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No he encontrado otra alternativa que usar la expresión “causas mediatas”, pero, sin tardanza, trato de explicar que eso significa que no se trata de una causa cercana de un fenómeno, fácilmente identificable, sino de una causa más alejada, más difícil de identificar, pero igual o más determinante para que el fenómeno de que se trate suceda, se lleve a cabo. Puede ponerse, como ejemplo, la obesidad, en la que muchas veces la causa inmediata es el comer y beber en exceso, pero, más determinante, es que la obesidad tiene una causa social, una causa mediata, que consiste en una muy mala alimentación en la que abundan las calorías, los aprovisionadores de energía barata propios de la pobreza generalizada en las sociedades modernas.
En consecuencia, las causas inmediatas de las protestas de los trabajadores europeos, de las que somos testigos en los últimos meses, se explican, en lo inmediato, por las restricciones a su alimentación, a su salud, a su educación y a su descanso, provenientes de las sanciones a las que el imperialismo ha sometido a Rusia por la operación militar especial que lleva a cabo en Ucrania, sanciones que han repercutido duramente en otros países de Europa. Pero las causas mediatas, las que están en el fondo, en la esencia de la forma de producir y distribuir la riqueza producida, ésas, deben todavía ser explicadas.
Recordemos que el tan afamado sistema de producción, al que se le ha llamado eufemísticamente sistema de mercado es, en realidad, un sistema en el que se explota a los obreros constantemente y sin freno. Se les paga lo que necesitan para vivir, pero no se les paga el equivalente a lo que producen; la diferencia entre su salario, que es lo que se lleva el obrero, y la plusvalía, que es lo que se queda el capitalista, es inmensamente grande; tan grande como que un solo hombre posee en México más riqueza que la mitad más pobre de la población y que en el mundo, solamente 655 billonarios poseen más riqueza que el 90 por ciento de la población.
Se ha dicho ya que este sistema explotador del trabajo ajeno es el fin de la historia, el gran éxito para la producción y la acumulación de riqueza. Pero un gran genio al que todavía tiene que hacerle justicia la humanidad, Carlos Marx, en una etapa todavía muy temprana de la vida del capital, descubrió que pese a todo su éxito incuestionable para crear riqueza y para concentrarla, ese modo de producción desarrollaba en sus entrañas un mortífero tumor maligno que a la postre le causaría la muerte: la tendencia decreciente de la tasa de ganancia.
Esto se puede explicar y, claro, se puede entender. Para ello hay que tener presente que la famosa plusvalía que obtiene el capitalista sale de la línea de producción, digamos, adherida, revuelta con la mercancía producida; sale, pues, en forma de cerveza o de jabón o de automóvil y, para separarla, para hacerla realidad, la mercancía debe ser vendida. Si no se vende, sobreviene una catástrofe. Pero muchos capitalistas enfrentan la competencia de otros capitalistas que también arrojan al mercado sus propias mercancías (los monopolios que no enfrentan la competencia de otras mercancías similares enfrentan la competencia de otras diferentes que se llevan el limitado presupuesto de los consumidores) y tienen que derrotarlos.
Para ello, permanentemente, obligadamente, tienen que producir sus mercancías a un costo más bajo. Para ello, tienen que maquinizar su producción, incluso al grado de que, no pocas veces, una máquina está casi nueva cuando llega su sustituto. De locos. Pero si ante esta imperiosa necesidad de sobrevivencia quisiera actuar “sensatamente”, perecería como empresario. Hay más. Como ya se sabe, el proceso de maquinización que se opera a nivel mundial tiene como resultado obligado el despido de cientos, de miles, de millones de trabajadores que ya no son necesarios en el proceso de producción; y tiene como resultado millones de seres humanos que nunca han sido ni serán parte del proceso de producción, que deambularán para siempre en la indigencia o, si tienen suerte, incluso por generaciones enteras, serán parte del llamado “empleo informal” vendiendo baratijas en la calle.
