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Hoy, los cientos de hogares ubicados en la parte alta de la bahía de Acapulco siguen casi igual, y el área comercial de su centro histórico y los edificios turísticos de la Costera Miguel Alemán y la zona Diamante lucen abandonados porque hace siete meses fueron destruidos total o parcialmente por el huracán Otis.
Las calles y avenidas del puerto turístico parecen más o menos limpias, pero con escombros a los costados; la mayoría de las casas y edificios continúan sin restaurar; los servicios de agua, drenaje, electricidad y de transporte están repuestos a medias y la famosa “Perla del Pacífico” se mantiene hundida en el desastre donde la dejó a finales de 2023 el huracán categoría cinco.
Hasta ahora, los únicos esfuerzos por levantar Acapulco de la postración son sus trabajadores y microempresarios porque el apoyo de las autoridades de los tres niveles de gobierno −el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO), la gobernadora Evelyn Salgado Pineda y alcaldesa Abelina López Rodríguez, los tres de Morena− sólo existe en el discurso.
La intensa lluvia con ráfagas de viento de hasta 220 kilómetros por hora que golpeó a los acapulqueños la madrugada del 23 de octubre del año pasado provocó la muerte de 53 personas y la desaparición de otras 33; la destrucción total de yates, centenares de viviendas, restaurantes y comercios, convirtiendo a muchos edificios de hotelería en “fantasmas de concreto”, vidrios rotos y cascajo.
“De la noche a la mañana, la gente perdió todo”, reveló a buzos Victoria de la Cruz Cesárea, vecina de la colonia Héroes de Guerrero, quien perdió casa, muebles, ropa, gallinas, chivos, sembradíos de maíz y ajonjolí debido al poderoso huracán.
Narró que la noche del 24 de octubre empezó a lloviznar y que, con el avance de las horas, el aire arreció, comenzó a “bufar” muy fuerte y a doblar las ramas de los árboles hasta que crujieran; el fuerte viento se llevó las láminas de la vivienda y las gallinas.
Esta situación la obligó a salir al corral para meter a sus chivos, lo que logró con mucha dificultad, resguardándolos en la pequeña habitación construida con el programa Un cuarto más, donde también se refugió su familia, incluida una bebé de meses.
Su marido apenas consiguió llegar a casa; el viento lo zarandeaba tan fuerte que tuvo que aferrarse a un árbol de guanábana para no ser arrastrado. Victoria y él consiguieron meter una pala, una barreta y un pico para enfrentar la inminente destrucción o inundación de su refugio con tierra y lodo.
Aproximadamente a las tres de la mañana salieron de su cuarto en medio del llanto y los gritos de desesperación de sus vecinos, con quienes intercambiaron expresiones de asombro y esfuerzos para rescatar, ayudándose con algunas cuerdas, a las personas enterradas en el lodo y los escombros de sus casas destruidas.
Conforme avanzaban las horas las cuantiosas pérdidas se hicieron evidentes: la mayoría de los hogares de la colonia Héroes de Guerrero carecían de techos de lámina y los enseres domésticos, ropa y alimentos de los que se mantuvieron en pie fueron saqueados.
Durante cuatro días, los colonos permanecieron en la incertidumbre y los escombros. La primera ayuda que recibieron provino de una organización social que les llevó despensas, agua y ropa; después llegaron representantes del Gobierno Federal, que llevaban enseres domésticos, pero sólo para unas cuantas familias.
El 28 de octubre, cinco días después, doña Victoria, de 64 años, tuvo que caminar entre escombros, láminas y vidrios rotos para saber qué había sido de sus padres, que vivían en la colonia Amatillo; al llegar descubrió que su casa estaba destruida, al igual que sus siembras de maíz y ajonjolí.
Esta misma pérdida sufrió su esposo, quien había sido operado de una hernia; la herida empeoró con el zarandeo a que lo sometieron las ráfagas de Otis. “Pensé que era el fin del mundo”, sollozó doña Victoria, quien hasta ahora sólo ha reconstruido su precaria vivienda con pedazos de lámina y debe caminar sobre un tramo de calle de terracería escoltado por llantas de automóviles.
Desde la colonia Héroes de Guerrero pueden observarse los incontables destrozos que Otis provocó en los hoteles, centros comerciales, restaurantes y áreas residenciales sobre la Costera Miguel Alemán, entre la zona Diamante y el centro histórico o tradicional de Acapulco.
El abandono absoluto de muchos edificios turísticos y los letreros que cuelgan de sus fachadas, que avisan que “se renta” o “se vende”, desmienten categóricamente el discurso oficial de que “Acapulco está de pie”y que los empresarios acapulqueños tuvieron que cerrar sus negocios porque no recibieron apoyo de ninguno de los tres niveles de gobierno.
