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Las michoacanas en el olvido gubernamental
Desde 2016 Morelia, la capital, se halla en Alerta por Violencia de Género (AVG).
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Las mujeres de Michoacán, especialmente las madres de familia, son víctimas frecuentes de violencia física, psicológica y aun económica, debido a la cultura machista que persiste en todo su entorno social. La falta de acciones efectivas de las autoridades para investigar y sancionar a los perpetradores de la violencia contra las mujeres envía un mensaje de permisividad que la perpetúa y propicia la desconfianza en las instituciones judiciales.

Varias de ellas dieron testimonio de sus problemas a este semanario, revelando que a pesar de que pueden recibir apoyo psicológico de la Secretaría de Salud de Michoacán (SSM), no recurren a esa instancia porque su atención es dispar y deficiente.

Resulta así, explicaron, porque para recibir esta atención psicológica, que es presencial y en teoría se ofrece las 24 horas del día, a veces les “dan cita una vez al mes o cada dos meses; y con frecuencia los recepcionistas aseguran que no hay más espacios libres”.

En casos urgentes, las mujeres son canalizadas al Centro Comunitario de Salud Mental y Adicciones (Cecosama) o al Hospital Psiquiátrico de Morelia, donde pueden recibir la atención multidisciplinaria que necesitan.

Sin embargo, la mayoría de las michoacanas no reciben atención; es urgente que las autoridades del gobierno estatal apliquen medidas públicas efectivas para abordar integralmente el problema de la violencia de género en sus múltiples formas.

Es indispensable que haya programas para educar a las víctimas potenciales –niñas, adolescentes y jóvenes casaderas– en la prevención y defensa de las acciones más comunes de la violencia de género.

Sin embargo, nada de esto se ha realizado; y en los últimos años, el presupuesto del Instituto de la Mujer Moreliana e Igualdad Sustantiva (Inmujeris) sufrió recortes sustantivos. En 2020 contó con 112 millones 53 mil 443 pesos y en 2021 sólo dispuso de 64 millones 686 mil 826, es decir, 47 millones menos.

Desde 2016 Morelia, la capital, se halla en Alerta por Violencia de Género (AVG); pero desde esa declaratoria a la fecha, los recursos que movilizan el programa están en picada. La mayor reducción fue en 2022, cuando se le asignaron siete millones 826 mil 762.48 pesos; monto que en 2023 pudo mantenerse con un ligero incremento presupuestal. 

El año pasado, en efecto, el Congreso Local aprobó 13 millones 609 mil 438 pesos con los que desde entonces se cubren los gastos de la AVG y el refugio donde se resguarda a las mujeres con hijos que han sobrevivido a situaciones de violencia extrema. Este año, ambos programas operan con 13 millones 745 mil 533 pesos, monto integrado con participaciones estatales y federales.

La violencia de género se manifiesta a través de abusos físicos, emocionales o psicológicos, cuyas consecuencias o efectos pueden ser igualmente físicos, mentales y socioeconómicos tanto en las mujeres como en sus hijos. El registro de las mujeres que en Michoacán sufren violencia económica y patrimonial es actualmente de 317 mil 37 y en su mayoría son madres de familia.

Según la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (Endireh) del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), el 64.9 por ciento de las michoacanas (un millón 585 mil 185 de dos millones 442 mil 505) ha padecido algún tipo de violencia física, sexual, psicológica, laboral y económica.

Esta última es la más frecuente, porque afecta a 420 mil 78 mujeres, cifra equivalente al 26.5 por ciento de las agraviadas que entrevistó el Inegi, aunque la violencia doméstica y los feminicidios aún muestran índices elevados en la entidad, a pesar de que las autoridades han declarado que realizan esfuerzos para reducirlos.

La falta de acciones efectivas de las autoridades para investigar y sancionar a los perpetradores de la violencia contra las mujeres envía un mensaje de permisividad que la perpetúa y propicia la desconfianza en las instituciones judiciales.

Labor sin reconocimiento 

Para muchas mujeres, el trabajo nunca termina, pues desde las primeras horas de la mañana hasta la noche desempeñan responsabilidades laborales domésticas (cuidado de hijos, comida, limpieza), para luego realizar trabajos en el hogar.

