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Contra lo dicho: el neoliberalismo está vivo en México
"Declaramos formalmente desde Palacio Nacional el fin de la política neoliberal, aparejada esa política con su política económica", dijo López Obrador desde Palacio Nacional.
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El neoliberalismo no es un modo de producción, solo es una forma del modo de producción capitalista. Vino a sustituir a la forma o modelo de capitalismo de Estado que se puso de moda en el mundo después de que Estados Unidos (EE. UU.) lo diseñó como medida ante los efectos de la Gran Depresión. El neoliberalismo es un modelo que preconiza que la mejor forma de alcanzar el bienestar humano es liberar el movimiento del capital y del trabajo al libre juego de las fuerzas del mercado para que sea la “mano invisible” de éste la que maximice los resultados.

Para ello es indispensable que se derriben todos los obstáculos que eviten o siquiera entorpezcan el libre movimiento de los capitales y las mercancías, el librecambio es característica suya.

Es al neoliberalismo al que debemos agradecer la injusta distribución de la riqueza que azota al mundo entero, el neoliberalismo ha sido muy eficaz para producir riqueza, pero muy inepto para repartirla. En esta forma del capitalismo, el papel del Estado está limitado a ser el creador y el guardián del marco institucional adecuado para la realización de estas prácticas. En el marco del neoliberalismo tienden a derribarse todos los obstáculos aduaneros y de pago de impuestos; es, podríamos decir, lo contrario del proteccionismo en el que la libre importación y exportación de mercancías está prohibida o limitada por el pago de fuertes impuestos.

Es característica del neoliberalismo la era de las privatizaciones, los procedimientos mediante los cuales las empresas del Estado se venden a particulares; esa privatización fue una ola que recorrió al mundo capitalista en los años 80 y 90 del siglo pasado, así como a nuestro país. El experimento más antiguo de que se tiene memoria para implantar el neoliberalismo se remonta a la política económica chilena del gobierno de Augusto Pinochet y, por tanto, de los años posteriores al golpe de Estado en contra del presidente Salvador Allende, o sea que en épocas de férrea dictadura se empezó a probar el neoliberalismo en el mundo.

El 17 de marzo del año pasado, el gobierno de México dio a conocer un boletín de prensa en el que se incluían las palabras del Presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, pronunciadas al momento de presentar su Plan Nacional de Desarrollo: “Estamos iniciando una etapa nueva, es un cambio profundo, una transformación; no es un simple cambio de gobierno, es un cambio de régimen. Es el momento de expresar que para nosotros ya se terminó con esa pesadilla. Declaramos formalmente desde Palacio Nacional el fin de la política neoliberal, aparejada esa política con su política económica. Quedan abolidas las dos cosas: el modelo neoliberal y su política económica de pillaje, antipopular y entreguista.”

¿Sí?, ¿podemos considerar en efecto muerto y enterrado el neoliberalismo en México? Afirmo categóricamente que esa declaración del Presidente de la República es una más de las muchas afirmaciones que no solo no se han hecho realidad, sino que las medidas posteriores a los discursos van en sentido contrario, las acciones que se han estado llevando a cabo demuestran palmariamente que el neoliberalismo no solo está vivo, está más enraizado que nunca y en pleno crecimiento. Pruebas.

Una muy reciente, que todavía está circulando en los medios de comunicación, es el anuncio de la propuesta impulsada por empresarios para modificar el Sistema Nacional de Pensiones de los trabajadores formales. Las pensiones de los trabajadores, tal como están ahora, son uno de los hijos predilectos del neoliberalismo. Antes, los trabajadores cotizaban de acuerdo a sus posibilidades y formaban, digamos, un fondo común al que contribuía el Estado y, llegado el momento, proveía de una pensión al que llegaba a la edad en la que no podía trabajar; era una pensión solidaria, construida por la clase trabajadora y el Estado en beneficio de todos. Pero llegó el neoliberalismo y planteó que las pensiones deberían de construirse con base principalmente en lo que cada quien en lo personal pudiera ahorrar; se ahorraba, se invertía lo ahorrado y, con base en ello, llegada la edad del retiro se pensionaba al trabajador; según el neoliberalismo, dicho coloquialmente, cada quien debía rascarse con sus propias uñas.

Ante la evidente insuficiencia de construir unas pensiones con base en la capacidad de ahorro de cada trabajador que el tiempo ha hecho evidente, ante el hecho de que ya estamos llegando a la edad de retiro de la primera generación que empezó a ahorrar a la manera del neoliberalismo y que solo el 25 por ciento de la generación Afore será elegible para una pensión mínima garantizada y que ésta solo recibirá entre el 20 y el 30 por ciento de su último sueldo, el gobierno de la 4T, ése que con fanfarrias dio por muerto y enterrado el neoliberalismo, propone una modificación pero, precisamente, en el mismo sentido del neoliberalismo. No pretende tratar de instaurar un modelo nuevo, una modernización del ahorro y la pensión solidarios, sino un ahondamiento del modelo neoliberal. De acuerdo con la propuesta, se tendrá que ahorrar durante menos semanas para tener derecho a cobrar el retiro y, también de acuerdo con la propuesta, empezando en el 2023 y, paulatinamente durante ocho años, se irá aumentando un punto anual la aportación patronal (aunque no se debe descartar que se haga a cuenta de prestaciones). La misma correa al cuello, solo que ahora tal vez un poco menos ajustada, la anterior ya cobraba muchas vidas. En esto acaban las baladronadas del régimen de la 4T.

Entre otras más, está la medida de la firma y entrada en vigor de la actualización del Tratado de Libre Comercio con EE. UU. y Canadá que ahora viene con seudónimo: TMEC, y que se remarcó ostentosamente con la primera salida del presidente López Obrador al extranjero nada menos que a la Casa Blanca. Los tratados de libre comercio son la joya de la corona de las políticas neoliberales en el mundo (y el TMEC es solo uno más de los tratados que México tiene firmados con decenas de países en el mundo), es la oficialización del libre tránsito de las mercancías; mediante un tratado de libre comercio se puede adquirir un par de zapatos en una ciudad de China, empacarlos y enviarlos a Hong Kong, remitirlos a Cincinatti en EE. UU. para, finalmente, hacerlos volar a Guadalajara sin tener que librar una sola aduana ni pagar un centavo de impuestos.

Según el TMEC, ahora las grandes empresas productoras, por ejemplo, de automóviles o de piezas para avión, se pueden asentar en Tijuana, en San Luis Potosí, en Silao o en Toluca, producir por miles o millones sus mercancías, pagando la fuerza de trabajo al ínfimo precio mexicano, empacarlas y enviarlas a sus centros de consumo sin pasar aduanas ni pagar impuestos. El país se integra, para bien y para mal, en las cadenas mundiales de producción y un buen ejemplo de esta dependencia lo acabamos de tener cuando fueron señaladamente las empresas “integradas” las que estuvieron presionando más fuertemente para que se reabriera el funcionamiento de sus proveedoras en México y los obreros que trabajan en ellas tuvieran que desafiar el peligro de la pandemia. ¿Muerta la política neoliberal? Nada de eso. Los muertos que vos matáis gozan de cabal salud.  


Escrito por Omar Carreón Abud

Ingeniero Agrónomo por la Universidad Autónoma Chapingo y luchador social. Autor del libro "Reivindicar la verdad".


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