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El criterio que nos ayudará siempre a determinar si algo es verdadero o es falso, es la práctica, según señalan los filósofos materialistas dialécticos. Efectivamente, una cosa es lo que uno diga o la impresión que uno tenga de la realidad, y otra cosa es la realidad en sí misma. Para poder conocer a fondo un fenómeno debemos estudiarlo y dudar de lo que creemos sobre él hasta ver que nuestro pensamiento corresponda con la realidad. Precisamente porque a primera vista no siempre queda al descubierto la verdad de los fenómenos, mucha gente puede ser engañada o manipulada con relativa facilidad; y creer lo que alguien diga sin ver la realidad de fondo y tardarse en descubrir el engaño. En ese sentido, el Presidente de la República ha dicho una y otra vez que se acabó la época neoliberal y que entramos en el “postneoliberalismo”. ¿Es así?
Eso es lo que dice el Presidente, pero la realidad tiene otros datos. Efectivamente, ¿cómo puede calificarse la firma reciente del nuevo tratado de libre comercio llamado T-MEC? ¿se puede decir que es un tratado “postneoliberal”? Definitivamente, no. El T-MEC es neoliberal. Y esto es lo que no ve la gente que votó por López Obrador, ni sus fieles seguidores; pero es necesario abrir los ojos al pueblo de México.
El criterio de verdad, como hace tiempo que se sabe, es la práctica; ésta demuestra que, antes de considerar algo como verdadero, hay que dudar de nuestros sentidos, lanzar una hipótesis sobre el fenómeno en estudio y, luego, ir a la práctica a ver si nuestro pensamiento se acepta o se rechaza. En este sentido, la hipótesis sería “si ya abandonamos el neoliberalismo, ¿pasamos a otra etapa?” y la respuesta es “no, no hemos pasado a una nueva etapa posterior”. Estamos justamente en pleno neoliberalismo y, lo peor, un neoliberalismo deteriorado por políticas asistenciales y por falta de crecimiento económico, gracias a la suma de ocurrencias.
El nacimiento del capitalismo como fruto del desarrollo del feudalismo y como superación necesaria de éste tuvo el proteccionismo como una condición necesaria para su existencia y desarrollo pues, así, los inversionistas nacionales podrían vender sus mercancías sin la competencia de productores extranjeros, que podrían comerciar más barato y desplazar los artículos nacionales. Conforme los mercados locales se fueron saturando de los artículos fabricados por la industria nacional, fue necesaria la apertura de nuevos mercados y, con ello, la petición en ciernes de derribar las barreras nacionales para abrir paso al comercio internacional con mayor fuerza y sin barreras físicas o administrativas; sin embargo, como siempre, los Estados poderosos pedían que se abrieran las fronteras de otros países, menos del suyo. Las pugnas internas, por ejemplo, en Inglaterra entre los librecambistas (fabricantes) y los proteccionistas (agricultores) fue famosa, pues los industriales consideraban que bajarían sus costos de producción en la medida en que el trigo continental fuera más barato que el trigo que debían comprar en Inglaterra y, por lo mismo, el pan era más caro por ser hecho con trigo inglés. El resultado final fue el triunfo de un liberalismo parcial, donde siempre salían perdiendo los países más débiles a los que les imponían la apertura por la fuerza.
La liberación de los mercados sufrió un cambio cualitativo con la saturación de capitales. El proceso de acumulación de capital llevó a las naciones a tener capital suficiente, pero no tener dónde invertirlo en el propio país y, por lo mismo, tanto la necesidad de vender mercancías, como la necesidad de colocar los capitales acumulados y ávidos de ganancia, obligó a los dos grandes repartos del mundo mediante las dos guerras mundiales, de las que nace un poderoso e imperialista país: Estados Unidos (EE. UU.). Después de las dos guerras mundiales, vino un proceso de proteccionismo en el mundo, hasta los años ochenta.
En los años ochenta se puso nuevamente de moda el libre comercio; regresaron las teorías de las ventajas comparativas y competitivas de Ricardo en materia de comercio internacional y se renovó la necesidad de hablar del libre comercio y de todos los “beneficios” para los países que se especializaran en aquello para lo que tienen ventajas comparativas y competitivas. El resultado fue claro: los países que adopten la medida imperialista del libre mercado les aplaudirían atronadoramente; para aquellos que no quisieran abrirse a los mercados de mutuo proprio, le mandarían las milicias para abrir el mercado y apoderarse de los recursos naturales (Panamá, Irak, Afganistán, etc.); o bien, generarían procesos de desestabilización interna para que las derechas o izquierdas lacayas se hicieran del poder y decretaran, desde ahí, el libre comercio (Egipto, Libia, etc.).
El resultado es conocido: México fue de los que se adhirió de mutuo proprio, en 1986, al Acuerdo General de Tarifas y Comercio (GATT, por sus siglas en inglés) y, en 1993, el Senado de la República aprobó el Tratado de Libre Comercio para América del Norte (TLCAN). Éste fue el inicio de una época llamada neoliberal. Neo porque ya había nacido la época liberal señalada antes someramente. Se nos vendió la idea de que, con la caída del bloque socialista y con la teoría de las ventajas comparativas, nos iría mejor; que los países crecerían mucho y que el resultado del comercio sería de gran beneficio para la población, porque aunque el comercio enriquezca a unos cuantos, éstos invertirían su capital y, de manera gradual, la riqueza “gotearía”; y más, si interviene el estado para ayudar a la “libre empresa” a lograrlo, lo que no sucedió, aunque sí se incrementó la pobreza como nunca y sí se concentró exorbitantemente la riqueza en unas cuantas manos.
Y en estos tiempos, el gobierno de la “Cuarta Transformación”, lejos de abandonar el modelo neoliberal, lo confirma con dos acciones concretas: la firma del T-MEC y la profundización de su recomendación neoliberal de dar dinero a la gente en efectivo para incentivar el consumo; sin embargo, la esencia concentradora de la riqueza y la generación de riqueza basada en el trabajo ajeno no se han acabado y, con la firma del T-MEC y la sustitución de obras de infraestructura para el pueblo por la entrega de tarjetitas con una mísera cantidad de dinero no acabará con el neoliberalismo; por el contrario, lo profundizará. AMLO es, por tanto, neoliberal.
Este dato representó su nivel más alto desde la primera quincena de marzo de este año, donde se ubicó en 3.71 por ciento.
He aquí en acción el poder absoluto de un solo hombre sobre toda una nación y sus instituciones; sí, de aquellas que desde hace años mandara “al diablo”.
Taibo II está enterado desde diciembre pasado y decidió dejar en el cargo a Montt.
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Escrito por Brasil Acosta Peña
Doctor en Economía por El Colegio de México, con estancia en investigación en la Universidad de Princeton. Fue catedrático en el CIDE.