Seguimos. Como consecuencia de la frenética maquinización que se lleva a cabo incesantemente en todo el mundo, ahora, menos obreros, mucho menos obreros, producen más mercancías, cantidades fabulosas de mercancías más baratas que inundan el mercado y derrotan a la competencia. Pero crece el tumor. Si bien es cierto que los obreros que siguen incorporados al proceso productivo son ahora más explotados, es decir, la diferencia entre lo que ganan (aunque ganen más) y lo que producen, es mucho más grande; hay un hecho brutal que se debe señalar: ahora son menos obreros, mucho menos y, por tanto, por muy explotados que estén, no pueden igualar los volúmenes, la masa total de plusvalía que dejaban para los capitalistas las masas de obreros que antes participaban en el proceso productivo.
En esta nueva situación se necesita más, mucho más capital en la forma de materias primas, máquinas, combustibles y terrenos, para generar la plusvalía y convertirla en ganancia. Paulatinamente, silenciosamente, pero de manera constante e irremediable, ocurre una tendencia decreciente de la tasa de ganancia en el mundo. Quien solo vea o solo quiera ver las inmensas ganancias que se concentran en las manos de un puñado de capitalistas, tendrá dificultades para creerlo o definitivamente no lo creerá, pero la tendencia que carcome inexorablemente al monstruo, ahí está.
Los más notables teóricos del sistema lo saben, lo han reflexionado alarmados en sus exclusivas reuniones de Davos, Suiza y, desde hace unos 40 o 45 años, han comenzado a tomar drásticas medidas para la defensa de la ganancia. Con experimentos limitados que iniciaron a fines de los años setenta del siglo pasado en el Chile gobernado por el asesino y dictador Augusto Pinochet, se empezó a extender por el mundo el llamado neoliberalismo (que pese a la intensa propaganda mañanera existe y se fomenta en nuestro país), modelo que proclamando el funcionamiento libérrimo del mercado decretó, en realidad, un aumento en los niveles de explotación de la clase trabajadora en el mundo.
Esto ya se viene aplicando, como queda dicho, en Europa y en el mundo; pero ahora, con las sanciones que impone Estados Unidos a Rusia, sanciones pensadas y ejecutadas malévolamente también para debilitar y someter a los países de Europa, la situación de la clase trabajadora se vuelve todavía más insoportable y la gente, por millones, sale a las calles a protestar y defenderse. Así se explican las manifestaciones en Francia, en Inglaterra, en España, en Alemania, en Portugal y las que todavía atestiguaremos; se trata de la resistencia histórica de la clase trabajadora ante la explotación del capital. El operativo especial de Rusia en Ucrania, constituye lo que hemos llamado las causas inmediatas; la crisis del capital, concretado en una tasa decreciente de la tasa de ganancia, constituye lo que hemos llamado las causas mediatas; y éstas no son circunstanciales ni se curan.
Se necesita un movimiento disciplinado y unido, que defienda el interés popular y la auténtica libertad social e individual, y la educación debe contribuir a crearlo.
El gobierno impide, condena y persigue la organización independiente de los trabajadores. El reto histórico permanece: conquistar la independencia efectiva del movimiento obrero, campesino y popular para convertirlo en fuerza transformadora real.
En el capitalismo los de abajo siempre serán los de abajo y su suerte está determinada: servirán como mano de obra barata, serán esclavos modernos que servirán para crear la riqueza que otros se apropian.
Los republicanos, perdedores del voto popular en la elección de 2020, castigan a quienes eligieron al candidato opositor e inhiben sus derechos.
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Nos encontramos en niveles de deuda sin precedentes. En 2021, la deuda global fue de 30.3 billones de dólares (bdd), en 2020 ascendió a 226 bdd. Este “salto” representa la tasa de crecimiento más alta desde la SGM.
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Escrito por Omar Carreón Abud
Ingeniero Agrónomo por la Universidad Autónoma Chapingo y luchador social. Autor del libro "Reivindicar la verdad".