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Sobre la quema de libros en Ucrania
La destrucción de libros expresa desprecio y censura contra algunos contenidos, y cuando los autores son incómodos para regímenes políticos.
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La destrucción de libros expresa desprecio y censura contra algunos contenidos, y cuando los autores son incómodos para regímenes políticos contaminados debido a creencias religiosas, cuyos dirigentes tienen además la intención de aclarar que se castigará a quienes los lean.

La primera acción de la que se tiene registro y de este tipo sucedió en China entre los años 213 y 206 antes de nuestra era con el argumento de que la unidad territorial de esa nación en un solo Estado debía estar acompañada por un mismo sustento ideológico. Entonces asesinaron a los intelectuales contrarios al régimen, además de que sus escritos fueron prohibidos y quemados.

Después vinieron, entre otras muchas, las quemas ordenadas por la Santa Inquisición de la Iglesia Católica Romana para mantener sometidos ideológica y políticamente a los de habitantes de España y a las naciones coloniales de América Latina y el Caribe. Este control estuvo asociado a la práctica de torturas y al asesinato de personas que no compartían la religión católica.

La destrucción de libros más conocida es la ocurrida el 10 de mayo de 1933 a manos de las juventudes del partido Nacional Socialista (Nazi) lideradas por Adolfo Hitler. En esa fecha se realizaron quemas simultáneas en varias ciudades alemanas, a una de las cuales asistió el Ministro de Propaganda, Joseph Goebbels, en la Plaza Bebel de Berlín. Esta acción formó parte de la campaña llamada “Acción en contra del espíritu anti-alemán”, con el que se aludió a grandes autores del socialismo científico como Karl Marx, Frederic Engels, Vladimir Ilich Ulianov Lenin, Georg Lukács y Rosa de Luxemburgo, además de escritores de manifiesta ideología izquierdista y progresista, como Bertolt Brecht, Karl Liebknecht, Heinrich Heine, Heinrich Mann, Walter Benjamin, Otto Dix, Stefan Zweig, Franz Kafka, Ernst Hemingway, Jack London, Aldous Huxley y Oscar Wilde, así como el gran físico Albert Einstein.

Como se ve en la mayoría de los autores mencionados, la iniciativa nazi no fue solo contra de los judíos sino también contra los comunistas y los socialdemócratas, pues el régimen hitleriano tenía muy claro que estos últimos eran una amenaza para su proyecto y sus intereses imperiales sobre Europa y otras regiones del mundo.

Pero después de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) ha habido más quemas de libros, aunque en ninguna se había utilizado el origen nacional de los escritores como argumento público de extinción, como está sucediendo en Ucrania, cuyo gobierno ordenó el incendio de volúmenes rusos el pasado el 19 de mayo, sin considerar su origen histórica o actual –es decir, a la vista del conflicto militar iniciado este año– sino que la quema incluye textos cuyos autores murieron hace más de 100 años, entre quienes destacan Alexander Pushkin, León Tolstoi e Igor Dostoievski, genios literarios que forman parte de la literatura universal y no solo rusa, lo que muestra de estrechez política y cultural del gobierno ucraniano.

Todo ataque a la expresión artística de cualquier país –especialmente si ya ha sido altamente valorada por el resto del mundo– expresa una forma desesperada y estúpida de responder a una guerra que los gobiernos de Estados Unidos, Ucrania y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) provocaron, y que no han sabido librar en los campos de batalla.


Escrito por Jenny Acosta

Maestra en Filosofía por la Universidad Autónoma Metropolitana.


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