 

 

El agotamiento físico y emocional es su compañero inseparable cuando están obligadas a actuar en dos ámbitos laborales. En Michoacán, estas mujeres representan el 38 por ciento de la población económicamente activa (PEA) y el 80.65 realiza actividades en el sector servicios (comercio, banca, seguros, turismo, inversión inmobiliaria, etc.).

“La carga de responsabilidades laborales y domésticas pueden generar estrés, agotamiento y falta de tiempo para el autocuidado en las madres, esto aumenta la vulnerabilidad a situaciones de violencia. Dichas sobrecargas por situaciones de machismo contribuyen a un desequilibrio en las relaciones familiares, exacerbando tensiones y conflictos que pueden desembocar en actos de violencia como la emocional; aquí podemos observar expresiones de ira contra las madres michoacanas, hostilidad o desprecio en otros miembros de la familia, en su mayoría esposos o hijos. 

“De igual forma, podemos ver que se produce mucho la violencia psicológica'; el constante desgaste emocional y la falta de reconocimiento a las labores de las mujeres han provocado manipulación, control y menos aprecio a ellas”, reveló a buzos el psicólogo Arturo Bautismal.

En México, siete de cada 10 mujeres que participan en el mercado laboral son madres y enfrentan peores condiciones de trabajo que las mujeres sin hijos; entre éstas, el 58 por ciento se emplea en la informalidad, en tanto que las formales sin hijos equivalen al 50 por ciento. La doble jornada laboral de estas mujeres pasa a menudo desapercibida y no es reconocida ni mucho menos evaluada. 

“Es muy difícil ser mamá, esposa y emprendedora. Muchas veces tengo peleas con mi esposo porque no siempre tengo tiempo de tener la casa limpia y él no me ayuda. Me siento cansada la mayor parte del tiempo; debo llevar a las niñas a la escuela, hacer entregas, hacer comida, lavar ropa y uniformes, ayudarles a las niñas con su tarea o con lo que no entienden de la escuela, planchar, ir al súper y demás”, lamentó a buzos Ana María C.

Se siente desvalorada y no reconocida por su esposo, quien además se molesta cuando Ana María le pide que le paguen a alguien para ayudarla con el quehacer del hogar, pues él afirma que “meter a una desconocida no es digno de una buena esposa”. Su marido da clases de idiomas en una universidad particular de la ciudad de Morelia.

Por ello, esta mujer emprendedora opina que “es fundamental visibilizar y valorar el trabajo y actividades de las madres michoacanas, así como promover políticas y programas que faciliten la conciliación entra la vida laboral y familiar, redistribuyan equitativamente las responsabilidades domésticas y promuevan la igualdad de género en todos los ámbitos de la sociedad”.

Violencia física y económica 

A pesar de que Michoacán cuenta con Centros de Justicia para las Mujeres (CJM), una Comisión Estatal de Derechos Humanos (CDHM), líneas telefónicas, un Instituto Estatal de Atención a la Violencia contra las Mujeres (IEAVM) y el apoyo de la Fiscalía General de Justicia (FGJ), la Endireh estima que, durante los últimos 12 meses, el 64.9 por ciento de las mujeres de 15 años o más de la entidad han experimentado algún tipo de violencia psicológica, física, sexual, económica o patrimonial.

La misma encuesta determina que el 26.5 por ciento de las mujeres en la entidad ha padecido violencia de carácter económico durante su vida. La señora Edith R., víctima de violencia física, sexual, económica y psicológica, explicó a buzos que su esposo Emilio tiene problemas de alcoholismo; que, cuando no llega temprano, es seguro que “viene tomado” y que lo más probable es que la agreda físicamente.

“Una vez discutimos porque le dije que estaba harta de este estilo de vida y me golpeó. Lo ha hecho varias veces, pero esa vez sentí que me iba a matar. Mi hijo de ocho años se metió entre él y yo para intentar separarlo de mí, con los empujones me caí en la cama y el niño quedó debajo de mí; no me podía mover y encima tenía a su papá. Ha sido el peor momento de mi vida”, relató.

