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El 13 de marzo de 2024 se cumplieron 63 años del lanzamiento de la Alianza para el Progreso (ALPRO). Esta iniciativa de Estados Unidos (EE. UU.), anunciada por el entonces presidente John F. Kennedy, se presentó como un plan de desarrollo y cooperación para los países de América Latina a fin de superar su condición de subdesarrollo y las lacras sociales asociadas a éste, como el hambre, el analfabetismo, la muerte por enfermedades curables, en fin, la marginación de los pueblos de la riqueza material y espiritual que la humanidad entera había creado.
La ALPRO se presentó en el contexto mundial de la Guerra Fría y del triunfo o ascenso de movimientos revolucionarios; como dijo el Che en la Conferencia de Punta del Este, Uruguay, era un plan concebido contra el ejemplo de Cuba. La ALPRO no era ni alianza ni progreso, como dijo el comandante Fidel, sino un plan para reforzar el control político disfrazado de plan económico. Desde sus inicios, a la par con los discursos sobre democracia, EE. UU. ejerció su poder para combatir a sus enemigos ideológicos en América Latina; y finalmente, a la muerte de Kennedy, no fue sino el medio para la defensa de sus intereses y el apoyo a las brutales dictaduras de Centro y Sudamérica.
¿Qué ha ocurrido en América Latina con el pretexto de esta fecha? Persiguiendo el deseado desarrollo económico que goza un grupúsculo de países en el mundo, las élites gobernantes en América Latina han ensayado estrategias y modelos que comprenden políticas económicas con más o menos intervención del Estado: desde la industrialización por substitución de importaciones, que buscaba transformar una economía eminentemente agrícola y artesanal mediante la protección del gobierno a los capitales afincados en el país, hasta el modelo neoliberal, que dejó en manos de los capitales privados el funcionamiento de la economía y que, junto con la globalización que comporta la eliminación de toda barrera al flujo mundial de mercancías y capitales. Todos, en su momento, prometieron ser la receta para superar el subdesarrollo y sus terribles consecuencias para los pueblos.
Pero la brecha económica entre los países pobres de América y los ricos, especialmente EE.UU., se ensanchó. Si en 1960, el Producto Interno Bruto (PIB) per cápita de América Latina (3.347 dólares anuales) representaba 17 por ciento el de EE. UU. (19.135 dólares), para 2022, era sólo 14 por ciento. Es decir que, si en 1960 el producto por habitante de EE. UU. era cinco veces el de los países del sur, en 2022, para obtener el PIB per cápita de EE. UU. había que multiplicar por siete el de los países de América Latina. Por otro lado, las mercancías de exportación en Latinoamérica siguen siendo materias primas y fuerza de trabajo, y la dependencia tecnológica y financiera es hoy una cadena más fuerte que anula de facto las posibilidades de desarrollo independiente y campean la desnutrición y la ignorancia entre su pueblo.
En contraste con lo ocurrido en este lado del hemisferio, se alza el ejemplo de China. En 1960, el PIB per cápita de China cabía diez veces en el de EE. UU., esta brecha se ha ido reduciendo desde entonces hasta caber, hoy, sólo siete veces. Aún hay mucho camino que recorrer; no obstante, el pueblo chino ha construido una sociedad en la que no hay hambre y se preconiza el bienestar de la población. Cabe entonces preguntarse ¿qué ha hecho China que nosotros no?, ¿cómo podemos aprovechar la experiencia de este pueblo? Para responder a estas cuestiones, normalmente se destacan sus políticas económicas. Por ejemplo, las de atracción de inversiones directas, de regulación de flujos de capitales, o las de transferencia y desarrollo tecnológico, así como las de inversión pública y desarrollo de infraestructura, entre otras.
Pero a poco que se acerca la lupa se hace evidente que no basta conocer los pormenores del diseño de estas políticas económicas; no es ésa la principal dificultad para emular su crecimiento y el desarrollo social que han alcanzado. Hay que conocer las condiciones que han permitido la instrumentación y el desarrollo de tales políticas. El pueblo chino conquistó el poder político de la mano de un partido, que no es sino su propia vanguardia, es el pueblo chino el que detenta el poder político y el que dirige la actividad económica. Y la larga lucha por deshacerse del dominio imperialista, que libra hasta el día de hoy, ha educado al pueblo chino en el espíritu del trabajo y del sacrificio; así como en la consciencia de que la redención de los trabajadores sólo puede ser obra de su propia lucha.
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Escrito por Vania Sánchez
Licenciada en Economía por la UNAM, maestra en Economía por El Colegio de México y doctora en Economía Aplicada por la Universidad Autónoma de Barcelona (España).