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El agresivo estratega Zbigniew Brzezinski, en su ensayo El Gran Tablero de Ajedrez, afirmó que “la supremacía y el excepcionalismo de Estados Unidos (EE. UU.) se impondrían en Eurasia”; pero hoy, Washington y sus aliados se repliegan ante la presencia de los actores de ese enorme e importante escenario global que define la placa tectónica entre España y China. En bien de su interés estratégico, México debe afianzar sus añejos vínculos con esa región de gran potencial.
Eurasia es la variable oculta en la estratégica disputa que Occidente libra contra China y Rusia. En su cálculo erróneo, el imperialismo estadounidense de la pos-Guerra Fría espera encumbrarse como potencia única del mundo. Pero al renunciar a la política y entregarse a la creación de nuevos enemigos, Washington y sus aliados se cierran las puertas en esa región que hoy es la gran sorpresa geopolítica.
Hoy el tablero geoestratégico global cambia hacia un mundo multicéntrico o pluripolar, donde el nuevo juego está propiciado por la República Popular China (RPC) y la Federación de Rusia. La primera con su pujante capacidad tecnológico-industrial y la segunda con su asertivo reposicionamiento global a partir de su poder energético.
A ese ajedrez geopolítico se suman jugadores-potencia como India, Irán, Turquía, Indonesia y Kazajastán, entre otros, dignos de asumir un merecido rol político-económico, incluso si ello implica desafiar a EE. UU.
Todos proyectan su presencia en América, Europa, África y Oceanía, conscientes de que la unión del planeta pasa por ese trato multinacional, sin admitir las presiones del capitalismo corporativo. Y es que cada país de esa región ha sufrido la estrategia de seducción-agresión para saquear recursos y subyugar su política interna.
El saldo es pesado: desde los 21 años de la genocida guerra “antiterrorista” y la subversiva “primavera árabe”, pasando por la devastadora ocupación de Afganistán, el asedio bélico contra Libia y Siria, la masacre en Palestina y Yemen, así como el acoso al comercio exterior de China y el bloqueo al gasoducto ruso Nord Stream 2 y el intenso rearme de las monarquías árabes.
La persistente hostilidad de Occidente llevó a las naciones de Eurasia a tejer vínculos entre sí y con el exterior. Esta región, pese al impacto del Covid-19 y las presiones político-económicas de EE. UU y la Unión Europea (UE), se halla fuera del “siglo euroasiático”.
Esa arrogancia fue denunciada en San Petersburgo por Vladimir Putin, presidente de Rusia, el año pasado. Ahí anticipó el fin de la era del mundo unipolar “pese a las tentativas de Occidente de preservarlo por todos los medios”. Y advirtió a EE. UU que “estaría en un error si se considera mensajero de Dios en la Tierra y no tiene obligaciones, sino intereses que proclama sagrados”.
El dirigente anticipó entonces el nuevo orden multipolar, ya que, en el planeta, los últimos decenios “se forman y alzan nuevos actores, cada uno con su propio sistema e instituciones y normas políticas”. Sabedor de que Occidente persiste en controlar la dinámica internacional, el jefe del Kremlin expresó que sería erróneo considerar que se puede esperar el fin de estos cambios “para volver a las andadas, pues no volverán” pese a que siguen con esa ilusión sus élites gobernantes.
Rusia, China, Irán y otros actores de Euroasia respaldan esa postura y promueven nuevas alianzas para romper la dependencia regional con Occidente. “Las potencias emergentes deben crear instrumentos financieros para fortalecer su autonomía político-económica”, propuso el Ministro de Asuntos Exteriores de Rusia, Serguéi Lavrov, en abril pasado en Nueva Delhi cuando planteó la nueva sociedad euroasiática.
Nuevos protagonistas
En su tiempo el político alemán Karl Haushofer (1869-1946) propuso unir social y políticamente a esa enorme región para enfrentar a las potencias marítimas de entonces: EE. UU. y Reino Unido. Menos de un siglo después, esa idea se concreta con la asociación de Eurasia para resguardar su seguridad y beneficiar a sus poblaciones mediante el uso de sus valiosos recursos.
Desde el Siglo XIII, el líder tártaro-mongol Gengis Kan tuvo la idea de reunir Eurasia para eliminar las fronteras naturales entre Europa y Asia en el norte del continente. Esa visión facilitó el tránsito de mercancías entre Europa y China en el pasado con la Ruta de la Seda.
