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La guerra en Ucrania (I de III)
La campaña mediática imperialista en contra de Rusia y su presidente muestra, de paso, que la libertad de prensa no existe, y que la maquinaria mediática es un arma más, para confundir, manipular y someter a los pueblos.
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Luego de insistentes propuestas de la parte rusa para resolver mediante diálogo el conflicto ucraniano, mismas que fueron altaneramente rechazadas, el 24 de febrero el gobierno de Vladimir Putin decidió entrar a Ucrania, en exigencia, principalmente, de frenar el avance de la OTAN hacia las fronteras rusas, concretamente a Ucrania y Georgia; detener el crecimiento nazi, cese al bombardeo y respeto a la libre determinación de Donetsk y Lugansk. La acción ha provocado una descomunal ofensiva mediática imperialista incitando a la violencia verbal y física contra Rusia y su presidente, quien defiende la soberanía nacional, a diferencia de su antecesor, Boris Yeltsin (1991-1999), que entregó bochornosamente su país a Estados Unidos (EE. UU.). Esta campaña muestra, de paso, que la libertad de prensa no existe, y que la maquinaria mediática es un arma más, para confundir, manipular y someter a los pueblos.

Veamos la historia. De antiguo, como provincias, Ucrania y Crimea fueron parte del imperio ruso; su pertenencia se consolidó en el Siglo XVIII en el reinado de Catalina la Grande. Con el triunfo de la Revolución de 1917 surgió un gobierno de obreros y campesinos que elevó a Ucrania a la categoría de república, entre las quince integrantes de la URSS, aunque, adviértase, incluyendo en ella, principalmente al Este y el Sur, territorios poblados, en abrumadora mayoría, por rusos. En 1954, con Nikita Jrushchov (ucraniano de origen) Crimea, rusa totalmente, fue cedida a Ucrania.

El imperialismo no tolera países con gobiernos de trabajadores, como el soviético, al cual empecinadamente buscó destruir, organizando primero una guerra civil (1918-1922). La segunda intentona fue la invasión de Hitler en 1941, que provocó la muerte de 27 millones de soviéticos. Por cierto, uno de los tres frentes del ataque fue dirigido al sur, a Kiev, capital de Ucrania, país donde había ya un movimiento nazi local: la Organización de Nacionalistas Ucranianos (OUN), comandada por un personaje llamado Stepán Bandera. Permítaseme exponer aquí algunos fragmentos del perfil biográfico de Bandera en Wikipedia (medio cuya orientación editorial lo hace libre de toda sospecha de simpatía socialista). “Desde 1943, la Organización de Nacionalistas Ucranianos realizó matanzas de polacos en Volinia y en el este de Galitzia, causando la muerte de hasta 100,000 civiles (…) los miembros de la OUN y del batallón Nachtigall (batallón alemán compuesto por soldados ucranianos) fueron los principales organizadores y ejecutores (…) los partidarios de Bandera nunca estuvieron en desacuerdo con la política alemana hacia los judíos, que llevó a la muerte a un millón y medio de judíos ucranianos (…) los nazis reclutaron a los seguidores de Bandera para actuar como policías de habla ucraniana (…)Tras la guerra, Bandera vivió en Múnich. La inteligencia británica lo utilizó para infiltrar agentes en Ucrania y recopilar inteligencia para ayudar a la clandestinidad ucraniana contra los Soviets”. Hoy, fiel a la tradición, el gobierno ucraniano instituyó el 1º de diciembre como día nacional, conmemorativo del nacimiento de Bandera.

EE. UU. e Inglaterra se han arropado con el mito de que ellos salvaron del fascismo al mundo; en realidad, como representantes del gran capital coinciden en su esencia con aquel, diferentes solo en la forma, aunque cada día menos. Así se explica que, concluida la Segunda Guerra Mundial, EE. UU. incorporara a altos jefes alemanes a la CIA y otras agencias: Wernher von Braun, diseñador de cohetes, fue nombrado jefe de la NASA. Del proceso de Nuremberg, donde se juzgó a los criminales de guerra, dice Josep Fontana: “gradualmente, sin embargo, las penas dictadas por los tribunales fueron rebajadas o conmutadas por las autoridades militares norteamericanas”.

