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Ya es imposible negar o refutar, a pesar de toda la hipocresía de los medios de comunicación, que el mundo globalizado, el sistema mundo o el capitalismo global (las diferencias entre estos conceptos son apenas formales), sufre una transformación estructural. La fase depredadora del capitalismo, el neoliberalismo, no encuentra ya cauces para el excedente de capitales; la salida que las guerras le prestaban en otra época para sembrar el “imperio del caos” o la “doctrina del shock” se enfrentan a una tenaz resistencia en África, Asia y Europa Oriental. La oleada de levantamientos y transformaciones políticas, que no necesariamente son en todos los casos revolucionarias, se extienden en las antiguas colonias y en muchas de las naciones que por décadas se habían mostrado serviles o, como en Egipto y Arabia Saudita, solapadoras de las infamias imperialistas.
Sin embargo, dado que no nos es dado perder nunca de vista la realidad concreta, surge una pregunta pertinente. ¿Qué pasa en Latinoamérica? Mientras el mundo se conmueve hasta sus cimientos, el subcontinente parece adormecido, dominado por la misma contradicción que ha guiado su vida política desde hace más de 70 años: la “izquierda” y la derecha, enfrascadas en una disputa interminable por el poder. Como una eterna montaña rusa, las dos fuerzas alternan, a veces de forma pacífica, otras violentamente, su lugar en el gobierno. Nos encontramos hoy con una Argentina dividida entre la moderna ultraderecha representada por Javier Milei y la “izquierda”, a cuya cabeza se encuentra el exsecretario de economía del oficialismo: Sergio Massa. Perú, que celebraba apenas hace unos años el triunfo sobre la dictadura fujimorista, hoy se encuentra víctima de un golpe de Estado encabezado por Dina Boluarte y el ala más conservadora de la nación. Uruguay, después del “candoroso” gobierno de “izquierda” de Pepe Mujica, que permitió la continuidad de su partido en el poder con Tabaré Vázquez, no pudo evitar el regreso de la derecha con Luis Lacalle Pou. En Chile, el pueblo creyó desplazar definitivamente el neoliberalismo de Sebastián Piñera con el ascenso de un partido “multicultural” de “izquierda” encabezado por el joven Gabriel Boric, una “bocanada de aire fresco” para la nación que, tal y como sucede en México, terminó siendo en realidad un profundo respiro para la política neoliberal.
¿A qué se debe el fracaso de la izquierda en Latinoamérica? Más allá del innegable resurgir de la derecha, que puede leerse como la otra cara de la moneda de un mismo fenómeno, nos interesa saber qué ha hecho que la izquierda latinoamericana haya perdido la confianza de la gente; cómo y en qué medida fue despojada de todo su contenido revolucionario y si tiene todavía la posibilidad de encabezar las grandes transformaciones que la realidad demanda en los países latinoamericanos.
La razón primera de esta descomposición radica en el carácter neoliberal de la “nueva” izquierda. Más allá de la prédica populista, que puede adoptarse tanto en los discursos de derecha o de izquierda, la realidad es que los nuevos partidos que se cubren con la bandera de las “masas” están incapacitados para combatir las bases del sistema económico que son las que, en el fondo, empobrecen a las grandes mayorías, a los trabajadores. Las nuevas izquierdas del continente no plantean, en ningún momento, un cambio radical, han abandonado “la creencia en el socialismo por la creencia en el capitalismo democrático”. En otras palabras, pretenden mejorar la vida de las grandes mayorías dejando intactos los intereses del capital, nacional y trasnacional. Esta “izquierda neoliberalizada” está destinada, a corto plazo, a ser repudiada y despreciada.
