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El Programa de Evaluación Internacional de los Estudiantes (PISA, por sus siglas en inglés) es una prueba de conocimiento y habilidad en Matemáticas, Lectura y Ciencias, que realizan los estudiantes de entre 15 y 16 años. En México, en 2022, hicieron la prueba seis mil 288 jóvenes de 280 escuelas; 87 por ciento de éstos estaba inscrito en primero de preparatoria; esto significa que eran estudiantes que habían logrado egresar de la secundaria y que formaban parte del 63 por ciento de jóvenes que había ingresado al bachillerato, lo que implica decir que no formaban parte de los estudiantes con peor desempeño académico en la secundaria ni de los hogares con los problemas económicos más graves.
Los resultados de México son malos. El puntaje promedio de los estudiantes de nuestro país ocupa el lugar 35º entre los 37 países que forman la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). En las tres áreas del conocimiento que se evalúan, el promedio que obtienen los estudiantes mexicanos está por debajo de la media global. En Lectura, sólo la mitad de los jóvenes comprende la idea principal de un texto corto, identifica información específica y puede reflexionar sobre el propósito y la forma del texto; y apenas uno por ciento alcanza los niveles más altos de habilidad en Lectura. En Matemáticas, uno de cada tres puede traducir una situación sencilla en un planteamiento matemático y ninguno alcanza los resultados más altos de la prueba. En Ciencias sólo la mitad puede identificar un planteamiento científico básico y tampoco ninguno alcanza a desarrollar las habilidades de pensamiento científico más desarrolladas. Lo más grave es que los resultados de México en PISA han ido empeorando desde 2008 y los obtenidos en 2022 están al mismo nivel que en 2005.
En el reporte de resultados de PISA 2022, titulado El estado del aprendizaje y la equidad en la educación, hay un complemento importante a los promedios citados. Se muestran también las brechas de conocimiento entre los estudiantes pobres y los ricos. Es bien sabido que las condiciones económicas de los hogares juegan un papel determinante en el desempeño escolar de los jóvenes. Sólo a modo de ejemplo citamos que, en México, 80 por ciento de los jóvenes de los hogares del X decil de ingreso (el 10 por ciento más rico de los hogares) concluye estudios de preparatoria, mientras que los jóvenes del I decil (el 10 por ciento más pobre de los hogares) apenas lo logra la mitad.
Volviendo al reporte de PISA 2022, los analistas compararon los resultados de los estudiantes más pobres con los de los más ricos. El primer grupo obtuvo en promedio 58 puntos menos en la prueba de Matemáticas que el grupo de los más ricos (370 y 428, respectivamente). En el caso de México, entre 2012 y 2022, la brecha de conocimientos entre ricos y pobres no se ha reducido ni ampliado; incluso es menor que la brecha promedio entre los países de la OCDE, pero por la razón equivocada. No es que los resultados de los estudiantes pobres estén más cerca de los resultados de los ricos porque sean buenos o hayan mejorado, sino porque los resultados de los estudiantes ricos o “más favorecidos” son malos y han empeorado. Muestra de ello es que prácticamente ningún mexicano alcanzó los niveles superiores de conocimiento en las áreas evaluadas, mientras que nueve por ciento del total de los evaluados sí lo hizo en Matemáticas; siete por ciento, en Ciencias; y siete por ciento, en Lectura.
Los resultados de otros países muestran que hay sistemas educativos cuyo diseño permite abatir las brechas en los logros académicos de los estudiantes, amén que persistan las económicas. Países como China logran resultados menos desiguales entre estudiantes pobres y ricos o en los que los resultados de los estudiantes están menos relacionados con su nivel económico.
Los resultados de los jóvenes mexicanos en PISA evidencian la crisis del sistema educativo de México. No obstante, esta crisis no se explica exclusivamente por las fallas en este sistema, hay que buscar sus causas también fuera, fundamentalmente en el modelo económico que subyace al sistema educativo. Esto es, hay que buscar las causas en el modelo económico vigente que garantiza al uno por ciento más rico que la mayor parte de la riqueza producida vaya a parar a sus manos, mientras condena a la sobrevivencia, con más o menos carencias, a la gran mayoría de nuestro pueblo. Para el desarrollo de este modelo dirigido y volcado a las exportaciones de mercancías que sólo son ensambladas en México, no se requiere jóvenes educados, con conocimientos científicos básicos que les permitan tener una posición crítica, una visión científica de su vida; sino, brazos dispuestos al trabajo mecánico, obedientes, con pensamiento mágico que les haga creer en redentores ajenos a él mismo. En este modelo, la educación no es un medio para abatir las inequidades del sistema, sino para potenciarlas. Este modelo es el que sostiene el gobierno de la 4T que, a falta de una auténtica política de redistribución de la riqueza y el ingreso, mantiene programas de transferencias a fin de mediatizar la demanda de verdadera justicia social para el pueblo trabajador.
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Escrito por Vania Sánchez
Licenciada en Economía por la UNAM, maestra en Economía por El Colegio de México y doctora en Economía Aplicada por la Universidad Autónoma de Barcelona (España).