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Al borde de la quiebra, EE. UU. extorsiona a socios y aliados
La acometida comercial del mandatario de Estados Unidos (EE. UU.), Donald Trump, contra la República Popular China (RPCh) se ajusta plenamente a lo que en su tratado De la guerra, el teórico militar alemán Carl von Clausewitz llamó una “guerra por otros medios”.
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La acometida comercial del mandatario de Estados Unidos (EE. UU.), Donald Trump, contra la República Popular China (RPCh) se ajusta plenamente a lo que en su tratado De la guerra, el teórico militar alemán Carl von Clausewitz llamó una “guerra por otros medios”.

Esta ofensiva económica, sin embargo, se desarrolla globalmente y tiene como objetivo socavar a todos los Estados nacionales con extorsiones comerciales y chantajes políticos, que compiten con EE. UU., incluidos sus socios de América del Norte, México y Canadá, y varias potencias de la Unión Europea (UE).

Pero, además, en el frente de batalla contra China el dominio político-tecnológico del Siglo XXI está de por medio; y en el ámbito global, un nuevo orden político liderado por Beijing y Moscú se halla en marcha, en cuyo diseño no intervienen los intereses de las corporaciones del imperialismo yanqui.

Consciente de la zozobra en que se encuentra el capitalismo, Donald Trump pretende resistir la debacle con la añeja estrategia de aplicar altos aranceles a las exportaciones de socios y rivales, lo que equivale a darse un “tiro en el pie” porque su país ya no tiene la hegemonía de hace un cuarto de siglo.

La imposición unilateral y a modo de “castigo” de gravámenes a los bienes importados simbolizó la encrucijada económica y geopolítica en la que hoy se halla EE. UU., así como el pésimo estado de salud mental del Tío Sam, que no midió las consecuencias políticas y comerciales de su decisión.

Horas después de que ésta se hiciera pública, en los sectores financieros, comerciales y fabriles estadounidenses surgió el repudio a las primeras 26 órdenes ejecutivas de Trump, como lo evidenciaron los índices a la baja de las empresas bursátiles Dow Jones, el S&P y el Nasdaq.

Intimidación 2.0

Este mal inicio de su gestión no impactó en el magnate inmobiliario, quien insiste en gobernar con órdenes ejecutivas (decretos) y en desdeñar los efectos de sus caprichos. Por ello, crecen las denuncias en su contra por anular derechos sociales ganados democráticamente hace más de 70 años.

Cabe recordar que históricamente EE. UU. no ha respetado sus acuerdos y ha aplicado aranceles a aliados, socios y rivales para evitar que compitan con sus sectores internos, y que ahora está llevando esa práctica a extremos con los que desea reconfigurar el comercio de las naciones exportadoras.

Por ello, se le acusa de “desatar el caos” y una crisis constitucional por ampliar su poder personal y desafiar las bases legales definidas en su país desde hace dos siglos. Pero Trump mantiene su estrategia de miedo y trata de mostrar al mundo que es mejor su política de destruir que la de construir.

Su acritud verbal y la postura de que no hay más reglas que las suyas han aumentado la desconfianza en su administración tanto en EE. UU., como en el mundo; y a menos de 60 días de su arribo a la Oficina Oval, su estrategia de extorsión político-comercial contiene la mejor arma en su palabra favorita: “arancel”.

A China, su principal enemigo, le aplicó un arancel adicional del 10 por ciento al 10 por ciento ya impuesto un mes antes. Para el coloso asiático fue el acto unilateral y específico de un matón frente al que reaccionó con la imposición de 15 por ciento de aranceles al pollo, algodón y trigo, así como del 10 por ciento a la soya, ternera, cerdo, frutas, verduras y lácteos.

A las exportaciones de México, el 47º presidente de EE. UU. les anunció aranceles de 25 por ciento en “castigo” por no impedir el tráfico de fentanilo y la inmigración indocumentada, con lo que derogó de facto el Tratado México, Estados Unidos-Canadá (T-MEC) que en 2019 calificó como “el mejor”.