En segundo lugar, es una izquierda impopular y desorganizada. A diferencia de los movimientos multitudinarios de la década de los sesenta, la izquierda de hoy no tiene base social. Su lucha es puramente “institucional”, desligada de los intereses reales de los trabajadores y, sobre todo, de los nuevos grupos sociales que en esta clase se han abierto. A diferencia de la contradicción general, pero particularmente occidental, que oponía a la clase obrera frente al empresariado, la realidad latinoamericana, con una gran mayoría campesina, reclamaba que existieran reformas destinadas a aglutinar los intereses del campesinado. Hoy no sólo el campesino queda fuera de los planes de lucha de la izquierda, grupos sociales más complejos, como los jóvenes, tienden de manera cada vez más clara hacia la derecha. En Argentina, por ejemplo, el 40 por ciento de los jóvenes de entre 16 y 30 años apoyan a Milei. Esta derechización de la juventud requiere un análisis aparte, pero no deja de ser preocupante. En síntesis, estamos frente a una izquierda sin base social, sin organización real, burocratizada y, por lo tanto, despreciada por gran parte de la población.
El capitalismo del Siglo XIX no es exactamente el mismo que el del Siglo XXI, sin embargo, los fundamentos del sistema son esencialmente los mismos.
No hay diferencias de fondo en lo que se quiere presentar como dos proyectos de nación diferentes. Son dos caras de la misma moneda que sólo se distinguen por su grado de derechización.
Vivimos una época que profesa un culto exagerado al "winner", el concepto de ganar o ganar. Dejando de lado la educación del deportista, el deporte triunfa en una sociedad altamente competitiva.
Hoy el mundo abre una posibilidad sin precedentes. La realidad está reclamando un cambio. Éste, sin embargo, más allá de análisis teóricos y académicos relegados por la historia, tiene sólo dos vías: socialismo o barbarie.
¿Quiénes se benefician y qué lograron con la masacre? Nada en claro, más que desestabilizar al recién reelecto presidente Vladimir Putin. Pero no consideran que, lejos de lograrlo, solamente consiguieron unificar con mayor decisión al pueblo ruso.
El municipio de Tecomatlán en el estado de Puebla vive en paz y tiene un progreso material y espiritual muy poco común en nuestro país. Veamos por qué.
Para mayor realce, esta obra no se circunscribe a un análisis coyuntural: es la visión de toda una época histórica, de sus raíces y perspectivas: el fin del imperialismo.
El arte le ha servido a la Iglesia, a las élites económicas y políticas y ahora sólo a los propios artistas. Como tesis, el arte renacentista cumplió su función de adoctrinar, pero fue superado con la síntesis que realizó el muralismo mexicano.
El Encuentro Nacional de Teatro organizado por el Movimiento Antorchista es un evento atípico en el sistema cultural mexicano.
Pocas voces se han alzado en EE.UU. contra esta política, como el senador Bernie Sanders: "Durante los últimos 200 años, nuestro país ha operado bajo la Doctrina Monroe... de que... (tenemos) derecho de intervenir contra cualquier otro que pueda amenazar nuestros supuestos intereses”.
A las once de la noche con un minuto, hora de México, del pasado lunes tres de marzo, las doce de la noche con un minuto del día cuatro, hora de Estados Unidos (EE. UU.), entraron en vigor los anunciados impuestos a mercancías que nuestro país exporta a EE. UU.
Si el arte en nuestros días está en crisis, no es peregrino buscar las causas en las crisis económicas del capitalismo, primero, y después, en la crisis existencial y desesperanza que sufre la humanidad.
México no es un país libre. Fue primero colonia de España durante tres siglos y poco después de su independencia formal quedó sometido a un régimen neocolonial por Estados Unidos.
En México se observa que el acceso a la educación presenta serios obstáculos. Los expertos aseguran que la asignación del presupuesto a la educación no es correctamente fundamentada.
Este año será difícil para el pueblo de México porque el modelo económico que el gobierno de Morena ha impuesto es conocido como neokeynesiano, que se caracteriza por fortalecer la capacidad de compra de los ciudadanos mediante el incremento de sus ingresos.
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Escrito por Abentofail Pérez Orona
Licenciado en Historia y maestro en Filosofía por la UNAM. Doctorando en Filosofía Política por la Universidad Autónoma de Barcelona (España).