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El feminismo y la 4T
Las causas del machismo no son morales, ahí se equivoca el Presidente, porque surgen de todo un proceso histórico real, económico y social, que, para eliminarlo, hay que trazar acciones concretas que lo ataquen de raíz.
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Durante su campaña electoral y aun poco antes de rendir su protesta como Presidente de México, Andrés Manuel López Obrador (AMLO) declaró que su administración se distinguiría de las anteriores por el lugar que en ella ocuparía la mujer mexicana. Al principio se le creyó, porque al término de su periodo como Jefe de Gobierno de la Ciudad de México (2000-2005), su gabinete estuvo conformado por ocho mujeres y ocho hombres; y cuando accedió a la Presidencia de la República, se difundió que la mitad de sus secretarías serían ocupadas por mujeres; y el nombramiento de la primera Secretaria de Gobernación (Segob) en la historia del país parecía confirmarlo. La paridad de género en los puestos del gobierno puede considerarse como un paso importante en la construcción de una sociedad distinta para las mujeres. Sin embargo, este hecho no es el principal indicador para medir los avances en este terreno, pues la presencia de mujeres encargadas de dirigir las políticas públicas no es garantía de que éstas realmente estén encaminadas al bienestar femenino. Así que vender la idea de que trabajar con muchas mujeres favorecerá la lucha por una sociedad justa para éstas significa dejar el problema en un nivel superficial.

El pequeño impulso que las mujeres recibieron, en los primeros meses de su gobierno, acabó pronto. El cierre del programa Estancias Infantiles para Apoyar a Madres Trabajadoras dejó entrever que las mujeres no serían tan respaldadas en los hechos, como se había pensado. La condición fundamental para que las mujeres tengan una participación activa, visible y profunda, es que no limiten sus capacidades por el cuidado de los hijos y el hogar; por eso las guarderías financiadas con recursos públicos significaban un pequeño paso en el camino de la liberación femenina; no el más importante, cierto, pero sí básico, sobre todo si se piensa en las mujeres de las clases bajas que no pueden costear una institución privada y que necesitan trabajar para sustentar a sus familias. 310 mil 968 madres y padres solteros habían sido beneficiados por este programa, cifra nada despreciable que pudo haber aumentado –y mejorado la calidad de sus servicios–, si el combate a la corrupción del gobierno de AMLO no fuera, en realidad, un combate contra todo lo creado anteriormente.

A pesar de esta acción, el discurso del Presidente se orientaba a apoyar a la mujer. Frecuentemente se escuchaba, y aún se escucha, que son las madres quienes deben recibir las transferencias monetarias directas porque son ellas, en su papel de madres, las que deciden lo que se gasta en las familias. Este tipo de propuestas, en el sentido descrito por AMLO, suenan muy prometedoras, pero son poco realistas; porque su evidente objetivo político es ganar el apoyo de las mujeres a partir de discursos y no en los hechos. Por ello insisto en que “la idea de que se está con las mujeres en su lucha por una sociedad justa a partir de que se trabaja con más mujeres, es dejar el problema en un nivel superficial”.

Pocas son las opiniones atrevidas que sostienen que la sociedad mexicana no es machista; que hombres y mujeres reciben justicia igual por los mismos crímenes, e iguales salarios por los mismos trabajos; que los feminicidios no son tales, sino simples asesinatos; y que la mujer no ha sido un ser que sufre con más fuerza los horrores de la sociedad capitalista. En este contexto de vejaciones al sexo femenino, parece muy novedoso y revolucionario exigir que sea la mujer quien lleve las riendas de la casa, mimetizando épocas antiguas en las que las mujeres, por las condiciones de organización y reproducción de la sociedad, eran las que tenían el papel guía en la familia. Es cierto que las condiciones económicas y sociales de nuestro tiempo permiten, y exigen, que la mujer tenga un rol tan decisivo como el del hombre ante los distintos problemas de la sociedad; pero eso no significa que por el simple hecho de ser mujer deba tener un trato especial o se le tenga que otorgar la venia gubernamental para ser jefa de cuanto la rodea. Se olvida que las mujeres también deben pasar por un proceso de reeducación que no es innecesario por el simple hecho de ser mujeres. Vendernos la idea de que somos buenas, honestas y mejores líderes solo por ser mujeres, significa tratar de ganar nuestro apoyo de forma falsa, continuando con el mismo ciclo de machismo, aunque eso sí, cambiando al protagonista.

Los hechos desmienten la política feminista de la “Cuarta Transformación” (4T): 2019 y 2020 fueron años especialmente violentos para las mujeres. En la Ciudad de México (CDMX), uno de los principales bastiones morenistas, se registró un aumento del 58.9 por ciento en los feminicidios entre 2018 y 2019, según datos del Observatorio de la Ciudad de México. En  2019 hubo 976 presuntos feminicidios en el país, de acuerdo con el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP). No se ve que este año vaya a mejorar; pues, en los casi dos meses transcurridos, se han registrado cerca de 265 feminicidios, ¡cinco o seis feminicidios al día! Estas cifras, por sí solas, son alarmantes; pero no reflejan un aspecto siniestro del problema: se calcula que 20 de estos asesinatos fueron cometidos contra niñas menores de 14 años; los feminicidios no afectan solo a las adultas y no respetan edades.

