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Síntoma de los tiempos de fanatismo, intolerancia y ajuste de cuentas. Este rumor, uno de los cientos de rumores que con fundamento o sin él están circulando por estos días en Estados Unidos (EE. UU.), dice que el presidente Donald Trump está contemplando invadir militarmente y apoderarse del estado de Nuevo México, y que esa entidad se llamaría en adelante “Nueva América”.
Podrá argumentar el lector que la gente allá no es tan ignorante, pero recordemos hoy que uno de los números mensuales de National Geographic del año 1965 incluyó los resultados de una encuesta que realizó la revista entre ciudadanos de EE. UU. acerca de temas geográficos. Una de las preguntas fue si el participante consideraba que Nuevo México se debía incorporar a la Unión Americana, y muchas de las respuestas coincidieron en que sí, porque existía la idea de que ese estado era parte de México. La realidad: Nuevo México fue admitido como estado de la Unión el seis de enero de 1912, pero su territorio estuvo incorporado al Gobierno Federal desde el triunfo de la invasión norteamericana a México en 1848.
En esta ocasión abordaremos el tema de los rumores que hacen estragos en la comunidad mexicana indocumentada de EE. UU., así como la flagrante violación en cadena que perpetran los agentes federales en contra de las leyes de su propio país al perseguir, acosar, amenazar y arrestar sin orden de aprehensión debida (warrant) a los trabajadores que no pueden demostrar su estancia legal allá. Asimismo, al sembrar el terror por la vía de dar por sentado que ninguno de los perseguidos será sometido a juicio alguno, porque el presidente Trump ya emitió su veredicto generalizado y discriminador de que todo “ilegal” es un delincuente, a la gente sólo le queda huir y esconderse, es decir, abandonar sus trabajos y los lugares de comercio cotidiano, lo que genera un efecto búmerang contra la sociedad agresora, al quedarse sin obreros y sin clientes.
El Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (conocido como ICE, por sus siglas en inglés) arrestó el pasado jueves 30 de enero a un feligrés centroamericano en pleno servicio religioso en una iglesia evangélica de Tucker, Georgia. El pastor Luis Ortiz, de la Iglesia Fuente de Vida, informó que los agentes no pudieron acceder a la nave principal porque se los impidió un sistema de seguridad que exige introducir un código de acceso que se pide a los feligreses. Sin embargo, los agentes aguardaron a que salieran los parroquianos y le hincaron el diente a un ciudadano hondureño, a quien se llevaron detenido a pesar de que, a decir del pastor Ortiz, contaba con todos los documentos para estar en el país, incluyendo su carnet de residente y número de seguro social.
En otro incidente similar, en Chicago, Illinois, agentes del ICE intentaron entrar a una escuela, pero la directora, Natasha Ortega, no se los permitió. El plantel, de nivel secundaria, cuenta con personal entrenado en la protección de los alumnos y de la integridad de los edificios, por lo que los policías de inmigración no pudieron molestar a nadie ni interrogar acerca del estatus migratorio.
En redes sociales se han vuelto virales varios videos de usuarios mostrando tiendas vacías en EE. UU., al parecer, por el miedo que tienen los migrantes de ser arrestados y deportados en plenas compras.
En Alabama, un oficial adjunto de la policía local se encontraba en un conocido supermercado cuando una patrulla del ICE realizaba revisiones para completar una redada de inmigrantes sin documentos. El oficial, quien no portaba uniforme por estar en su día de descanso este 1º de febrero, se estaba comunicando en español con su madre cuando fue interrumpido por los integrantes del cuerpo migratorio, quienes le reclamaron el hecho de estar hablando en un idioma diferente al inglés; en el interrogatorio que emprendieron en su contra dejaron claro que el mero hecho de comunicarse en español era algo así como el peor de los delitos. Cuando intentaba sacar algo de entre sus ropas, lo encañonaron como si se tratara de un peligroso terrorista, pero él les hizo saber que solamente iba a sacar su identificación.
“Soy oficial adjunto de policía (Deputy Police Officer, les dijo en su idioma), y esto que ustedes están haciendo es discriminación, que es un delito federal”. Acto seguido citó la Décimocuarta Enmienda constitucional, que contiene esa figura delictiva en la Equal Protection Clause (cláusula de protección de la igualdad), y les recetó otros varios delitos con sus respectivos fundamentos jurídicos, tras de lo cual, los oficiales del ICE retrocedieron. Palmas, felicitaciones y porras recibió este valiente policía que, con su foto, su nombre completo y el relato de tan deleznable comportamiento de los federales, hizo la publicación en Facebook, que por cierto no duró más que unas pocas horas antes ser borrada de dicha red social, tal vez por orden o presiones de sus superiores jerárquicos.
