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Trump ensaya la invasión a Venezuela
La comunidad en cuyo nombre habla EE. UU. incluye, como mucho, a sus primos anglosajones (Reino Unido, Canadá, Australia, Nueva Zelanda).
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La frustrada incursión de un grupo de mercenarios pretendiendo desembarcar en las costas de Macuto, estado de La Guaira, es la enésima prueba de que Estados Unidos (EE. UU.), es un “Estado canalla”; es decir, un país que viola sistemáticamente la legalidad internacional y al hacerlo pone en peligro la paz mundial. La tentativa de la madrugada del pasado domingo confirma que la Casa Blanca persiste en su criminal actitud de mantener el bloqueo e intentar por cualquier medio derrocar a los gobiernos de Cuba, Venezuela y Nicaragua. E insiste en esta actitud en medio del desastre que la pandemia está produciendo en su país (69 mil muertos y más de 30 millones de desempleados). Imperturbable ante el caos, Trump tiene tiempo para ordenar que una banda de mercenarios ponga en marcha su criminal “licitación para una invasión tercerizada” tal como fuera formalmente anunciada por el bandolero neoyorquino[1]. El objetivo de este primer ataque fue testear la capacidad de respuesta de la FANB (Fuerza Armada Nacional Bolivariana), su cohesión frente a los invasores y su eventual vulnerabilidad ante la tentación que despierta entre malhechores de todo tipo la millonaria recompensa ofrecida por Washington. A no confundirse: lo ocurrido en Macuto no es un incidente aislado sino un engranaje de un plan meticulosamente concebido y cuyo desenlace final, en la afiebrada alucinación de quienes lo pergeñaron, es el secuestro o el asesinato del presidente Nicolás Maduro y la concreción del tan ansiado como elusivo “cambio de régimen.” De hecho, al día siguiente del primer incidente en Macuto, un nuevo colectivo mercenario fue interceptado y sometido por las milicias populares en Chuao, en la región costera del Estado Aragua[2].

Es indudable que la escala de esta operación fue incomparablemente menor que la que lanzara un grupo de cubanos contrarrevolucionarios en el desembarco de Playa Girón, el 15 de abril de 1961. En aquella ocasión se movilizaron unos mil 400 hombres, más de una docena de aviones de transporte y bombarderos, numerosos barcos, tanques y un impresionante armamento. La fulminante respuesta de las Fuerzas Armadas Revolucionarias cubanas impidió que los invasores lograran su primer objetivo estratégico, preámbulo de otros más ambiciosos: crear una “zona liberada” en donde se instalase un gobierno provisional que obtendría el inmediato reconocimiento de la Casa Blanca y de la OEA y que permitiría a los medios de comunicación y los políticos serviles y sirvientes del imperio presionar a otros gobiernos para que reconozcan el nuevo gobierno cubano y lanzar una campaña mundial para que la “comunidad internacional” avale esta maniobra.

Lo de Macuto tuvo otra dimensión, pero no se debería caer en el error de creer que ése era todo el plan. De hecho, la nueva incursión por Chuao prueba lo que venimos diciendo. Ambos operativos son “globos de ensayo” para medir la rapidez y contundencia de la respuesta del chavismo y, también, operaciones de distracción para facilitar el eventual ingreso de contingentes de mercenarios –“contratistas militares privados”, según las leyes de Estados Unidos, como Academi (exBlackwater) y Triple Canopy, que cuentan con miles de efectivos– regularmente contratados por la CIA y el Departamento de Estado para realizar lo que eufemísticamente se llaman “operaciones especiales”. Por ejemplo, organizar microoperaciones en el dilatado litoral atlántico-caribeño de Venezuela o por la extensa frontera colombo-venezolana (dos mil 219 kilómetros) que ofrece muchas rutas alternativas de ingreso ilegal y de difícil detección. Por supuesto que el narcogobierno de Iván Duque en Colombia hará absolutamente cualquier cosa que le sea solicitada por Trump, pues es consciente que si desobedeciera la orden, tanto él como su jefe político, Álvaro Uribe Vélez, podrían terminar sus días en una cárcel de máxima seguridad, como el expresidente panameño Manuel Antonio Noriega. Por otra parte, no puede olvidarse el hecho de que la IV Flota de EE. UU. lleva semanas patrullando el Mar Caribe con el pretexto de desarticular las redes del narcotráfico, cuando los informes de la DEA señalan que el 93 por ciento de la cocaína que ingresa a ese país lo hace desde Colombia y vía el Océano Pacífico. Ese vasto despliegue naval fue diseñado para otorgar apoyo logístico, y eventualmente de tropas y equipos, a las operaciones desbaratadas en las últimas horas. La situación, por lo tanto, es de extrema gravedad y la subestimación de la prensa es la mejor prueba de que se quiere minimizar el peligro para que el gobierno bolivariano baje su guardia y piense que lo peor  ya pasó. Tal actitud subestima grandemente al liderazgo de Nicolás Maduro y el patriotismo de venezolanas y venezolanos que, de producirse el ataque, propinarán una tremenda derrota a los invasores. Sería bueno que alguien le cuente al ignorante de Trump qué fue lo que le ocurrió a EE. UU. en Playa Girón y en Vietnam.

