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Cuando un Presidente llega con un 70 por ciento de aprobación de la población, parece tener carta blanca para hacer lo que le plazca. Poco afectan a su imagen los yerros y las ocurrencias de una administración desastrosa que, a otros, ya les habría costado el puesto; pero como el actual Presidente se satisface no con los resultados de su gobierno, sino con la adulación y los halagos de sus partidarios, las cosas parecen marchar de forma normal.
La historia moderna de nuestro país ya ha vivido fenómenos de este tipo, y no es necesario desempolvar archivos para ver lo que sucede con el aplauso surgido de la esperanza y terminado en lamento. Para ello, solo véase el caso del expresidente Vicente Fox, el gran abanderado de la “alternancia” quien, con un porcentaje de aceptación similar al del actual Presidente, después de seis años y un gobierno desastroso, terminó repudiado por los que lo llevaron al poder.
Por ello resulta llamativa la opción del actual Presidente para perpetuar a su partido en el poder. No es con obras con lo que está intentando ganarse al pueblo; en lugar de brindar mayor ayuda a los grupos más desprotegidos del país, la poca que éstos recibían la ha canalizado a otros sectores; y los recortes que ha estado aplicando en servicios básicos, como el de salud, terminarán por desencantar al pueblo y le harán ver no solo que su realidad no ha cambiado, sino que empeoró al poner su confianza en un embustero.
¿Quiénes, entonces, garantizarán a Andrés Manuel López Obrador y a su partido que gobernarán al menos un sexenio más? ¿Hacia quiénes están dirigidos, hoy, los recursos fiscales que fueron arrebatados de las manos de las familias más pobres de México?
La respuesta a esta última pregunta se encuentra en la reasignación del presupuesto gubernamental. La austeridad proclamada por el Presidente está dirigida contra los campesinos y los trabajadores de otros sectores productivos. Los recortes afectan a las grandes masas pobres de nuestro país. A esto hay que añadir que éstos no son necesarios, como dice la pretendida austeridad. Ningún hogar se hubiera visto afectado por la política económica morenista si se hubiera implementado una política fiscal dirigida a los ricos mexicanos, que, a pesar de que solo representan el uno por ciento de la población nacional, –según el último informe de la Oxfam– acumulan la misma riqueza que poseen 62 millones de personas. Estos millonarios son los que se esconden bajo el teatro de guiñol que cotidianamente se monta en Palacio Nacional.
Al parecer, los destinatarios de la reasignación presupuestal son los jóvenes. Las becas Benito Juárez, según el Presupuesto de Egresos de la Federación 2020, tienen un monto de 93 mil 863 millones. Es a los estudiantes a quienes el Movimiento Regeneración Nacional (Morena) está apoyando, pero esta opción no la realiza precisamente por su energía y por su condición revolucionaria, sino por dos razones que, con un poco de suspicacia, resultan muy claras y muy distintas a su objetivo social manifiesto.
En primer lugar, la perspectiva está destinada a la obtención directa de votos. La política de López y sus partidarios consiste en comprar anticipadamente los sufragios que, el día de mañana, garantizarán su permanencia en el poder. La segunda visión de López y Morena —¡lo cual sería uno de los efectos más desastrosos para la juventud de nuestro país, si les resulta!— es la compra de conciencias y silencio a punta de billetazos, aprovechándose del desempleo, la pobreza y falta de oportunidades de estudio en muchos jóvenes.
¿A quién le corresponde la tarea de abrirle los ojos al pueblo, cuya comprensible necesidad de esperanza lo llevó a tomar la mano de su peor enemigo disfrazado de apóstol?
La juventud estudiosa de México debe detenerse a pensar sobre el papel político e histórico que hoy le corresponde desempeñar. El razonamiento crítico debe romper los diques del fanatismo del que ahora son víctimas y, sobre todo, es necesario un despertar de la apatía y la indiferencia con la que ven los problemas del pueblo.
No es tarde para emprender el vuelo. La energía y la conciencia deberán afilarse en beneficio de los más desposeídos. Con ello debemos contar si no queremos, el día de mañana, lamentarnos por la cobardía y el conformismo demostrado ahora.
Ahora todo México sabe que el Primer Mandatario carece de los mínimos conocimientos de economía y de una elemental flexibilidad mental para reevaluar lo hecho y corregir el rumbo; que tampoco dispone de un pensamiento científicamente.
El 61 por ciento de entrevistados afirmó que votarían por el nuevo partido que forme el presidente Andrés Manuel López Obrador.
Víctor Manuel Toledo arremete contra los intereses que encabezan algunos integrantes del gabinete presidencial.
Aunque la corrupción es un grave problema y tiene que ser combatida, no es el principal problema de nuestro país, lo que lo lacera y destruye todos los días es la injusta distribución de la riqueza.
Y en esta sociedad “democrática”, asediada por la irracionalidad y el autoritarismo, los delitos oficiales son “la corrupción” y el “enriquecimiento ilícito”.
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Se confirma que la sentencia emitida por el Presidente de la Republica de “primero los pobres” se está cumpliendo, pues son a los más pobres a quienes sus decisiones golpean directamente.
AMLO reconoció que durante su mandato se cometió un daño patrimonial de nueve mil 500 millones por el episodio de Segalmex.
López Obrador y su gobierno han sido cuestionados por los altos índices de violencia, y no sólo porque se mantienen, sino porque en su administración se han incrementado.
En el fondo, es obvio que nadie en el viejo partido de la Revolución Mexicana está pensando en constituirse en una verdadera opción mejor, distinta y enfrentada a Morena. Todos buscan congraciarse con ella.
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Escrito por Abentofail Pérez Orona
Licenciado en Historia y maestro en Filosofía por la UNAM. Doctorando en Filosofía Política por la Universidad Autónoma de Barcelona (España).