Una de las pruebas de la negligencia gubernamental es el cierre de la Universidad Americana de Acapulco, institución privada cuyos propietarios despidieron a numerosos trabajadores de sus escuelas preparatorias y de licenciatura. El edificio se ubica sobre la Costera, a un costado de la sucursal de un banco, que permanece cerrada.
En gran parte del puerto resulta deficiente el servicio de agua potable; el drenaje sigue escurriendo por las calles destruidas y el sistema de transporte público sólo se ha restablecido parcialmente.
Salvador Vielma Cruz, quien nació en los años 50, relata que a medio año de la tragedia sigue durmiendo en la playa Tlacopanocha porque dos árboles grandes aplastaron su vivienda, que estaba en la colonia La Ceiba. Aunque triste porque no puede acceder a su casa, don Salvador bautizó su actual dormitorio como “playa del amor dulce” porque sabe que ahí llegaban los barcos cargados de panela.
Con mucho orgullo muestra a buzos fotografías tomadas hace varias décadas en las que la playa se encontraba inundada por muchos turistas que se protegían del intenso Sol bajo las sombrillas que él les arrendaba frente al azul turquesa de la bahía.
Vielma Cruz llegó a poseer 60 sombrillas con sus respectivas sillas y era reconocido como servidor público por el gobierno municipal del puerto; pero actualmente, su único patrimonio consiste en una sombrilla vieja, tres sillas, un sillón y su mochila de uso personal.
En varias ocasiones fue censado por los llamados Servidores de la Nación, pero no recibió nada a pesar de que sus documentos de identidad estaban en regla. Hoy sobrevive de la renta de sus sillas y bajo la sombrilla se guarece de los intensos rayos solares, la lluvia y el viento nocturno. Aún confía en ingresar al programa “Un cuarto más” para pasar sus últimos años en una vivienda digna; pero esta esperanza se desvanece día a día al advertir que el puerto sigue “hundido y el gobierno no tiene sabiduría ni recursos para sacar adelante Acapulco”.
El excomisario de la comunidad San José Tasajera, Justino Peñaloza, tiene esta misma percepción de la indolencia gubernamental porque el huracán Otis devastó “todo lo que encontró a su paso” las autoridades no han reparado 500 metros de camino que conecta al pueblo con la carretera Coyuca de Benítez-Acapulco, conocido como Paso Texca.
Informó que, durante varios días, los habitantes de San José Tasajera se quedaron sin víveres, agua, energía eléctrica y están incomunicados. La comunidad se encuentra a 40 minutos de Acapulco y tiene un padrón de 103 campesinos que, según la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural de Guerrero (Sagadegro), perdieron 30 corrales, 300 hectáreas de cultivos de maíz y algunas vacas.
Hasta el momento han recibido al menos “un rollo de alambre de púas para levantar los corrales que se llevó el viento” y en esta temporada dejarán de cosechar más de 800 toneladas de maíz.
En los rostros de las personas que viven en las colonias más alejadas y olvidadas de Acapulco hay viviendas destruidas y abandonadas, bardas y postes de luz tirados, montones de basura y escombro en las calles; y en la Costera, los grandes edificios abandonados por falta de recursos económicos para repararlos; el servicio de transporte público se restablece gradualmente con dos elementos de la Guardia Nacional para proteger a los usuarios de los delincuentes.
El Parque Papagayo, ubicado en la costera Miguel Alemán, cuenta ya con algunos trabajos de reconstrucción; y el turismo comienza a reactivar la economía de los pequeños comercios y apoyar a los vendedores ambulantes de frutas, cocos, refrescos, camarones, pescados, ropa de playa, inflables y artesanías elaboradas con productos marinos como conchas y estrellas de mar, etcétera.
Marcos, vendedor de cocos en la playa Tlacopanocha, es uno de los damnificados que no recibieron ningún tipo de ayuda a pesar de haber sido censados en tres ocasiones.
“Mi casa también fue arrasada por los fuertes vientos. Me quedé sin nada junto a mi esposa, que tenía un embarazo de ocho meses y mi pequeño hijo de cuatro años. Esa noche, como miles de familias, dormimos cuando nos venció el sueño sobre un sillón, en buen estado, pero anegado, que llegó no sé de dónde. Al día siguiente, todos buscábamos agua y comida; afortunadamente, entre los escombros encontré fruta y unas botellas con agua que cuidamos como tesoro.
“En mis exhaustos recorridos encontraba pan o galletas empaquetadas. Todo eso sirvió para que mi hijo no pasara hambre durante los cuatro días siguientes, hasta que empezaron a instalar comedores comunitarios y a repartir despensas. Fue una experiencia que nos consolidó como familia. Hoy, la nueva integrante está cumpliendo seis meses y con ella estamos renaciendo como familia”, agregó Marcos.
