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Laura Méndez de Cuenca, otra “inadvertida” poetisa mexicana
Feminista en el Siglo XIX, insumisa, revolucionaria y comprometida con las causas sociales a que asistió en su prolongada existencia, Laura Méndez de Cuenca (1853-1928) fue una traductora, académica, periodista, educadora y multidisciplinaria escritora mexicana.
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…el nido es el recuerdo y el cántico el olvido
¡el árbol es el “siempre” y el ave es el “jamás”!

Feminista en el Siglo XIX, insumisa, revolucionaria y comprometida con las causas sociales a que asistió en su prolongada existencia, Laura Méndez de Cuenca (1853-1928) fue una traductora, académica, periodista, educadora y multidisciplinaria escritora mexicana; la indiferencia con que se antologa y reseña su obra es un ejemplo del trato desigual que en la literatura –como en muchos otros ámbitos– han recibido tantas mujeres. Su vida “transcurre desde el último gobierno de Santa Anna, la guerra de Reforma, el Imperio de Maximiliano, la República Restaurada y el Porfiriato hasta la Revolución Mexicana y los gobiernos de Álvaro Obregón y Calles, una época de grandes cambios y en donde la sociedad mexicana tardaría en conformarse como nación moderna”, dice de ella el académico Pablo Mora en su ensayo Laura Méndez de Cuenca, escritora mexicana entre Siglos XIX y XX.

Asociado su nombre al del poeta Manuel Acuña, el gran amor de su juventud y quien al suicidarse protagonizara uno de los episodios más sombríos de la historia de la poesía mexicana, a menudo la obra de la poetisa mexiquense ha quedado excluida de las antologías, incluyendo algunas elaboradas por respetados académicos, sin tomar en cuenta la perfección formal y la profundidad del sentimiento que late en sus obras.

En Adiós, publicado originalmente el 20 de diciembre de 1903 en el El diario del Hogar, periódico opositor al Porfiriato, los críticos han identificado el posible modelo inspirador del famoso Nocturno de Acuña, resuelto en verso heptasílabo. Si en ambos poemas vibra el mismo ritmo, los versos alejandrinos de Laura Méndez son de aliento poético superior y se elevan sin duda sobra la misógina y hasta el cansancio declamada composición.

Adiós: es necesario que deje yo tu nido;

las aves de tu huerto, tus rosas en botón.

Adiós: es necesario que el viento del olvido

arrastre entre sus alas el lúgubre gemido

que lanza, al separarse mi pobre corazón.

Ya ves tú que es preciso; ya ves tú que la suerte

separa nuestras almas con fúnebre capuz;

ya ves que es infinita la pena de no verte;

vivir siempre llorando la angustia de perderte,

con la alma enamorada delante de una cruz.

Después de tantas dichas y plácido embeleso,

es fuerza que me aleje de tu bendito hogar.

Tú sabes cuánto sufro y que al pensar en eso

mi corazón se rompe de amor en el exceso,

y en mi dolor supremo no puedo ni llorar.

Y yo que vi en mis sueños el ángel del destino

mostrándome una estrella de amor en el zafir;

volviendo todas blancas las sombras de mi sino;

de nardos y violetas regando mi camino,

y abriendo a mi existencia la luz del porvenir.

Soñaba que en tus brazos de dicha estremecida,

mis labios recogían tus lágrimas de amor;

de nardos y violetas regando mi camino

y abriendo a mi existencia la luz del porvenir.

Soñaba que en tus brazos, de dicha estremecida,

mis labios recogían tus lágrimas de amor;

que tuya era mi alma, que tuya era mi vida,

dulcísimo imposible tu eterna despedida,

quimérico fantasma la sombra del dolor.

Soñé que en el santuario donde te adora el alma,

era tu boca un nido de amores para mí,

y en el altar augusto de nuestra santa calma

cambiaba sonriendo mi ensangrentada palma

por pájaros y flores y besos para ti.

¡Qué hermoso era el delirio de mi alma soñadora!

¡Qué bello el panorama alzado en mi ilusión!

Un mundo de delicias gozar hora tras hora

y entre crespones blancos y ráfagas de aurora

la cuna de nuestro hijo como una bendición.

Las flores de la dicha ya ruedan deshojadas.

Está ya hecha pedazos la copa del placer.

En pos de la ventura buscaron tus miradas

del libro de mi vida las hojas ignoradas

y alzóse ante tus ojos la sombra del ayer.

La noche de la duda se extiende en lontananza;

La losa de un sepulcro se ha abierto entre los dos.

Ya es hora de que entierres bajo ella tu esperanza;

que adores en la muerte la dicha que se alcanza,

en nombre de este poema de la desgracia. Adiós.

 

La muerte prematura de Manuel, su único hijo, fue uno de los momentos más dolorosos de su vida y, a decir de sus biógrafos, detonó el irrefrenable impulso lírico de una obra de alta factura literaria que, no obstante, pasa casi inadvertida para el público no iniciado, razón suficiente para recomendar su lectura desde este limitado espacio. 


Escrito por Tania Zapata Ortega

Correctora de estilo y editora.


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