Sus vecinos escuchan las agresiones y han mandado patrullas. Su familia, que ha visto algunos de los golpes, le ha insistido en que lo abandone; pero teme que él reaccione con mayor furia, o que intente desquitarse contra sus padres y hermanas y, sobre todo, a que su hijo crezca sin padre y sin apoyo económico.

“Cuando han venido los policías, se lo llevan detenido porque me han visto sangre y golpes. Hay una denuncia, pero no sirvió de nada, porque de nuevo está aquí. La gente me juzga y me dice que estoy aquí porque quiero. Pero no es así; no lo quiero, no quiero esto. Estoy aquí porque le tengo pavor”, denuncia la víctima.

Además, no cuenta con el apoyo de su familia; pues cuando dejó su hogar, su madre le advirtió que “no sería bienvenida en su casa”. El pánico la invade cuando el dinero no le alcanza para cubrir los gastos de la familia. “Debo rendirle cuentas de todo. Hace como cinco años no me di cuenta que vendió una cadena de oro mía y una esclava que me dieron cuando fueron mis XV años. La ropa que tenemos el niño y yo me la han dado los vecinos cuando ya no la ocupan; y si no le gusta, la quema o la vende; pero no me da dinero para comprar nueva”.

Edith confiesa que esta situación de incertidumbre y miedo la tiene paralizada. Algunas de las agresiones físicas dejan marcas o cicatrices visibles; pero las humillaciones y manipulaciones generan “tormentas” emocionales o psicológicas que minan su autoestima, la seguridad en sí misma y su bienestar mental.

Acerca de estos impactos, el psicólogo Arturo Bautismal aclaró: “es importante reconocer que el miedo es un factor significativo que impide que las mujeres abandonen situaciones de violencia. Este miedo que expresan está relacionado con la posibilidad de represalias por parte del agresor, preocupaciones sobre la seguridad de los hijos, la falta de recursos económicos para vivir de forma independiente y la pérdida de autoestima y capacidad de salir adelante por sí mismas”.

Las acciones que puede tomar una mujer o madre en situación de violencia física, psicológica o económica, consisten en buscar apoyo y asistencia de otras personas, que le pueden brindar amigos o familiares de total confianza, así como refugios en centros especializados para mujeres víctimas de violencia, donde exista ayuda legal y psicológica.

Ésta es la salida más idónea, buscar apoyo en organizaciones que pueden brindarles un apoyo integral para su recuperación y ayudarlas a elaborar un plan de vida para el futuro, recomendó el especialista. 

Discriminación de género

La discriminación de género también contribuye a la vulnerabilidad de las mujeres. Las estructuras sociales arraigadas que subestiman el valor y la contribución de las mujeres propician que la violencia de género se tolere y normalice.

A principios de 2020, el Secretario General de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), José Ángel Gurría, afirmó que la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres para el crecimiento es un reto imperativo para México. Las madres y las mujeres jóvenes mexicanas se enfrentan a grandes obstáculos al realizar trabajo remunerado.

El 29 por ciento de las mujeres que trabajan fuera de casa, abandonan sus empleos por embarazo o porque se casan; el 15 por ciento por acoso o discriminación y el 11 por ciento porque un familiar le impide seguir trabajando.

La tasa de mujeres jóvenes que no estudian ni trabajan es del 33 por ciento, 18 puntos superior a la media de la OCDE. Las mujeres mexicanas tienen cuatro veces más probabilidades de estar en esta condición que los hombres.

Ashley es madre de dos hijos y trabaja de tiempo completo en un hotel conocido de la ciudad de Morelia para mantener a su familia. A pesar de tener calificaciones, certificaciones y experiencia laboral en el área de turismo y administración de empresas, sus colegas masculinos reciben un salario más alto por realizar el mismo trabajo.

“He intentado negociar un aumento de sueldo; pero recibo comentarios de que, como mujer y madre, debería estar satisfecha con lo que tengo y no preocuparme por ganar más”. En su trabajo, Ashley es discriminada debido a su maternidad, ya que a menudo se le excluye de proyectos importantes o se le asignan tareas menos desafiantes con el pretexto de que “debería estar más centrada en sus hijos”.

En Ashley se concentran casi todas las formas de violencia y discriminación de género: la física, la emocional, laboral y económica. 


Escrito por Laura Osornio

colaboradora


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