un cambio de partido, el pueblo necesita un cambio de clase social en el poder, no transformaciones cosméticas, como la actual, que tiene ufana y satisfecha a la izquierda tradicional, tan afecta a las mascaradas.
Castro anunció sus primeras disposiciones para refundar al país, entre ellas subsidios a la educación y la energía, la protección de los recursos naturales y el respeto a los derechos humanos.
La diputada Daniela Álvarez rechazó la propuesta de la titular de la CNDH, Rosario Piedra, sobre eliminar el organismo y, por el contrario, alertó “es necesario reestructurar esta institución”.
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En Los Pinos ya hay mucho movimiento y es, fundamentalmente, porque las mudanzas están a todo lo que dan.
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La caravana migrante que se encuentra en San Cristóbal de las Casas en el estado de Chiapas avanza con rumbo a Tuxtla Gutiérrez y arribará el próximo viernes.
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Escrito por Abel Pérez Zamorano
Doctor en Economía por la London School of Economics. Profesor-investigador de la Universidad Autónoma Chapingo.