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Tabasco, la tragedia de un pueblo abandonado
Tabasco tiene riqueza, y la ha dado a México en producción de petróleo (59.1 por ciento del PIB estatal), pero depende demasiado de él.
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Tabasco está inundado, y el gobierno y sus voceros pretenden hacernos creer que todo es obra de la naturaleza para ocultar la insensibilidad y la incompetencia gubernamentales y el sempiterno olvido a los pobres. Hurcanes e inundaciones, como las dos padecidas recientemente, no son la causa única de la desgracia; existen circunstancias sociales y políticas, como la pobreza (Tabasco ocupa el sexto lugar nacional), producto de siglos de explotación. Los pobres son siempre los más expuestos, con viviendas precarias, de materiales regionales, a la orilla de ríos, pantanos y lagunas. El 53 por ciento de la población vive en pobreza (1.3 millones); 302 mil 500 en pobreza extrema; “[la] pobreza en Tabasco es 11.7 puntos porcentuales mayor que el porcentaje nacional...” (Coneval, Informes de Pobreza 2020), y la marginación es alta, 44.8 por ciento (SIAP). De los 2.5 millones de habitantes, 42.6 por ciento es población rural, casi dos veces el promedio nacional.

Ciertamente, la geografía es adversa. Al sur, en los límites con Chiapas, está la región Sierra, la más lluviosa, y todo el resto es una inmensa planicie costera con un enorme sistema lagunar y extensas áreas pantanosas e inundables, como la región de los pantanos, donde se ubican los municipios de Centla, Jonuta y Macuspana; y también, cruzada por una red de ríos, la región centro: Nacajuca, Jalpa de Méndez y Villahermosa, la capital, rodeada de agua por varias partes, como si fuera una gran isla. A esta geografía de alto riesgo se agregan las copiosas precipitaciones: dos mil 384 milímetros en un año (Semarnat, 2019). Atraviesa el estado nuestro río más caudaloso, el Usumacinta, sin obra hidráulica que controle sus aguas; se le une el Grijalva, segundo en caudal, para desembocar, formando un extenso delta, en el Golfo de México. Por los ríos de Tabasco fluyen al año 125 mil millones de metros cúbicos de agua, un tercio del total del país (Inafed).

Sobre el río Mezcalapa hay cuatro vasos reguladores, como el de Peñitas, cuya capacidad es muy limitada. Para controlar las inundaciones, hace años se diseñó Prohtab (Programa Hidráulico de Tabasco), presupuestado en 19 mil millones de pesos, que no se construyó y que tampoco interesa al actual gobierno, cuyas prioridades son otras, como la refinería, que costará 180 mil millones de pesos; con el 10 por ciento de eso se estaría construyendo ahora, con el antiguo proyecto u otro mejor, la obra hidráulica tan necesaria, y mejorando el manejo de cuencas, esto si hubiera voluntad. Pero todo sigue igual para los tabasqueños. Continúa asimismo la deforestación de terrenos para cría de ganado, causa también de inundaciones, y Sembrando Vida no lo revertirá, pues su propósito es más bien de control electoral.

Muy incompetente se mostró el gobierno en la prevención de las inundaciones, no obstante que, es bien sabido, éstas ocurren anualmente, principalmente entre septiembre y noviembre, más en la cuenca del Usumacinta; y en un ciclo que se repite más o menos cada cinco años, el siniestro es mayor. Se conoce, pues, su regularidad. Entonces, ¿por qué ahora tomó por sorpresa a las autoridades? ¿No podían preverlo? ¿Por qué no adoptaron las necesarias medidas preventivas para informar y evacuar a la población y salvar sus pertenencias? El Presidente dijo que calculadamente decidió, para salvar a Villahermosa, inundar la zona indígena, a los más pobres, afectando principalmente a toda la región de los pantanos y parte de la Chontalpa; pero el argumento cae por su propio peso, pues ocurrió, y en grande, lo que, según sus cuentas se evitaría: una de las peores inundaciones de que se tenga memoria en la capital del estado.

Tan mal como la prevención fue la reacción. Está operando el plan DN III, pero es vox populi que el Ejército carece de recursos para su labor. El gobierno del estado liberó un fondo de contingencias ¡de 3.5 millones de pesos!, de risa, si no fuera ésta una tragedia. Se habla de 272 albergues, pero dicen los tabasqueños que es un invento; nadie sabe cuántos afectados son atendidos, ni dónde. No hay un plan de rescate y salvamento; son del todo insuficientes las bombas para desalojar el agua, y donde las hay, falta el combustible: en su desesperación, para ser atendida, la gente encerró a funcionarios y ha realizado 70 bloqueos carreteros. El poco apoyo que llega proviene de donativos de otros países, empresas, fundaciones o municipios, como el de Chimalhuacán; en contraste, el estado y la Federación, que tienen los recursos, y la obligación de ayudar, no lo hacen, o solo simulan hacerlo. Los “Servidores de la Nación” aprovechan para sacar raja de la desgracia popular, repartiendo a su conveniencia las escasas donaciones, que ellos no pusieron. Menudean los casos de lucro en la distribución. El gobierno anunció apoyos de ocho mil pesos para pintar viviendas; nadie sabe cuántos se darán o han dado. Según cifras oficiales, hay 302 mil 498 damnificados y 99 mil 573 viviendas dañadas, y la ayuda no llega.

Las familias campesinas han visto perderse sus viviendas y medios de vida: oficialmente están afectadas mil 396 localidades (46.5 por ciento de las tres mil comunidades existentes). La Secretaría de Agricultura de Tabasco (Sedafop) estima que la superficie siniestrada, agrícola y ganadera, fue de 45 mil hectáreas: principalmente maíz, y también cacao (12 mil ha), plátano (tres mil), caña (seis mil), cítricos  y otros. Según la Sader, por el riesgo ha sido necesario desplazar 63 mil animales. Para recuperar su fuente de ingresos, los campesinos necesitan financiamiento y seguro catastrófico (y ya la 4T desmanteló Agroasemex y la Financiera Nacional), apoyo para herramientas, semillas, fertilizantes, etc.; y para replantar y recuperar cepas, pastizales, potreros y otras instalaciones.

Tabasco tiene riqueza, y la ha dado a México en producción de petróleo (59.1 por ciento del PIB estatal), pero depende demasiado de él, y ha sufrido la caída en los precios y la demanda mundial. Lamentablemente, el gobierno apuesta todo a ese recurso, y obcecadamente dedica sumas estratosféricas al elefante blanco de Dos Bocas. Se necesita visión de cambio, una alternativa viable y efectiva, un proyecto integral de desarrollo económico que diversifique las actividades; pero ni el gobierno estatal ni el Federal tienen la más remota idea, ni la voluntad para realizarlo.

Ante la indiferencia gubernamental frente a la desgracia, es necesario en Tabasco un gran movimiento popular que unifique la voluntad de todos los marginados y que tenga el poder suficiente para arrancar las soluciones negadas por siglos, no importa cuán costosas sean, y que se atiendan también las consecuencias inmediatas. El gobierno tiene los recursos (y los está dilapidando), recursos del pueblo, y éste debe reclamarlos; por ejemplo, para un programa de construcción de viviendas y recuperación de muebles e instalaciones. Finalmente, los tabasqueños y todos los mexicanos víctimas de la ilusión de la 4T y Morena deben despertar del engaño: no es cierto que hoy primero sean los pobres. Deben aprender a confiar solo en sus propias fuerzas.


Escrito por Abel Pérez Zamorano

Doctor en Economía por la London School of Economics. Profesor-investigador de la Universidad Autónoma Chapingo.


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