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Nuestros muertos y nuestra lucha por un Mundo mejor
Además de exigir castigo de manera indoblegable para los salvajes asesinos, los antorchistas estamos plenamente conscientes de que la mejor manera, tal vez la única realmente valedera de hacerles homenaje, es seguir su ejemplo.
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Son Vladi, Meche y Conra. Vladimir Hernández Martínez, de seis años de edad, su joven madre, Mercedes Martínez Martínez y su también joven padre, Conrado Hernández Domínguez, antorchistas entrañables que el 12 de abril cumplen un año de haber sido salvajemente asesinados en Chilpancingo, Guerrero. A la fecha, los órganos de hacer justicia, supuestamente pronta y expedita en ese estado y, en su defecto, en el país entero, no tienen un solo hombre o mujer sujeto a proceso, ni siquiera algún sospechoso identificado. Nada. Sus familiares y compañeros estamos indignados y, al cumplirse el primer aniversario del horrendo crimen, el día 12, estaremos en el Zócalo de la Ciudad de México y el 14 marcharemos pacíficamente por el centro de la ciudad capital del estado de Guerrero para exigir justicia y recordarles a todos los hombres, mujeres y niños de buen corazón que se cometió este crimen atroz y que un año después todavía permanece impune.

Me queda claro que, aunque se haya tratado de un crimen horrendo, no podemos olvidarnos ni por un momento de que existen muchísimas familias que padecen y sobrellevan las mismas y hasta peores penas y agresiones. En medio de tanto dolor como existe en Guerrero y en todo el país, no pretendemos ser ni aparecer como los únicos ni como los más agredidos y lastimados; estamos conscientes de que sólo por homicidios dolosos, la tragedia ha entrado al hogar de casi 200 mil mexicanos. No buscamos, por tanto, el privilegio de una atención especial por encima de otros muchos hondamente lesionados, antes bien, nos solidarizamos con ellos, porque, en última instancia, no es sólo por Vladi, Meche y Conra, sino por todos los que lloran a sus seres queridos, claman por justicia y sueñan con un mundo mejor.

Tampoco hemos olvidado a Wenceslao Victoria Soto, a Wences, aunque ya hace 33 años que no está físicamente con nosotros. Tenemos muy presente su ejemplo y el cariño de quienes lo quisieron, a quienes, ya en el invierno de su vida, no se les puede hablar de él sin que se les salten las lágrimas. Lloran por un hombre bueno. De esos que hacen las revoluciones. Wences no murió como consecuencia de un abominable crimen, pero no hay consuelo ni olvido. Wences murió trágicamente un 13 de abril y ese día en Morelia lo recordarán con un acto político cultural sus compañeros. La vida juntó fechas terribles.

La opinión pública se ha enterado conmocionada en las últimas semanas de que, en el estado de Guerrero, se ha estado llevando a cabo una guerra sangrienta entre grupos delictivos rivales. No ha sido necesario hacer interpretaciones, personas muy conocidas y con una función social muy relevante, como son algunos sacerdotes de la Iglesia Católica, que han hecho declaraciones al respecto y han afirmado que, como consecuencia de su intervención, se ha llegado a un acuerdo entre las partes que ha posibilitado reducir significativamente las agresiones y las muertes. 

Importa ahora hacer referencia a estos hechos porque, si no con el mismo encono que en las últimas semanas, desde antes de los asesinatos de nuestros compañeros, la violencia en Guerrero se explicaba básicamente por la misma razón. Nadie ha sostenido nunca que las víctimas de la ola de violencia de los últimos años se hayan escogido al azar y, si como es evidente, ninguno de los tres compañeros estaba involucrado de ninguna forma en ninguna actividad delictiva (y luego de un año nadie se ha atrevido ni siquiera a insinuarlo), ¿Qué queda?

