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Bastaron unos pocos días para que la película Oppenheimer desbordara las taquillas de los cines en todo el mundo, llegando, al momento de realizar esta entrevista, a 400 millones de espectadores.
Con esa excusa entrevistamos al escritor argentino Alejo Brignole, quien año a año promueve el nueve de agosto como el Día Internacional de los Crímenes Estadounidenses contra la Humanidad.
Brignole es miembro de la Red de Intelectuales y Artistas en Defensa de la Humanidad (REDH) y entre sus obras de crítica social destacan La merienda del Diablo, Ensayos como el Manual de guerra del buen latinoamericano y la novela histórica La Logia del tonel de brandy, entre otras.
buzos (b): Cada nueve de agosto, tú, Atilio Boron, Stella Calloni, Telma Luzzani y otros, junto a la REDH nos invitan a conmemorar el Día Internacional de los Crímenes Estadounidenses contra la Humanidad, ¿cuál es la importancia de esta jornada?
Alejo Brignole (AB): Es importante porque el modelo de mundo actual es, decía el psicoanalista Erich Fromm –muerto en 1980–, un modelo necrófilo, autodestructivo y peligroso para la continuidad humana. A lo largo de los años, y sobre todo en las últimas tres décadas, los Estados Unidos han promovido un retroceso inadmisible en los códigos de la convivencia internacional, desconociendo e ignorando cientos de resoluciones de las Naciones Unidas (que es, por otra parte, un organismo colonizado y controlado por Washington). Sus acciones y premisas buscaron, entre otras cosas, degradar el principio de garantía jurídica como un derecho humano básico inalienable y universal. Por esto es importante que todas las personas apoyen, promuevan y difundan este día con las herramientas comunicacionales que tengan a su alcance y colaborar en la toma de conciencia mundial del peligro que significan los Estados Unidos para la continuidad de una civilización más justa, con respeto a la vida humana y la fraternidad entre los pueblos.
b: En los últimos días la cartelera de cine se ha removido con Oppenheimer y el famoso Proyecto Manhattan que dio inicio a la Era Nuclear, ¿qué opinión te merece el que temas como éstos lleguen a la pantalla grande?
AB: No he visto aún el filme (lo tengo en agenda) y no puedo todavía opinar sobre el enfoque sutil de la película. En general celebro que estas grandes reflexiones tomen formas de divulgación masiva, incluso en el área del entretenimiento, pero también es verdad que tengo una natural desconfianza cuando los productos vienen de la propia matriz cultural hegemónica. Que la película Oppenheimer esté en todos los cines de América Latina tiene, por principio, toda mi duda. El sistema es funcional a sí mismo y sabe filtrar lo incómodo, o bien permite pequeñas incomodidades que tienen un efecto placebo y narcotizante sobre las masas, que creen ver un testimonio humanista cuando en realidad son consumidores de verdades a medias dosificadas muy estratégicamente. Pero reitero: no he visto la película y quizás no sea el caso que describo.
b: Una de las escenas más crudas del filme es cuando las autoridades de Estados Unidos escogen “al azar” y hasta bromeando la ciudad que sería blanco de la bomba atómica, ¿por qué Washington decidió lanzar dos bombas sobre civiles de un país aparentemente ya rendido? ¿Cuánto de eso refleja una sicología “criminal” del imperialismo yanqui?
AB: Estas preguntas son en extremo interesantes por varias razones. La primera, porque, tal como conceptualizó Hannah Arendt en la década de 1960, el mal es siempre banal. Es decir, despreocupado y lábil, por tanto superficial. Y cuando el mal es expresado en poderes impregnados de fatuidad, el daño puede ser absoluto y además ejercido con total banalidad, que es la premisa de la filósofa alemana.
Sobre las razones de Washington para bombardear nuclearmente en dos ocasiones a un país virtualmente vencido, hay muchas explicaciones y lecturas posibles ya muy debatidas por la historiografía y todas válidas. En primer lugar, Japón era una nación profundamente arraigada en creencias místicas e históricas más bien irreductibles, lo cual la convertía en una nación poco dada a relacionar causas y efectos en un contexto de guerra total. Creían que su emperador, Hirohito, su Teno, era un ser divino y por tanto intocable y al cual había que defender hasta las últimas consecuencias. Esta perspectiva que los norteamericanos conocían, reforzaba la idea de que Japón debía ser traumatizado de manera contundente y llevado a un shock colectivo pleno. Aunque ésta no fue la principal motivación para Washington. También había una necesidad de experimentación científica y militar del aparato industrial estadounidense y la oportunidad de poder ver los efectos reales sobre poblaciones humanas de una bomba atómica. Para los científicos y altos mandos estadounidenses era una ocasión imperdible y, como era de esperar, no la desperdiciaron. Y aquí regresamos a la premisa de Hannah Arendt: el mal como una fuerza banal e irresponsable, dispuesta a todo.
