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En una economía capitalista, tanto los impuestos como los salarios tienden a reflejarse en un aumento generalizado de precios, pues los dueños del dinero en el mundo de los negocios no tienen ninguna intención de sacrificar sus sacrosantas ganancias; y todo incremento en los costos de producción lo trasladan de inmediato a los precios finales de los productos. Pues bien, para los propietarios de las empresas, tanto los impuestos como los salarios forman parte de los costos de producción y, por lo mismo, cualquier aumento en ambos disminuye sus ganancias; entonces, para compensar esta pérdida, incrementan los precios finales de sus productos en el mercado. El resultado final de tal política es claro: aumento de los precios de las mercancías y el surgimiento de un proceso inflacionario.
Respecto al reciente incremento al salario mínimo en México, podemos leer lo siguiente en la página de Internet de la Secretaría del Trabajo y Previsión Social (STPS): “Consecuente con la nueva política salarial, el Gobierno de México alcanza por segundo año consecutivo, en beneficio de millones de trabajadores y trabajadoras, los consensos necesarios con los sectores obrero y empresarial para lograr un aumento de 20 por ciento al salario mínimo en 2020, cuyo monto fijo será de 123.22 pesos diarios”. Esta nueva cuota salarial derivó de un aumento de 20.54 pesos por ocho horas de trabajo, que, aplicada a la anterior de 102.68 pesos, resultaron los 123.22 diarios hoy vigentes y un alza de 2.56 pesos por cada hora de trabajo. Aparentemente, se trata de un aumento significativo, pero, como escribió Carlos Marx en su estudio Salario, Precio y Ganancia: aun cuando el obrero gana, pierde; porque ese incremento “se diluirá” con el alza de los precios de las mercancías que el obrero compra para subsistir.
El salario mínimo en México trae, desde los años 90 a la fecha, una caída del 70 por ciento de su capacidad adquisitiva. Esto significa que su actual incremento del 20 por ciento lo mantiene aun con una pérdida del 50 por ciento de su capacidad adquisitiva. Pero eso no es todo. Si consideramos que los 123.22 pesos, que hoy se pagan por cada ocho horas de trabajo, equivalen a 0.82 dólares por hora (cifra ajustada al precio del dólar en pesos vigente en estos días: 18.77 pesos) y en Estados Unidos (EE. UU.) el pago por hora es de 10.80 dólares, podemos deducir que los trabajadores mexicanos de salario mínimo ganan 13 veces menos que sus similares de EE. UU. por realizar las mismas labores y que, asimismo, su condición socioeconómica se mantiene precaria.
En materia de impuestos, el gobierno de la “Cuarta Transformación” (4T) afirmó que no habría incremento de tasas impositivas, ni creación de nuevos impuestos. Sin embargo, su política fiscal es la misma respecto a la del “gobierno neoliberal” de Enrique Peña Nieto; ya que cobra las mismas tasas y, por el contrario: en vez de bajar de inmediato el Impuesto Especial a Producción y Servicios (IEPS), como prometió en el caso de las gasolinas, lo ha estado elevando desde el año pasado. Efectivamente, “la cuota de IEPS para las gasolinas menor a 91 octanos (Magna) se ubicó en 4.95 pesos por litro, de gasolina mayor a 91 octanos (Premium) en 4.18 pesos por litro y el Diésel en 5.44 pesos por litro... En los combustibles se tendrá un incremento de 2.911, 2.956 y 3.030 por ciento, respectivamente”. “La cuota aplicable a tabacos labrados quedó en 0.4944 pesos por cigarro y de bebidas saborizadas en 1.2616 pesos por litro”.
Este aumento de impuestos, como hemos dicho, no lo absorberán las empresas y este hecho es reconocido por el director del Instituto para el Desarrollo Industrial y el Crecimiento Económico (IDIC), José Luis de la Cruz, quien aseguró que “la cuota va a trasladarse a la venta de las gasolinas, cigarros y bebidas saborizadas, porque difícilmente van a poderlo absorber”. El Economista (31 de diciembre de 2019).
El resultado ya está a la vista: del precio promedio de 20.76 pesos de la gasolina en el segundo semestre de 2019, en los primeros días de enero subió a 20.82 pesos; es decir, creció seis centavos. Esta alza, aunque parezca poca, no resulta ínfima cuando se considera que el precio de las gasolinas, al término de 2018 –cuando Peña Nieto aún era Presidente– correspondía 19.2 pesos; hoy con Andrés Manuel López Obrador (AMLO) y la 4T en el gobierno, son un peso con 62 centavos más caras. ¿Eso no puede considerarse un “gasolinazo”? Claro que lo es y refleja el doble discurso que se usa en favor de los pobres, pero con una realidad en su contra.
Otro hecho que atenta contra los trabajadores es que, con la desaparición de los servicios del Seguro Popular, la gente pobre ahora tendrá que pagar alrededor de 500 pesos diarios por el uso de una cama en hospitales públicos. Y si esto no fuera suficiente, en el Estado de México se aprobó un alza del transporte que golpea directamente a los trabajadores, pues los pasajes subieron dos pesos en promedio.
Una encuesta del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) realizada el año pasado, reveló que 29 de cada 100 trabajadores ganaban un minisalario; y en septiembre de 2019, información periodística permitió conocer que la adquisición de una canasta básica integrada por 80 alimentos frescos, abarrotes, artículos para higiene personal y productos para limpieza del hogar, implicaba un desembolso promedio de dos mil 739.42, monto equivalente “al 89 por del salario mínimo”, entonces vigente (La Jornada, 16 de octubre de 2019). “Hoy adquirir una canasta básica de 80 alimentos, implica un gasto por jefe de familia de hasta tres mil pesos, el año pasado alrededor de dos mil quinientos pesos”. (El Heraldo de Tabasco, 8 de enero de 2020).
Como se ve, para los capitalistas, la economía no puede basarse sino en su afán de lucro, en su individualismo y en negar al pueblo trabajador como el verdadero creador de la riqueza, de la cual ellos se apropian en su condición de dueños del capital. Por ello, no aceptan absorber los incrementos en salarios e impuestos y, cuando éstos suben –aunque sea marginalmente– de inmediato los trasladan a los precios para, de ese modo, mantener vacío el bolsillo de los trabajadores. Queda claro que la economía del país debe pasar a manos de los trabajadores para que las políticas económicas se hagan siempre pensando en el pueblo que hoy crea la riqueza, pero que no disfruta de ella.
Ojalá estos hechos demuestren a muchos mexicanos que el gobierno de la 4T, que se denominó popular y favorable a los trabajadores, los ha dejado en el desamparo económico una vez más.
Para que el pueblo sea feliz, debe tener trabajo bien remunerado, buena vivienda, salud, educación para sus hijos, transporte de calidad, acceso a la cultura.
Mientras el reloj de 365 días empieza correr, inician las funciones para distraer a las mayorías de sus verdaderos problemas.
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Escrito por Brasil Acosta Peña
Doctor en Economía por El Colegio de México, con estancia en investigación en la Universidad de Princeton. Fue catedrático en el CIDE.