En la Costera Miguel Alemán, el abandono gubernamental es más notorio porque su situación contrasta con el esplendor y lujo que exhibía hace medio año; el Presidente, la gobernadora Evelyn Salgado y la alcaldesa Abelina López, autores de la frase “¡Acapulco está de pie!”, tampoco pueden presumir de haber reconstruido esta zona.
Entre los edificios sin vidrios de los hoteles y los restaurantes sin techo y con sólo algunas mesas, sillas y enseres domésticos, los trabajadores y empresarios de todos los niveles económicos empiezan a superar poco a poco la catástrofe con base en su propio esfuerzo, ya que no existe el proyecto de reconstrucción anunciado por el Gobierno Federal. Ahora únicamente claman porque éste les condone las cuotas de la Autopista del Sol y su consumo de energía eléctrica de este año; y que difiera el pago de sus impuestos, porque el desastre natural los dejó sin recursos y se depreciaron sus propiedades inmobiliarias.
La reconstrucción de hoteles, condominios y restaurantes, así como la recuperación de las 800 embarcaciones turísticas de todos los tamaños que están en el fondo de la bahía no ha comenzado; este hecho evidencia que pasarán varios años para que el puerto recupere su esplendor.
En Acapulco aún se respira incertidumbre; los negocios y empresas hoteleras no han abierto completamente, como afirma la versión de algunos medios de comunicación, que desmienten categóricamente las cortinas cerradas de gran parte de los establecimientos públicos de la Costera Miguel Alemán y las zonas Diamante y Tradicional.
Ahora mismo, cuando está por iniciarse la temporada de lluvias y huracanes en el Pacífico mexicano, las familias humildes de colonias como Héroes de Guerrero, La Garita, Las Cruces, Santa Cecilia, Simón Bolívar, Progreso, Lirios, Primero de Mayo, Vicente Guerrero, Tamarindos y otras localidades aledañas, aún no rehabilitan medianamente sus hogares y deben caminar entre las rocas que el viento y el agua arrastraron a calles y áreas de playa.
José Mario Moreno Rojas, representante de la Cámara Nacional de la Industria de la Transformación (Canacintra), advirtió que, a seis meses de Otis, siguen cerrados hoteles, restaurantes, discotecas, servicios de playa, tiendas y escuelas privadas que no pueden reanudar sus actividades debido a los daños provocados por el huracán.
Y aclaró que para reactivar los 28 mil 800 negocios relacionados con el turismo se requieren miles de millones de pesos (mdp) que superan con mucho los supuestos “recursos ilimitados” que planteó AMLO.
“Lo cierto es que Acapulco no está de pie. Ciertamente intenta recuperarse, pero lo hace de manera paulatina y sin ayuda de los tres niveles de gobierno”, enfatizó el dirigente de la Canacintra en clara alusión al Presidente, a la mandataria estatal Salgado Pineda y a la presidenta municipal López Rodríguez.
Durante la celebración del Día del Trabajo, el vocero del Consejo de Ejidos y Comunidades Opositores a la Presa La Parota (Cecop), Marco Antonio Suástegui Muñoz, denunció que las 36 comunidades rurales de Cacahuatepec, delegación municipal de Acapulco no han recibido ninguna ayuda oficial.
El dirigente agrario aseguró que la principal demanda de los campesinos de estas localidades es el acceso al agua potable; y que entre las comunidades con mayor crisis hídrica se encuentra Apalani, Huamuchitos, Cabeza de Tigre, Huixtlán, Espinalillo, El Cantón, El Rincón, El Carrizo, La Parota, Amatillo y Salsipuedes.
Suástegui Muñoz recriminó también a los gobiernos municipal, estatal y federal que hayan cerrado sus puertas a la población cuando ésta más lo necesitaba y señaló que ésa fue la razón por la que recurrieron al apoyo de organizaciones civiles y fundaciones como Cooperación Comunitaria, Oxfam México, Tlachinollan e Isla Urbana, entre otras.
Reveló que, desde entonces, estas asociaciones sociales han llevado más de 300 toneladas de maíz, además de ocho mil despensas y víveres a las comunidades de la Cecop y han contribuido a la rehabilitación de más de tres mil viviendas. “Hemos tenido que tocar puertas de organizaciones; al gobierno debería darle vergüenza”, remató.
Colonos damnificados, vendedores ambulantes y representantes de comerciantes coincidieron con el vocero de la Cecop en que la falta de atención gubernamental hará más difícil para Acapulco salir pronto de su actual hundimiento y recuperar el nivel de flotación presentados en las dos primeras semanas de octubre de 2023.
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Escrito por Olivia Ortíz
Reportera