Se suele dividir a Eurasia en cuatro subregiones: Europa Oriental (con Bielorrusia, Moldavia y Ucrania); Rusia, que en el este limita con Europa y en el oeste con Asia, de ahí su carácter bicontinental; en Asia Central, con Kazajastán, Kirguistán, Turkmenistán y Uzbekistán; y en el Cáucaso, con Armenia, Azerbaiyán y Georgia.
Pesadilla imperial
Cada día, EE. UU. y sus aliados ven cristalizar su mayor temor: la construcción del Siglo Euroasiático. El 16 de junio, en su cumpleaños 69, el presidente de China Xi Jinping conversó por teléfono con su homólogo de Rusia, Vladimir Putin, a quien reiteró su apoyo en “soberanía y seguridad”, e incluyó el compromiso de ahondar en la estrategia para ambas superpotencias. A pesar de las agresivas presiones de Washington para condenar al Kremlin, y a cuatro meses de la ofensiva en Ucrania, la relación chino-rusa es muy saludable.
En el plano interno, hoy China controla amplios segmentos de las cadenas globales de suministro; es el único que ha crecido en plena pandemia y mantiene su plan global de infraestructura de la Faja y la Ruta, recuerda el analista Yori Gorbaneff.
A su vez, Rusia lidera en el espacio postsoviético con el Foro Económico de San Petersburgo (SPIEF). Tras la desintegración de la Unión Soviética (URSS), el presidente de Kazajastán, Nursultán Nazarbayev, revivió el proyecto de Gengis Kan y, al reunirse Rusia, Bielorrusia y Kazajastán en 1994, formaron un mercado de 165 millones de consumidores, y potencial puente entre Europa y la región asiática, que quita el sueño a Occidente.
En la cumbre XXV, Putin advirtió que para preservar sus pretensiones geopolíticas, Occidente socavó el sistema económico global, trastornó vínculos industriales ya alterados por la pandemia y agudizó la inflación. Por ello, los miembros del SPEIF coincidieron en fortalecer el Banco de Desarrollo, comerciar con monedas fuera del dólar e impulsar la cooperación en la revolución industrial 4.0.
Otra concepción más amplia incorpora en actores estratégicos de ése y otros continentes, lo que recuerda que, en las relaciones internacionales, nada es estático. Para los estrategas rusos y chinos, la emergencia de un mundo multipolar está asociada a un nuevo grupo de países superricos, con gobiernos nacionalistas, que se plantan frente a Occidente.
Con Rusia fuera de sus filas, el Grupo de los Ocho (G8), las economías más industrializadas (Alemania, Canadá, EE. UU., Francia, Italia, Japón, Reino Unido + Unión Europea) pone sus intereses por encima del resto del mundo.
Por ello urge un G8 alternativo, afirma Vyzcheslav Volodin, vocero de la Duma (parlamento ruso). Tras la crisis de 2008, ese “club de los ricos” creó condiciones tan inequitativas que obligó al resto del mundo a buscar otras opciones.
“Hoy emergen actores cuyo Producto Interno Bruto (PIB) es tan alto, así con mucho poder de compra, que están ávidos de construir un diálogo de mutuo beneficio con el mundo, y que rechazan las sanciones de Occidente, que sustituiría al G8”, afirma Volodin.
Reunido en los Alpes Bávaros a finales de junio, el mutilado G8 (G7 sin Rusia) propuso reposicionarse para evitar adhesiones masivas de países decepcionados con su propia gestión. Temeroso del fantasma de la comunidad euroasiática, advirtió que “el veloz tren de la integración ya dejó la estación de la dependencia”, afirma el politólogo Pepe Escobar.
A su vez, Sergéi Fedorov, experto en Europa en la Academia Rusa de Ciencias, concibe la ampliación de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) como una expresión más del naciente multilateralismo.
Ese BRICS Plus, con nuevos actores a partir de su población y capacidad económica opuestos a la guerra económica de Occidente, buscará soluciones a problemas comunes, como la lucha contra el terrorismo que asumieron Rusia, Irán y Turquía ante el enviado especial de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), Geir O. Pederser.
“En el inevitable surgimiento de los BRICS Plus, Turquía, México, Irán e Indonesia son los candidatos ideales, con Brasil, Rusia, China e India”, y dejaría atrás al G8 y otros grupos que se hallan bajo la presión de Occidente, afirma Fedorov.
