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El primer poema obrero en Cuba
A los 13 años, el poeta cubano Regino Pedroso (1896-1983), abandonó los estudios para trabajar en una fábrica de acero, en un taller ferroviario y como jornalero en la zafra.
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A los 13 años, el poeta cubano Regino Pedroso (1896-1983), abandonó los estudios para trabajar en una fábrica de acero, en un taller ferroviario y como jornalero en la zafra; de ahí la identificación que toda su vida mostrara con los afanes de los explotados de su pueblo y su desarrollo político ulterior.

Trabajó en la redacción de la Prensa en 1930 y como corrector de pruebas en el periódico Ahora. En 1934 participó como redactor de La Palabra, que fuera el primer periódico Oficial del Partido Comunista de Cuba; De 1934 a 1935 formó parte parte del Consejo de dirección de la revista Masas, órgano semanal de la liga antiimperialista de Cuba y junto a sus integrantes fue condenado en 1935 a seis meses de prisión, acusado de “propaganda sediciosa”, encarcelamiento que describiría “como el primer canto del libro inmortal de Dante”.

Fiel hasta la muerte a la causa de los proletarios del mundo, falleció en La Habana a los 87 años. En su legado literario obran los poemarios Nosotros (1933); Más allá canta el mar (1939); Bolívar, sinfonía de libertad (1945); El ciruelo de Yuan Pei Fu. Poemas chinos (1955); Poemas (1966).

Salutación fraterna al taller mecánico apareció publicado por primera vez en el suplemento literario del Diario La Marina, en 1927, bajo la dictadura de Gerardo Machado, iniciando con él una revolución en la poesía y dando paso a la temática proletaria en su patria. En el poema, Pedroso rechaza la ingenuidad ludita de atribuir a las gigantescas máquinas las penurias del obrero y la extracción de su sangre y su energía, dando paso a la esperanza de redención social al descubrir el luminoso ejemplo de las victoriosas revoluciones del Siglo XX.

 

(…)

¡Oh, taller, férreo ovario de producción! Jadeas

como un gran tórax que se cansa.

Tema de moda del momento

para geométrico cubismo

e impresionismo de metáforas.

 

Pero tienes un alma colectiva

hecha de luchas societarias;

de inquietudes, de hambre, de laceria,

de pobres carnes destrozadas:

alma forjada al odio de injusticias sociales

y anhelos sordos de venganza…

Te agitas, sufres, eres

más que un motivo de palabras.

 

Sé tu dolor perenne,

sé tu ansiedad humana,

sé cómo largos siglos de ergástula te han hecho

una conciencia acrática.

 

Me hablas de Marx, del Kuo Ming Tang, de Lenin;

y en el deslumbramiento de la Rusia libertada

vives un sueño de ardiente redención;

palpitas, anhelas, sueñas; lo puedes todo y sigues

tu oscura vida esclava.

Y me abrumas, me entristeces el alma,

me haces escéptico, aunque a veces

vibre al calor de tus proclamas,

y diga siempre a mis hermanos

de labores:

“Buenos días, compañero, camarada”.

 

Son tus hijos, los hijos

de cien generaciones proletarias,

que igual que hace mil años piden en grito unánime

una justicia igualitaria.

 

Son tus hijos, los tristes,

que angustiados trabajan, trabajan, trabajan

en un esfuerzo fértil de músculos y nervios;

pero estéril al sueño de gestas libertarias.

 

Son tus hijos que sueñan,

mientras los eslabones de sus días se enlazan,

que en los entristecidos cielos de sus pupilas

surge un fulgor de nuevas albas.

 

Son tus hijos que a diario

te ofrendan las vendimias de sus vidas lozanas

que gritan sus angustias al rechinar del torno

mientras tú apenas les oyes como a cosas mecánicas.

 

¡Oh, taller resonante de fiebre creadora!

¡Ubre que a la riqueza y la miseria amamanta!

¡Fragua que miro a diario forjar propias cadenas

sobre los yunques de tus ansias!

 

¡Esclavo del Progreso,

que en tu liturgia nueva y bárbara

elevas al futuro, con tus voces de hierro,

tu inmenso salmo de esperanza!

 

Ah, cómo voy sintiendo que también de mí un poco

te nutres; yo que odiaba,

sin comprender, tu triste alma colectiva

y tu tecnología mecánica.

 

Yo que te odié por absorbente;

que odié tus engranajes y tus válvulas;

que odié tu ritmo inmenso porque ahogaba

mi ritmo interno en ronca trepidación de máquinas.

¡Yo te saludo en grito de igual angustia humana!

 

¿Fundirán tus crisoles los nuevos postulados?

¿Eres sólo un vocablo de lo industrial: la fábrica?

¿O también eres templo

de amor, de fe, de intensos anhelos ideológicos

y comunión de razas?

 

Yo dudo a veces, y otras,

palpito, y tiemblo, y vibro con tu inmensa esperanza;

y oigo en mi carne la honda verdad de tus apóstoles:

¡que eres la entraña cósmica que incubas el mañana! 


Escrito por Tania Zapata Ortega

Correctora de estilo y editora.


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