Por cierto, ¿de qué tamaño son esas violaciones y esos quebrantos?
Abx7chicago, un medio local en la Ciudad de los Vientos, trajo a sus audiencias el testimonio de cómo están funcionando las redadas y cómo se está esparciendo el miedo en Chicago: Arrestos de inmigrantes indocumentados, realizados por el ICE y otras agencias, están ocurriendo al interior de restaurantes como “Los Comales”, en el corazón de la avenida 16, en el barrio de mayoría mexicana conocido como Little Village o simplemente “El Barrio”. La dueña de “Los Comales”, Cristina González, se quejó de que, ante el acoso que han sufrido los trabajadores, en la comunidad se ha creado una psicosis de completo terror, y quienes no han sido arrestados, se fueron a esconder para que no los alcance la garra del depredador. “Los afectados son cientos y cientos de familias enteras, no sólo individuos sueltos, sino las generaciones de paisanos”. Acá, los restaurantes y en general todos los comercios han sufrido el desplome de las ventas, ante el miedo que se vive entre los empleados y pobladores en general. La Cámara de Comercio local calculó las pérdidas en 60 por ciento. A nombre de la comunidad, Laura Gutiérrez, concejal (representante) ante el Ayuntamiento, se quejó de las pérdidas, pero también de la insensibilidad de las autoridades federales, de su falta de empatía hacia una comunidad que, como la mexicana, se distingue por ser “fiercely hard working people” (quienes más duro trabajan, “ferozmente”). “En Little Village nos apoyamos unos a otros, y no somos nada sin los trabajadores”.
En Raleigh, North Carolina, la escena que presenciamos en video es digna de una película de catástrofes apocalípticas. Dos siluetas en primer plano sobre una pendiente del terreno que llega hasta la carretera, y sobre ésta, un gigantesco despliegue de vehículos armados de la Guardia Nacional, patrullas de la Policía Estatal y del Condado, del ICE, entre otras corporaciones que dan el mensaje implícito: “Ni se te ocurra ser indocumentado, pero si ya lo eres, escóndete o entrégate… porque si te atrapamos, no vamos a ser amables, serás sometido a la fuerza entre una multitud de guardianes del bien, y serás deportado sin contemplaciones a tu país”.
Los nicaragüenses que mantienen en pie las granjas de lácteos en Wisconsin, los restaurantes y las factorías están enviando a sus hogares sus más preciadas posesiones, en previsión de las potenciales y multianunciadas deportaciones en masa. “No tenemos mucho, pero lo que tenemos es importante”.
Entrevistada por buzos, Yesenia Meza, una trabajadora comunitaria del ramo de la salud en Wisconsin Central, dijo que empezó a escuchar a las familias recién cuando Trump fue reelecto; se enteró de que ellos querían obtener documentos que pudieran serles útiles a la hora en que les sorprendiera una repentina emergencia en la que se les obligara a dejar el país junto con sus hijos nacidos acá, o ver la manera de que sus hijos les fueran enviados a la Patria si éstos fueran deportados también.
El escenario se veía ya como muy oscuro y desfavorable.
Cuando Meza los visitaba en sus departamentos, dijo, se sorprendió al descubrir que las familias ya habían gastado cientos de dólares en cajas del tamaño de un refrigerador y en tambos color azul que llenaron con casi “todo lo que poseían, con sus más preciadas pertenencias”, y que las estaban enviando por los servicios de paquetería a su país de origen. En una de las casas, ella vio a una madre inmigrante treparse a una caja a medio empacar y anunciar que “me voy a enviar a mí misma”. Meza supo que estaba bromeando, por supuesto, pero el incidente le dio una idea muy clara del clima de terror reinante entre la comunidad ante las amenazas de los poderosos que publicitaban la inminente e inevitable deportación de todos los “ilegales”. Y si más gente tenía que irse, ya fuera de manera voluntaria o por la fuerza, ella pensó, el impacto de su partida en la economía local será necesariamente catastrófico. Los inmigrantes de esta área trabajan en granjas, en fábricas de quesos y en una planta procesadora de pollos –el tipo de empleos, pensó, que aparte de los indocumentados, nadie aceptaría–. Yesenia Meza ha hablado también con algunos de los patrones y sabe de cierto que “ellos estarán siempre cortos de personal”, si llegan las deportaciones.