Sin embargo, cuando a principios de marzo confirmó la imposición de aranceles, el mercado interno respondió tranquilamente, pero la U.S. American Chamber of Commerce local no lo respaldó abiertamente y los 50 grandes empresarios exportadores se alinearon con el gobierno y el peso resistió al embate.

Hoy, quienes se benefician con esa política arancelaria pertenecen a los grupos ideologizados desdeñadores de inversiones y a las pequeñas y medianas empresas. Estos hechos eran inéditos tanto en México como en EE. UU., escribió Enrique Dussel.

A la vez, los casi 130 millones de mexicanos han constatado que la intimidación es la única política del presidente estadounidense, quien ha presionado a Canadá de la misma forma, pero su gobierno recurrió a medidas espejo: aplicó aranceles a las exportaciones de EE. UU. por valor de 30 mil millones de dólares (mdd) que, en 21 días, sumarían los 107 mil mdd.

Sorprendido por esta actitud contra su histórico aliado en aventuras bélicas, el 1° de marzo, el diario estadounidense The New York Times alertó que “para Trump los gravámenes son su mayor y único juego económico”, advirtiendo lo que en breve ocurriría: la aplicación de aranceles de 25 por ciento a la Unión Europea.

La respuesta de los Veintisiete fue inmediata: que en abril impondrán aranceles por 28 mil 330 mdd a productos como whisky bourbon, acero, aluminio, artículos de cuero, madera, plásticos, soya, motos Harley Davidson, pantalones Levi’s, carnes de ave y vacunos.

La Casa Blanca reaccionó con un alza de 200 por ciento en gravámenes a la champaña y el vino, las emblemáticas bebidas europeas. Para la región de Epernay, en el corazón de Champagne, la pérdida anual será mayor a 900 mdd, pues, en ella, anualmente se exportan a EE. UU. 27 millones de botellas de vino espumoso; en 2023 le vendieron casi 885 millones de dólares.

Solamente la firma Michel Gonet, con más de 225 años vigente, exporta a EE. UU. entre 20 y 30 por ciento de las 200 mil botellas que produce, cuyo costo es de 125 dólares cada una. Con los aranceles, el precio se triplicará y el mercado caerá, tanto el de la champaña como el del vino Chardonnay y Pinot Noir.

Caos o cooperación

Esta política coercitiva llega en el momento menos propicio para la Casa Blanca, cuando el mundo presencia el declive de la hegemonía estadounidense y aumentan las contradicciones generadas por la globalización. Por ello, el escenario actual es “caótico, evanescente e irracional”, según el analista Federico Fernández Montesinos.

Por eso, resulta carente de perspectiva que, para salir de su crisis económica, los demócratas y republicanos estadounidenses recurran al “acorralamiento” de China y extorsionar a otros actores comerciales.

Las élites tecno-fascistas de Washington no alcanzan a ver que se multiplican alianzas e interrelaciones inéditas en el planeta desde 2018, que rompen con los estamentos definidos por la segunda posguerra y oponen la cooperación al caos.

Una de sus expresiones es el friend-shoring, el intercambio entre países alineados, ya sea a Washington o a Beijing; un proceso que implica la reorganización entre productores, vendedores y consumidores mundiales.

Esta visión proviene de potencias emergentes que impulsan acuerdos con principios de cooperación y alineación geopolítica, explica Constanza Bosone. Son nuevos flujos comerciales donde interactúan sectores estratégicos, sustentados en una diplomacia comercial, sin coerción. Su premisa es la “cooperación de iguales” y está atrayendo a muchos actores económicos.

Este modelo de las economías emergentes ha sido exitoso en América Latina y el Caribe, en África, incluso con sus socios estadounidenses. No elimina a la competencia con prácticas violentas, ni subordina a las instituciones en beneficio del capital, como acostumbran las corporaciones estadounidenses.