Los sicarios mediáticos del imperio dicen que las agresiones a Venezuela cuentan con el beneplácito, o al menos la aquiescencia,  de la “comunidad internacional”. Pero ocurre que esa tal comunidad no existe y es una engañosa entelequia. Así la describió un experto estadounidense, Samuel P. Huntington, conservador pero poco amigo de las “posverdades” y ardides propagandísticos de la derecha. Escribió que “los líderes estadounidenses constantemente dicen que hablan en nombre de ‘la comunidad internacional’. ¿Pero a quiénes tienen en mente? A China, Rusia, India, Paquistán, Irán, el mundo árabe, América Latina, Francia? ¿Será que algunos de esos países o regiones perciben a EE. UU. como el vocero de una comunidad de la cual son partes integrantes? La comunidad en cuyo nombre habla EE. UU. incluye, como mucho, a sus primos anglosajones (Reino Unido, Canadá, Australia, Nueva Zelanda) … a Alemania y algunas pequeñas democracias europeas … a Israel en cuestiones relacionadas con Oriente Medio y a Japón. Son estados importantes, pero están muy lejos de ser la “comunidad internacional global[3]”.

Pese a ello, Trump y sus secuaces de la Fundación Libertad siguen diciendo, por ejemplo, que Juan Guaidó o el bloqueo a Cuba y Venezuela son apoyados por “la comunidad internacional”. O acusando de “populistas”, “autoritarios” o violatorios de la separación de poderes a los gobiernos latinoamericanos que priorizan la salud de sus poblaciones en lugar de garantizar el libérrimo funcionamiento de los mercados, algo que para Mario Vargas Llosa y su tropa de impresentables políticos, comenzando por Álvaro Uribe Vélez, José María Aznar y Mauricio Macri refleja las aspiraciones de la “comunidad internacional”. Mienten a sabiendas y deberían recordar, antes de que tengan un abrupto despertar, la sabia sentencia de Abraham Lincoln cuando dijo que:“Puedes engañar a todo el mundo algún tiempo. Puedes engañar a algunos todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo”.

Ante esta ofensiva de Washington, lo primero que se impone es la necesidad de cerrar filas en defensa del gobierno bolivariano. La injerencia de EE. UU. y su peón colombiano en los asuntos internos de Venezuela es absolutamente inadmisible y debe ser condenada de modo rotundo. Éste es un imperativo categórico, de raíz kantiana, imprescindible para evitar que el sistema internacional desate una espiral incontenible de caos, violencia y muertes. Segundo, será también inaceptable cualquier actitud ecléctica o que pretenda apelar a una imaginaria neutralidad, y menos en tiempos de una pandemia universal. Y si algunos gobernantes extravían el rumbo, sea porque ceden a la coerción de la Casa Blanca o debido a sus propias debilidades ideológicas, deberán saber que la repulsa popular ante esa conducta, más pronto que tarde, podría causar el derrumbe de sus gobiernos. Tercero y último: potenciar los dispositivos de coordinación a través de la Internet, que nos hemos visto forzados a utilizar debido a la cuarentena, para formar un gran movimiento de opinión continental repudiando la ofensiva norteamericana en contra del gobierno bolivariano y, por supuesto, de Cuba, Nicaragua e Irán. Y, agregaríamos, en contra de las políticas de sanciones económicas en contra de Rusia y China y la “extraterritorialidad” de las leyes de EE. UU., que exacerban las ya de por sí peligrosas tensiones del sistema internacional. Hemos aprendido que aún cuando no podamos reunirnos físicamente, podemos hacerlo virtualmente e impulsar iniciativas de autodefensa que impidan que el capital utilice los estragos de la pandemia para reconstruir, en clave aún más autoritaria, su dominación sobre los pueblos. Este “asociativismo digital” puede y debe convertirse en un significativo aporte para facilitar la coordinación internacional de las luchas antiimperialistas e idóneo instrumento para combatir las mentiras y manipulaciones mediáticas con las que se nos quiere subyugar.

 

[1] Cf. María Fernanda Barreto, en Correo del Alba, 26 de Marzo de 2020, accesible en: https://correodelalba.org/2020/03/26/trump-abre-la-licitacion-para-la-invasion-militar-a-venezuela-en-medio-de-la-pandemia/ La cifra de 55 millones de dólares resulta de sumar los 15 millones ofrecidos por la captura (o el asesinato) de Nicolás Maduro a los que se agregan los 10 millones por Diosdado Cabello y Tareck El Aissami y, además, por los traidores Hugo Carvajal y Clíver Alcalá que seguramente querrán capturarlos vivos. Cf. los datos en el periódico colombiano El Tiempo: https://www.eltiempo.com/unidad-investigativa/quienes-estan-con-maduro-en-el-cartel-de-recompensas-de-ee-uu-477386

 

[2] https://twitter.com/oriolsabata/status/1257378597439967239

 

[3] Cf. “The lonely superpower”, en Foreign Affairs,  Marzo-Abril 1999, Vol. 78, Número 2

 


Escrito por Atilio. A. Borón

colaborador invitado


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