Que los mataron por antorchistas. Por la única actividad conocida, publicitada, cotidiana, sacrificada y tenaz que realizaban: luchar legalmente para conquistar obras y servicios para los más pobres de Guerrero. Cuando los mataron a golpes junto a su pequeño hijo al que los criminales estrangularon, Mercedes Martínez y su esposo Conrado Hernández, miembros del Comité Estatal del Movimiento Antorchista en Guerrero, estaban luchando por la regularización de las colonias Nueva Revolución y Candelaria de Chilpancingo para beneficio de 200 familias; encabezaban las gestiones para la pavimentación del acceso a las Colonias Mártires Antorchistas y Aquiles Córdova, que beneficiaría a 500 familias; dedicaban su tiempo y su energía a la introducción de la red de drenaje a la Colonia Antorcha de Tlapa, en la que viven 150 familias y a la electrificación de la Colonia Tehistepec, con 150 familias de esa misma ciudad; a la pavimentación de calles en la Colonia El Palmar de Juquila con 300 familias; a la obtención de insumos agrícolas para los campesinos de Xochihuehuetlán y a la construcción de un puente vehicular en San Nicolas Zoyatlán, del municipio de Xalpatláhuac. Por ello los mataron. 

Además de exigir castigo de manera indoblegable para los salvajes asesinos, los antorchistas estamos plenamente conscientes de que la mejor manera, tal vez la única realmente valedera de hacerles homenaje, es seguir su ejemplo. Vivir y morir luchando en favor del pueblo que crea la inmensa riqueza y nunca disfruta de ella. En nuestro sufrido país, el derecho más elemental, que es el derecho a la vida, no está garantizado, la violencia ya acumula, en lo que va de esta administración federal, 171 mil 85 homicidios dolosos, la inmensa mayoría sin castigo. La prevención de enfermedades no existe y curarse de los padecimientos es muy difícil y caro y, para muchos, es imposible; según encuesta del Inegi, la cantidad de recursos que los hogares mexicanos destinan a cubrir gastos trimestrales en salud pasó de mil 28 pesos en 2018 a mil 345 pesos en 2022, un aumento de 30.9 por ciento; pero aquí lo que hay que preguntarse es: ¿se puede curar una simple infección en las vías respiratorias con el equivalente a 448.3 pesos al mes? 

¿Cómo está en nuestro país el derecho a la educación, el derecho elemental a saber y, en última instancia, a prepararse y llegar a tener un empleo mejor remunerado? “Chiapas, Oaxaca, Guerrero, Veracruz y Zacatecas –por ejemplo– son los cinco estados del país con la peor eficiencia terminal universitaria. En esas entidades, de cada 100 alumnos que ingresan a la escuela primaria sólo 12, 12, 15, 16 y 19 jóvenes, respectivamente, finalizan una carrera en la universidad… Resalta que en Corea del Sur de cada 100 niños que ingresan al sistema educativo 93 se gradúan en tiempo y forma” (El Universal, siete de abril de 2024).

Pronto habrá otra vez elecciones para Presidente de la República, para senadores, diputados, algunos gobernadores, diputados locales en algunos estados, así como numerosos presidentes municipales. Ya las caracteriza la violencia, ya hay muchos aspirantes, precandidatos y candidatos asesinados en el país, estamos inmersos en las elecciones más sangrientas de los últimos años. ¿Cuántos procesos electorales de los niveles mencionados se han celebrado solamente desde que se firmó la Constitución en Querétaro? Miles, sin duda alguna; y a cada nueva oportunidad se anuncia el cambio, la renovación, la esperanza, se usan palabras de impacto y miles de millones de pesos para empujar al elector a depositar su boleta y mire usted cómo estamos.

No digo, no insinúo siquiera que haya que acabar con la democracia; estoy convencido que más bien hay que añadirle todo lo que le falta, que es la mayor parte. La democracia no debe terminar con el acto del depósito del voto en la urna. El pueblo tiene que ejercer su derecho constitucional a la organización –lo plasmó el Constituyente–, debe estar plenamente consciente y seguir organizado después de los procesos electorales en torno a un programa ambicioso de obras y servicios en su beneficio y, con su vigilancia activa, garantizar que se cumpla. Ésa fue la lucha de Vladi, Meche y Conra, ésa la de Wences, ésa la lucha de los antorchistas vivos y consecuentes. Ése es nuestro programa de lucha por la justicia social y por la conquista de un mundo mejor.


Escrito por Omar Carreón Abud

Ingeniero Agrónomo por la Universidad Autónoma Chapingo y luchador social. Autor del libro "Reivindicar la verdad".


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