Además, difiere del modelo aislacionista del America first de Trump, figura inventada en 1920 por Warren G. Harding durante su campaña presidencial, cuando EE. UU. emergía como imperio, pero que hoy es inviable porque está descendiendo.

Hoy se intenta imponer el caos como estrategia política, pero ya no es exitosa, sostiene el analista español Andrés González Martín, como lo evidencia la desaceleración económica de EE. UU. por la creación de conflictos armados en Ucrania y Gaza, la imposición de sanciones comerciales y la imposición de aranceles.

Es enorme el efecto que el actual reacomodo político global está teniendo en las economías. El director de estudios del Fondo Monetario Internacional (FMI), Pierre O. Gourinchas, alerta: “Las placas tectónicas de la geopolítica se desplazan” y el epicentro está en el actual conflicto entre Rusia y Ucrania; sus “ondas sísmicas” modificarían normas tecnológicas, sistemas de pago transfronterizos y monedas de reserva.

Pero lejos de proponer un cambio radical al agio capitalista, el FMI insiste en mantener el circuito de los tratados de libre comercio (TLC) para evitar el caos. No reconoce que, desde el último cuarto del Siglo XX, esos pactos y las asociaciones estratégicas únicamente favorecieron al capitalismo corporativo.

Para derribar barreras arancelarias y convertirse en “socios” de las potencias industrializadas, los países del segundo o el tercer mundo pagaron el alto costo de su desindustrialización, mayor dependencia económica, la quiebra de sus pequeñas y medianas empresas (pymes), el alza de su deuda externa, la pauperización de la clase trabajadora, el abandono de su sector agropecuario e importación masiva de bienes básicos.

Esa desnacionalización de la economía fue alentada, entre otras, por la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE, 1961) y la Organización Mundial de Comercio (OMC, 1995), que concretaron la voluntad política de la globalización.

Por años celebraron el crecimiento sin precedentes del intercambio de bienes y servicios dentro del marco de un sistema de comercio muy desigual; y se desentendieron de que los TLC propiciaran mayor desigualdad, subdesarrollo y endeudamiento en los países de economía débil. Paradójicamente, pese a sus guerras comerciales y sanciones a países non gratos, la economía estadounidense es muy frágil; y este año apenas crecerá 2.3 por ciento.

China cambió todo

Con su crecimiento económico y la internacionalización de sus mercancías, China transformó el sistema de comercio mundial de la segunda posguerra. Esto ha provocado “inestabilidad” en Occidente, en tanto que para gobiernos antihegemónicos ha traído autonomía estratégica, explica Eloi Serrano.

Las políticas Made in China 2025 y Standards 2035 posicionan al gigante asiático como líder global en diseño y producción de tecnología avanzada. De modo que, a pesar de la ofensiva de EE. UU., este año, el Partido Comunista de China (PCCh) mantiene el objetivo de que el Producto Interno Bruto (PIB) crezca el cinco por ciento.

El contraste político-económico entre ambos actores mundiales es profundo. En 2024, China exportó a EE. UU. bienes por 401 mil mdd e importó de este país el equivalente a 131 mil mdd. Debido a la intensa relación comercial, los gravámenes impactarán con mayor fuerza a la Unión Americana.

Beijing denuncia la política tarifaria de Washington como medida unilateral que viola las reglas de la OMC y socava la cooperación bilateral. A su vez, anunció aranceles de 15 por ciento al gas licuado, carbón, bienes agropecuarios; 10 por ciento al petróleo, autos y maquinaria agrícola.

Además de restringir la exportación de minerales y la importación de doble uso a 15 firmas de seguridad y defensa de EE. UU., el Ministerio de Comercio inició una investigación antimonopolio contra la tecnológica Google.