Los argumentos que pretenden cargar la responsabilidad de la situación sobre la figura presidencial, cometen un error grave. Ningún fenómeno social puede ser entendido como producto de la generación espontánea, porque todos los problemas a los que nos enfrentamos ahora son resultado de un desarrollo que no comenzó con el gobierno de AMLO. Lo mismo pasa con la violencia de género y, para observarlo, remitámonos al incremento registrado entre 2015 y 2018: 57 por ciento. Por ello, AMLO y sus defensores tienen cierta razón cuando dicen que esta situación no es responsabilidad del Presidente. Sin embargo, sí es su obligación. Cuando un ciudadano compite por el poder político y los votantes lo eligen, porque propuso un plan de acción para reducir y eliminar los principales problemas de la agenda nacional, y una vez en el poder político aquél no tiene la mínima intención de comenzar a resolverlos, ya no solo puede hablarse de irresponsabilidad, sino también de cinismo, despreocupación, “utopismo” y, en el caso del Presidente en turno, un egoísmo enorme.

“El Presidente y sus defensores tienen cierta razón cuando dicen que esta situación no es culpa del Presidente. Sin embargo, sí es su culpa”. Los desgarradores casos de violencia de género que se presentaron al inicio de 2020 provocaron que la opinión pública comenzara a exigir del Presidente un plan de acción concreto, ¡concreto!, repito, para frenar esta situación. Pero su respuesta no fue, ni de cerca, la que se esperaba. En lugar de hechos, fueron promesas y abstracciones. AMLO señaló que las causas de los feminicidios solo serían eliminadas cuando se tuviera la Constitución Moral –que es, a los ojos del Presidente, el bálsamo de Fierabrás, curador de todos los males del país– y que, por eso, su equipo trabajaba en ella y que había que sacarla a la voz de ya. Pero esta respuesta fue sensata si se compara con la generada en el contexto del asesinato de Ingrid Escamilla: “No queremos que este asesinato sea una cortina de humo para ocultar lo verdaderamente importante, la rifa del avión presidencial”, indicó, como si esta última no pudiera ser acusada exactamente de lo mismo.

Para eliminar no solo la violencia de género, sino de cualquier situación de injusticia contra la mujer, debemos cambiar la forma social de verla. Sí, se necesita una educación, una moral y una perspectiva diferentes. Pero éstas no son suficientes, porque los pensamientos no surgen de la nada, ni existen de forma independiente, sino que, más bien, tienen su origen en una serie de condiciones materiales que los propician. Las causas del machismo no son morales, ahí se equivoca el Presidente, porque surgen de todo un proceso histórico real, económico y social, que, para eliminarlo, hay que trazar acciones concretas que lo ataquen de raíz. Es decir, toda acción del aparato social debe replantearse, a partir de acciones materiales, –valga la redundancia– que permitan un cambio más allá de lo dicho en las mañaneras. Por ello, las feministas increpan y demandan al Presidente para que considere que no todo gira a su alrededor, que las cifras alarmantes sobre diversos problemas sociales y económicos no son ataques contra su persona y su “revolución”, ni inventos de la oposición moralmente derrotada, sino el reflejo de una realidad que aqueja a los mexicanos sin distinciones de partido y, principalmente, a los sectores más pobres y desprotegidos.

Uno esperaría que las manifestaciones de las compañeras feministas –que aumentan en violencia conforme la situación se hace cada vez más insostenible y ésta se apodera de sus acciones de masa– cimbraran el Palacio Nacional y obligaran al Presidente a recapacitar. Pero esto no ha sido posible. Menos de una semana transcurrió entre el horrible asesinato de Fátima (que exhibió no solamente la ineficiencia de las autoridades para resolver el crimen, sino también su absoluta falta de tacto) cuando ocurrió el retiro de recursos federales a la Fundación de Cáncer de Mama (Fucam), institución que brinda atención gratuita a ocho mil 300 enfermas de cáncer de mama, muchas de las cuales ahora tendrán que buscar atención en los hospitales públicos dependientes del ineficiente Instituto Nacional del Bienestar (Insabi). No parece, por tanto, que haya intenciones de cambiar la política morenista sostenida hasta ahora.

Las mujeres, a gritos o a susurros, han pedido justicia a lo largo de la historia de la propiedad privada; pero de la realidad se concluye que a las mujeres mexicanas  esta justicia no nos será otorgada por la 4T; porque la justicia debe venir de nosotras mismas, pero no como producto de la inmediatez y acciones individuales, sino de la organización constante, con objetivos definidos, que busquen el apoyo social; no hay que olvidar que nosotras no somos las únicas marginadas por el capitalismo. Nuestra liberación está en franca dependencia de la liberación de toda la humanidad, de nuestras hermanas y hermanos de clase. Por ellos luchemos también.


Escrito por Jenny Acosta

Maestra en Filosofía por la Universidad Autónoma Metropolitana.


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