Por otra parte, si haces un viaje a través de los valles de Salinas o de la parte central de California, pasarás por pueblos que anuncian con espectaculares en la carretera sus respectivas especialidades de frutas y verduras: fresas en Watsonville, ajos en Gilroy, pistaches en Avenal y almendras en Ripon. Más de 400 productos se cosechan en este golden state (la antigua Alta California, como se llamaba cuando era de México), incluyendo un tercio de los vegetales y tres cuartas partes de todas las frutas y nueces producidas en EE. UU.
Muchos de esos alimentos son producidos por gente indocumentada. El periódico The Guardian Weekly cita al Departamento de Agricultura de los Estados Unidos (USDA), que considera que la cifra llega a los 2.4 millones de trabajadores agrícolas que no cuentan con un estatus legal para permanecer en EE. UU. Sin embargo, defensores de los derechos de los trabajadores del campo alegan que el número es mucho mayor en lugares como California, donde los indocumentados trabajando sin papeles “pueden ser hasta un 70 por ciento de total en algunas áreas”, de acuerdo con Alexis Guild, vicepresidente de estrategia y programas en Farmworker Justice, una organización sin fines de lucro con base en Washington DC.
“Sin mano de obra inmigrante indocumentada, nosotros no podríamos mantener un suministro de alimentos a la capacidad que tenemos ahora”, señala Ana Padilla, directora ejecutiva del Community and Labor Center en la Universidad de California en Merced.
Los trabajadores agrícolas ya realizan trabajos peligrosos y a menudo mal pagados. En los campos, ellos son vulnerables a la exposición de pesticidas y a daños y heridas al realizar labores que no están contempladas para pagarse como tiempo extra en las leyes federales. Trump y sus aliados han repetido en numerosas ocasiones que los inmigrantes indocumentados han “tomado” (en el sentido de “robar” o “despojar”) trabajos “de” los negros e hispano-americanos, pero los defensores de los “ilegales” afirman que, en la vida real, éstos son el tipo de empleos que ningún ciudadano americano estaría dispuesto a ocupar.
En Hidalgo, Texas, un numeroso grupo de oficiales armados conduce a un también numeroso grupo de “ilegales” esposados hasta unas barracas donde serán fichados, procesados y dejados listos para su traslado a sus respectivos países. Tomados con violencia de las calles, sacados por la fuerza de sus trabajos y sus domicilios, los del ICE simplemente cumplen la orden, sin ver ni importarles si los arrestados dejaron atrás algún compromiso, tal vez la llave del agua abierta, tal vez una novia, una esposa o familia que se quedó esperando al hombre.
Otros videos muestran el estado de abandono de los lugares de trabajo de los inmigrantes, desde las empacadoras de pescado de Miami, Sarasota, Medley y Orlando en Florida; ante la falta de mano de obra responsable y capaz, esas instalaciones pronto van a empezar a oler a pescado podrido; y en los viñedos de los valles de California, los frutos maduros van a terminar por caerse de la planta, ante la ausencia de manos solícitas y veloces que suelen (solían) cortar los racimos.
¿Y qué va a ser de los verdes cultivos del Condado de Yuma, Arizona, a donde diariamente llegaban miles de buenos trabajadores agrícolas a cuidar, regar y recoger estos productos? Yuma, que al sur colinda con San Luis Río Colorado en Sonora, es el principal productor de vegetales de hojas verdes en EE. UU. El 90 por ciento de las hojas verdes que se consumen en este país, se produce aquí.
Las deportaciones masivas en Chicago, en San José y San Diego, en San Bernardino, California, en Nuevo México, Utah, en Nueva Jersey, en Florida, y un largo etcétera, han vaciado calles, han hecho que, por ausencia, los campos, los restaurantes, las obras de construcción, se queden sin operarios a todo lo largo y ancho de este país. Pero el síntoma de mayor gravedad tal vez ha sido que los operativos de búsqueda y arresto hayan tocado lo intocable: ciudades como Washington DC, Nueva York, Miami, Boston, Masachusets (principalmente ésas), que durante generaciones habían estado consagradas como “ciudades santuario” y como refugio de indocumentados y perseguidos. No más santuarios en esta segunda Era Trump.
Ahora, por ejemplo, el miedo y las deportaciones han dejado desierta la simbólica Plaza de Times Square, en la Ciudad de Nueva York, por lo menos durante la tarde y noche del 31 de enero pasado. Lo simbólico es eso, un síntoma que deja al descubierto una serie de violaciones a los derechos de audiencia, de justo proceso, de inocencia hasta que se demuestre lo contrario. Humildes y dignos trabajadores tratados como delincuentes, llamados delincuentes por las autoridades más encumbradas. Síntoma de los tiempos.
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Escrito por Froilán Meza
Colaborador