Por ello, ha sido un mal cálculo de Donald Trump imponer su política arancelaria a China para frenar su expansión comercial. Hace más de un cuarto de siglo que el auge de China trajo un cambio de paradigma económico-tecnológico y la posicionó como un socio con vocación antihegemónica.

Hoy aumenta el descrédito de EE. UU., mientras que las iniciativas de China avanzan en el mundo. Basta comparar sus logros: el pasado 20 de enero: recién presentó sus trenes ultrarrápidos; así como su reactor nuclear Sol artificial, que logró el récord mundial en producción de plasma generador de energía limpia ilimitadamente.

Cuando Trump creía debilitarlo con la imposición de altísimos gravámenes, Beijing terminaba de construir el mayor barco anfibio de asalto del mundo y lanzaba la plataforma pública gratuita de inteligencia artificial DeepSeek. Mientras realizaba pruebas de 6G en redes de telefonía celular y se ponía a la vanguardia superando a Starlink, de Elon Musk.

Y mientras millones consideraban “incalificable” la amenaza de Trump de expulsar a los palestinos de Gaza, China presentaba 30 proyectos de energía limpia en África, construía la presa más grande del mundo en Tíbet, mostraba sus aviones de combate supersónicos y lanzaba una granja solar al espacio.

Para los analistas políticos, aún queda por esclarecer cómo actuará el gobierno republicano ante los grandes negocios conservados por Elon Musk en China. Es obvio que al Consejero Superior de Trump no le convienen los aranceles, como tampoco a Tik Tok, que podría venderse a EE. UU. 

 

El oculto eje Taipei

Desde 1986, México abrió su comercio al mundo con más TLC y asociaciones estratégicas, a pesar de sus déficits con la mayoría de ellos. El Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) fue el marco utópico de una pretendida “integración profunda” con EE. UU., que hoy llega al 85 por ciento. Ésta fue ideada por estrategas anexionistas de quienes mucho aprendieron los que recientemente la reformularon con el T-MEC sin considerar que las políticas y obligaciones ahí asumidas son incompatibles con el interés nacional.

La política de fuerza de Trump encuentra a un México que no diversificó su comercio, se desmarcó del Grupo conformado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica (BRICS); frenó la integración con América Latina y mantuvo al mínimo el intercambio con China y Rusia, mientras que con el Sur global está al mínimo.

Esa profunda dependencia económica hacia EE. UU. influye en la política exterior de México. Después de reconocer a la RPCh en 1972, su relación económica con Taiwán pasó a un plano casi secreto, aunque hoy luce relevante que este territorio sea el tercer inversionista asiático en México, y muy interesado en el litio y otros minerales estratégicos. 

Es usual la presencia de funcionarios taiwaneses en los debates de expertos, en los que se dirige el futuro del litio. Cabildean en el Poder Legislativo y centros de educación superior, para adquirir la mejor posición cuando inicie su explotación, exportación o producción de baterías.

Preocupa este constante interés de Taiwán –en cuyo respaldo está obviamente la estrategia de EE. UU. para controlar nuestro estratégico litio–, justo cuando en meses recientes se ha desplegado una inédita estrategia de contención al comercio chino.

China es el segundo socio comercial de México y no escatima esfuerzos por avanzar en el diálogo a todo nivel. Sin embargo, no existe un TLC; y en 2022, la inversión china llegó a su pico con 570 mdd contra 235 mdd en 2024. Ello demuestra que urge afianzar acuerdos con la RPCh para desarrollar sectores fundamentales: entre ellos, el de una industria mexicana de baterías de litio para evitar que, a través de Taiwán, EE. UU. se haga del valioso recurso.

En 2013, el presidente Xi Jinping visitó México y 2017 fue la última vez que un presidente de México visitó China, inexplicable distancia personal entre dos actores de gran importancia global.


Escrito por Nydia Egremy

Internacionalista mexicana y periodista especializada en investigaciones sobre seguridad nacional, inteligencia y conflictos armados.


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