Desaparecida la URSS en 1991, Ucrania sostuvo, como nuevo país, una relación de relativo respeto con Rusia, pero eso terminó en marzo de 2014 con el golpe de Estado, una revolución de color llamada “Euromaidán” (por la plaza que fue su sede). Gobernaba Ucrania como presidente democráticamente electo Víctor Yanukovich, quien se negó a firmar un acuerdo de incorporación a la Unión Europea, lo cual detonó la asonada nazi, alentada por Washington. Destacó ahí la participación de Victoria Nuland, exrepresentante de EE. UU. ante la OTAN y hoy subsecretaria del Departamento de Estado quien, violando esa soberanía nacional que dicen defender, personalmente repartía alimentos a los nazis sublevados en Maidán. “… Oleg Tsariov, diputado entonces de la Rada Suprema mencionaba que la diplomática estadounidense Victoria Nuland había afirmado que Estados Unidos había gastado cinco mil millones de dólares en favor de la ‘democracia’ en Ucrania” (Portalalba, 1º de febrero de 2022). Así se impuso como gobernante al multimillonario Petró Poroshenko y luego a Volodímir Zelenski.

Pero hay más. Recientemente, “En octubre, Victoria Nuland (…) viajó a Rusia y, en Moscú, amenazó con aplastar la economía rusa y exigió la renuncia del presidente Vladimir Putin” (Red Voltaire, 24 de febrero). En igual sentido, “El lunes, un portavoz del primer ministro británico Boris Johnson dijo que las sanciones contra Rusia ‘que estamos introduciendo, que grandes partes del mundo están introduciendo, son para derrocar al régimen de Putin’ (…) Más tarde Downing Street insistió en que el funcionario se había ‘equivocado’”. (wsws, cinco de marzo 2022). Ése es el verdadero fin, los nazis ucranianos y la OTAN son el ariete, y la propaganda, el humo.

Gobernando junto con ellos, Poroshenko promovió los batallones nazis, y sus organizaciones, Svoboda y Sector Derecho, que de unos centenares en 2014 pasaron a ser hoy un ejército de entre 10 mil y 20 mil efectivos. El periodista Thierry Meyssan reporta que Dimitrio Yarosh (recientemente nombrado consejero especial del jefe de las fuerzas armadas) fundó el Batallón Azov, dirigido hoy por Andrey Biletsky, con rango de coronel en la Guardia Nacional (Sputnik, 24 de febrero). Otros medios coinciden: “… The Jerusalem Post admitía que Putin tiene razón: ‘Ucrania está plagada de nazis (…) ha dado un paso peligroso que amenaza con dividir todavía más el país’, escribe en su artículo para Jerusalem Post Josh Cohen…” (CubaSí, siete de diciembre pasado). Estos son los herederos de Stepán Bandera, hoy al abrigo de EE. UU., la OTAN y toda su parafernalia mediática; son quienes cometen el genocidio y pretenden someter al Donbás, donde tras ocho años de despiadado bombardeo han muerto más de 14 mil personas. Precisamente, para detener esta masacre, silenciada por los medios occidentales, reaccionó Putin con la operación en Ucrania.

Víctimas de esta barbarie son las provincias surorientales de Lugansk y Donetsk, donde el 82 por ciento de sus habitantes habla ruso y quienes, agredidos, decidieron su independencia en referéndum en mayo de 2014. Poco antes, Crimea había hecho lo mismo (con el voto a favor de 96.8 por ciento de la población): se separó de Ucrania y pidió su regreso a su patria histórica, Rusia, cuyo idioma habla el 97 por ciento de sus habitantes, aunque la lengua oficial fuera el ucraniano. No deja de llamar la atención que en las repúblicas del Donbás: “… hay varios lugares donde se encuentran estatuas de Lenin y que la población local se siente muy identificada con la ex URSS y muy orgullosa de la victoria de la armada roja sobre el Eje” (Portalalba). Además, desde 2014, más de 700 mil habitantes del Donbás, de una población de 3.8 millones, han optado por la ciudadanía rusa.

Analistas y conductores de noticieros se hacen eco de la consigna norteamericana y claman contra la separación de Crimea y el Donbás, ocultando que son decisiones populares tomadas soberanamente. ¿Es que acaso esos pueblos no son libres de decidir a qué país quieren pertenecer? Cuando al imperio conviene un referéndum, lo defiende como “ejercicio democrático”, y cuando no, lo califica como “despojo”. Ejemplos. Escocia realizó uno en septiembre de 2014 para votar sobre su independencia del Reino Unido. El gobierno regional de Quebec, en 1995, realizó otro, donde su población decidiría sobre su permanencia en Canadá. La ONU, en 1999, aunque luego de un despiadado bombardeo norteamericano de ablandamiento, patrocinó un referéndum donde Kosovo decidió separarse de Serbia y convertirse en república. Insisto, ¿por qué ésos sí valen, y los de Crimea, Lugansk y Donetsk, no?


Escrito por Abel Pérez Zamorano

Doctor en Economía por la London School of Economics. Profesor-investigador de la Universidad Autónoma Chapingo.


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