Por último, estaba la cuestión soviética, la carrera armamentista y la creciente disuasión mutua como una jugada de ajedrez. Estados Unidos necesitaba demostrar a la Rusia comunista su gran poder destructivo y capacidad de devastación. Recordemos que la URSS detonó su primera bomba nuclear en 1949, cuatro años después que Hiroshima. Y aunque era 20 veces más potente que la primera bomba estadounidense, esa tecnología llegaba tarde. Harry Truman, el presidente que autorizó el uso nuclear sobre Japón, era un genocida doctrinal, un psicópata funcional que no tuvo reparos en hacer esa demostración de fuerza brutal sobre todo un pueblo, y además repetir el experimento tres días más tarde sobre Nagasaki. Las propias cartas de Harry Truman a su novia cuando éste servía en Alemania durante la Primera Guerra Mundial, hablan de la naturaleza psicopática del individuo. En esa carta habla de matar a niños alemanes y de arrancar cabelleras germanas para llevárselas como trofeo. Presidentes como Taft, Teddy Roosevelt, Truman, Nixon, Reagan o Trump (solo por citar algunos) resultan claros ejemplos sobre cómo la “psicopatía del conjunto” toma formas personales.
b: En la cinta Oppenheimer se aprecia el estrecho vínculo entre ciencia y política, la subordinación de aquélla a la seguridad nacional, ¿cómo funciona el imperialismo en ese sentido?
AB: Claramente no podría entenderse una continuidad imperialista, una hegemonía exitosa, sin los aspectos técnico-científicos que permitan esa continuidad. Esto es así desde la antigüedad. El predominio romano estaba sustentando, en buena medida, en la eficacia de sus armas, de sus tácticas y logísticas. La ciencia naval desarrollada por Gran Bretaña en el Siglo XVIII le permitió su predominio en los mares, mientras que los conocimientos de artillería y tácticas militares en tierra le permitieron a Napoleón dominar toda Europa. Los estrechos vínculos entre tecnología y dominación son indiscutibles. Algo que, por otra parte, ya analizó muy extensamente el filósofo alemán Herbert Marcuse en la década de 1960. Cuando Marcuse señala en su libro El Hombre Unidimensional, publicado en 1964 (que fue calificado como el libro más subversivo del Siglo XX): “la dominación tiene su propia estética, y la dominación democrática tiene una estética democrática”, lo que estaba marcando era el carácter oculto de la alienación capitalista que se sirve de la tecnología como vía de sometimiento, mutilando al hombre en una sola dimensión regida por el consumo y la producción, junto a las necesidades ficticias que ésta crea. Pero yendo más específicamente a su pregunta de las relaciones entre Estado, desarrollo tecnológico y hegemonía, lo que está claro es que ningún avance científico radical puede quedar a la deriva o en manos privadas. Ningún Estado hegemónico lo permitió ni lo permitirá nunca.
b: Asimismo, hay un viejo debate de cómo los adelantos científicos en las superpotencias capitalistas pasan a la defensa para pronto aplicarse en la esfera de la producción o servicios, algo que confirmaría el estrecho vínculo entre grandes capitalistas y poder político. ¿Cuán desventajosamente nos encontramos en ese campo y en esa dinámica?
AB: Podría dar múltiples ejemplos sobre estas relaciones de lo político y las corporaciones capitalistas. La propia Conferencia de Berlín de 1885, en donde las potencias europeas se repartieron África como si fuera un queso, fue muy elocuente sobre estas relaciones. El poder económico famélico de las riquezas africanas, de sus recursos, operaba a través de las monarquías y los Estados para la obtención de lucro y la expansión económica privada. Por supuesto, eso nunca resulta inocuo. Las tensiones generadas en África colonial fueron las que desembocaron en la Gran Guerra de 1914.
También lo vemos en el desarrollo de algunos acontecimientos inaugurales de este Siglo XXI: la guerra de Irak, que no solo produjo un genocidio entre el pueblo iraquí, sino que barrió con los derechos de millones de estadounidenses y ciudadanos de todo el mundo, solo para satisfacer a las élites petroleras y al complejo militar-industrial norteamericano, que hacia el final de la guerra tenía más soldados privados que regulares en el campo de batalla. La privatización de la guerra, en definitiva. Y si hablamos de la sinergia entre militarismo y corporaciones económicas, creo que hay un testimonio histórico que es elocuente por sí mismo, y es el discurso de despedida del presidente Dwight Eisenhower, el 17 de enero de 1961. En él se refirió a los peligros inherentes de doblegarse a la pulsión armamentista inducida por el propio complejo industrial ligado al Pentágono y su influencia sobre generales y altos mandos militares, conformando ambos (empresas y Ejército) un verdadero centro de poder tras las instituciones democráticas. En aquella oportunidad, Eisenhower dijo (y permítame leer la cita): “en los consejos de gobierno debemos evitar la compra de influencias injustificadas, ya sean buscadas o no, por el complejo industrial-militar. Existe el riesgo de un desastroso desarrollo de un poder usurpado y (ese riesgo) se mantendrá. No debemos permitir nunca que el peso de esta conjunción (industrial y militar) ponga en peligro nuestras libertades o los procesos democráticos”.
