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Recién concluye una jornada electoral en la que se ahondó la ya profunda crisis política que aqueja al país, luego de casi tres años de la autoproclamada “Cuarta Transformación” (4T). No solo la pandemia complicó la grave situación económica que sufre la gente: una serie de medidas irracionales desviaron el presupuesto antes destinado a aminorar los estragos de la pobreza y aceleraron la depauperación de grandes sectores (casi 10 millones de personas más); el recorte a los programas sociales, el fracaso educativo, el aumento del desempleo y el desastre en la salud. Todo este conjunto trágico ha hundido más al país.
En este contexto se habría esperado que las elecciones fueran un grito popular de protesta ante la traición artera de quienes prometieron que los pobres serían siempre primero; pero que en la realidad los han abandonado. Aunque los hechos no fueron como se esperaban, Morena perdió fuerza; sus diputados no le bastarán para dominar la Cámara, instancia donde tomaron las desatinadas y abusivas decisiones que hoy afectan al país. Pero esa tímida respuesta no fue, ni de lejos, lo que se esperaba de un pueblo como el mexicano, con una historia digna y heroica como la gesta revolucionaria encabezada por Villa y Zapata, bajo cuyo liderazgo, las masas campesinas arrastraron todos los peligros para cambiar su insufrible realidad. Hoy, en cambio, el pueblo se dejó derrotar por la necesidad y el fariseísmo.
Parafraseando a un gran pensador: “el pueblo tiene más necesidad de respeto que de pan”, pero vimos que, en sectores importantes, pudo más la necesidad pero, sobre todo, la falta de conciencia. La prioridad política cambiada por un plato de lentejas. Muchos desperdiciaron su voto, el arma más formidable con que contaban para cambiar su realidad; inconscientemente afilaron la cuchilla que a la postre caerá sobre su cabeza. Pero no debemos olvidar que las masas empobrecidas no son culpables de la decisión con que hoy se autoinfligieron semejante condena. La miseria es mucho más que padecer hambre, frío, dolor o tristeza. Una de sus secuelas, precisamente la que más beneficia a los opresores, es la falta de educación política. Si en 2018 fueron 31 millones quienes buscaron una salida fácil votando por Morena hoy, no obstante los estruendosos fracasos de este gobierno, su ineptitud y profundo desprecio por la clase trabajadora, una parte considerable de ésta le refrendó su confianza, con la fe ciega de que el milagro surgirá en algún momento. Quienes asumimos como nuestra la lucha del pueblo, debemos entender y asimilar profundamente que nuestra labor de concientización ha sido insuficiente y que está muy por debajo de lo necesario para protegerlo de las añagazas de sus enemigos encubiertos.
Morena está provocando un daño de efectos incalculables; ha defraudado, en los hechos, la esperanza que la gente puso en un “gobierno de izquierda”. Como enseña la experiencia de otros países: cuando las masas optan por otra alternativa, lo hacen con la esperanza de que las cosas cambien desde arriba, que el gobierno responda a sus expectativas y transforme lo que solamente la organización y la consciencia de clase podrían. Cuando ello no ocurre, y después de esperar, nuevamente reaccionan por instinto y optan por una salida opuesta, esperando de tal viraje un resultado mágico. De ello se benefició hoy la derecha, que después del estrepitoso fracaso de Morena, sin importar el partido que la abandere, capitaliza la desilusión social, destacadamente de las clases medias, principales protagonistas del rechazo a la 4T.
Hoy, la realidad misma nos enseña que el camino para transformarla es más difícil y sinuoso de lo que muchos piensan. Y se confirma que ningún cambio social y estructural se ha operado en la historia desde arriba; incluso en los triunfos de la burguesía, la transformación ha sido obra del pueblo llano, con la particularidad de que éste ha hecho siempre las veces de cuerpo y nunca de cabeza del movimiento. La única vía para el verdadero cambio es la educación, la conciencia de clase. Como quedó demostrado, no es suficiente otorgar beneficios y obras materiales a la gente; ella debe pelear por éstos, educarse y foguearse en esa lucha y valorar lo que recibe como producto legítimo de su esfuerzo.
Antorcha es la única organización que ha seguido este camino. Nadie más puede presumir un arraigo popular genuino. Sus gobiernos son ejemplo único de lo que puede hacerse con el poder cuando se lo utiliza en provecho del pueblo. Sin embargo, la realidad hoy nos exige más educación, más compromiso y mayor capacidad trabajo de educación de las masas. Más allá de los avatares, reveses o vaivenes de la política electoral, debemos tener siempre presente que la razón de ser del antorchismo es el cambio estructural, económico y político. Antorcha es expresión de una necesidad histórica, resultado obligado de las condiciones de pobreza en que se debate la mayoría; mientras haya miseria, hambre y desigualdad, existirá Antorcha; de ello no cabe duda. Debemos aprender de nuestras experiencias, buenas y malas, cerrar filas, educarnos más y educar al pueblo. Nuestra idea llegará precisamente porque es la única que realmente responde a las exigencias de la historia; llegará, no hay duda de ello.
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Escrito por Abentofail Pérez Orona
Licenciado en Historia y maestro en Filosofía por la UNAM. Doctorando en Filosofía Política por la Universidad Autónoma de Barcelona (España).