La idea se sometió a prueba el 23 de junio en Beijing durante la XIV cumbre de los BRICS, donde se escenificó el estira y afloja entre intereses geopolíticos de las superpotencias y las economías subordinadas. Los BRICS Plus presagiaron un “punto de reinicio”, sostiene Javier Vadell, de la Universidad Católica de Minas Geráis, Brasil.
Eurasia y AL: el reencuentro de dos zonas clave
Entre marzo y abril, el Departamento de Estado de EE. UU. desplegó su campaña de “persuasión extorsiva” para que América Latina rompiese sus nexos con Moscú y Beijing. Entre las presiones fallidas, Antony Blinken pidió a Argentina que criticara al Kremlin en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU. Lo mismo hizo Alejandro Mayorkas, de Seguridad Nacional, en Panamá, para restringir el ingreso de productos chinos y rusos a través del Canal.
La víspera de la IX Cumbre de las Américas, EE. UU. alardeó de no invitar a Cuba, Nicaragua y Venezuela; y con la intención de ofender aún más al gobierno bolivariano, anunció que Biden conversaría vía virtual con Juan Guaidó. La reacción del presidente venezolano Nicolás Maduro fue contundente: su viaje por Eurasia. El mensaje de gran visión geopolítica fue que su país participa como actor de primer orden en esa región, donde pactó acuerdos con Turquía, Argelia e Irán, países de gran calado estratégico.
Para algunos analistas, el viaje de Maduro mejoró la proyección internacional de su país, mostró su capacidad de gestión interregional, estrechó lazos con adversarios de Occidente y evidenció la debilidad de la diplomacia estadounidense.
En abril, Cuba participó en la reunión del Consejo Intergubernamental Euroasiático, donde fortaleció sus vínculos económicos, comerciales y de cooperación técnico-científica.
La reconfiguración del espacio euroasiático también está bajo la lupa de Cheng Yawen, del Instituto de Relaciones Internacionales y Asuntos Públicos de Shanghai. Él concibió la “estrategia de los tres anillos” que profundizaría la integración global del sur contra la hostilidad de Occidente hacia China y Rusia, por ser el último obstáculo para que Washington controle la periferia global.
Yawen afirma que países vecinos a China forman ya el primer anillo en Asia oriental, Asia central y Medio Oriente. El segundo está integrado por países desarrollados en Asia, África y América Latina; y el tercero se extiende a países industrializados –en particular de Europa y EE. UU.– con los que se relacionan China y Rusia.
Fracasa Occidente
La única y persistente estrategia de EE. UU. en Eurasia es y ha sido desangrar a Rusia. Alentó la expansión de la Alianza Atlántica hasta las puertas de territorio ruso y envalentó al ultranacionalismo de Ucrania contra una Rusia que resistió 13 años sus ofensivas, recuerda Nina Bachkatov.
La causa que incitó esta pugna ancestral entre ultranacionalistas ucranianos y rusos en Ucrania fue impedir la formación de un eje geopolítico continental eurásico. Así Rusia estaría en el centro entre Europa occidental y el Sureste Asiático, explica el sociólogo Jorge Elbaum.
Biden hizo de Ucrania un gran peón en el tablero de ajedrez, apunta Igor Delanoë. Para lograr ventajas estratégicas entrega a Kiev armas ofensivas y sofisticadas, le ofrece asistencia para liquidar a generales rusos y le ayuda con 54 mil millones de dólares (mdd), equivalentes a más del 80 por ciento o más del presupuesto militar ruso.
Es un escenario que evoca la Guerra Fría, publicó The Angeles Times en enero. Y tras azuzar el conflicto, la estrategia del Departamento del Tesoro tiene como objetivo “reducir lo que Rusia recauda en ventas de hidrocarburos, su fuente de ingresos”.
Pero aunque la separó del sistema SWIFT y congeló sus reservas en el exterior, el rublo se estabilizó y el gas, petróleo y carbón rusos fluyen hacia Europa pese a las instigaciones de la Casa Blanca.
E. Serge Halimi explica que aunque el conflicto en Ucrania terminará en la mesa de negociación –como previó Emmanuel Macron cuando declaró que “la paz no se construirá sobre la humillación de Rusia”–, la primera ministra de Estonia replicó: “No debemos ofrecerle una salida a Putin”. Y es así como EE. UU. ha dividido a sus aliados.
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Escrito por Nydia Egremy
Internacionalista mexicana y periodista especializada en investigaciones sobre seguridad nacional, inteligencia y conflictos armados.