Hay también un pequeño texto muy famoso del general estadounidense Smedley Butler, escrito en 1935, donde confiesa: “he servido durante 30 años y cuatro meses en las unidades más combativas de las Fuerzas Armadas estadounidenses: en la Infantería de Marina. Tengo la sensación de haber actuado durante todo ese tiempo de bandido altamente calificado al servicio de las grandes empresas de Wall Street y sus banqueros. En otras palabras, he sido un pandillero al servicio del capitalismo. (…) Fui premiado con honores, medallas y ascensos. Pero cuando miro hacia atrás considero que pude haber dado a Al Capone algunas sugerencias. Él, como gánster, operó en tres distritos de una ciudad. Yo, como marine, operé en tres continentes”.
Si consideramos que ese texto que Butler tituló La guerra es un latrocinio, tiene casi 90 años de antigüedad, podemos concluir fácilmente que las turbias relaciones entre guerra y empresas en Estados Unidos son estructurales. Es decir, inherentes a su funcionamiento como Estado y potencia internacional, y por tanto inseparables y profundamente antidemocráticas, alejadas de todo humanismo.
En cuanto a la desventaja de nuestras naciones periféricas en estas relaciones entre poder político y económico, son inconmensurables, porque en el Norte Global estas relaciones son para beneficio de una geopolítica supremacista, y para la expansión de las corporaciones del Norte Global. Nuestra relación Estado-poder corporativo funciona a la inversa porque es neocolonial y trabaja para nuestra destrucción como Estados, como sociedad y atenta contra nuestro avance tecnológico y un desarrollo humano genuino y autónomo.
b: Finalmente, ¿cómo evalúas la coyuntura global actual? ¿Avizoras, como lo hacen algunos, que estemos viviendo la antesala de una eventual Tercera Guerra Mundial?
AB: Podría ser algo extenso de responder, porque la coyuntura global es hoy compleja, multidimensional y hasta impredecible debido a factores como el cambio climático, combinado con una transición hegemónica hacia Oriente. Lo que está claro es que el capitalismo está en una fase de implosión interna y que la exclusión social global es tan grande que las tensiones latentes están encontrando un punto de coagulación, es decir, de no retorno. Según muchos analistas, la Tercera Guerra Mundial ya está planteada de manera silenciosa y de momento indirecta en el campo militar.
Para decirlo fácilmente, aún no hay intercambio de misiles, artillería o bombardeos directos entre China y Estados Unidos, o entre Rusia y la Europa de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) (Ucrania es el preámbulo de ese conflicto). Sin embargo, en el ámbito cibernético y digital, la guerra mundial directa ya está planteada intensamente desde hace casi dos décadas. Rusia recibe una media de dos mil ataques informáticos diarios y hackeos a sus sistemas de defensa o gubernamentales. Lo mismo le sucede a Estados Unidos, y a las potencias de la Unión Europea (UE). Entre los bloques Occidental y Oriental ya hay intercambios y agresiones directas. No olvidemos que el concepto de guerra ha cambiado, ha evolucionado hacia nuevos paradigmas que incluso pueden excluir la confrontación armada. La Guerra de Cuarta Generación ya está aquí, y eso incluye medios de prensa, ataques cibernéticos, guerra cultural y manufactura de consensos, guerra bacteriológica (pandemias), financiación de opositores y desestabilización económica. Incluso creación de fanatismos religiosos. El golpe a Evo Morales en Bolivia tuvo mucho de estos componentes. El menú es amplio y trasciende el campo de batalla tradicional en donde son las armas de fuego las protagonistas. Si lo consideramos desde esta perspectiva amplia, la Tercera Guerra Mundial ya está en pleno desarrollo. No olvidemos la premisas del general prusiano Carl von Clausewitz, que en su célebre obra De la Guerra señala que “(la guerra) constituye un acto de fuerza que se lleva a cabo para obligar al adversario a acatar nuestra voluntad”.
b: Von Clausewitz fue también el que afirmó eso “de que toda guerra es la continuación de la política por otros medios”.
AB: Es correcto… Y en eso anda el mundo.
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Escrito por Trinidad González .
Reportero. Estudió la maestría en Periodismo Político en la Escuela de Periodismo Carlos Septién García.