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Cuando la producción deja de ser un proceso individual y se convierte en uno en el que intervienen muchas personas, se da la socialización de las fuerzas productivas. Conforme avanza el tiempo, este proceso depende de dos cosas: que los medios de producción provengan de cada vez más gente y que lo producido sea consumido por muchos individuos. Esto implica que cada nación va haciéndose experta en generar ciertas cosas y que para subsistir dependa inevitablemente de los demás países. Entonces, ¿por qué ahora se escuchan voces que proponen fortalecer la producción de gasolina en la que otros son mejores y se invoca esta actitud como expresión de genuino nacionalismo? Para explicar esta posición necesitamos contextualizar un poco lo que ocurre.
En las décadas que siguieron a la Primera y Segunda Guerra Mundial (aproximadamente 1920-1970), la poca disponibilidad en el mercado internacional de materias primas, bienes terminados y capitales provocaron que cada país “se rascara con sus propias uñas”; es decir, que en el interior de las naciones tuvo que producirse todo lo que se necesitaba a fin de que la dependencia hacia el exterior fuera mínima. Este modelo de sustitución de importaciones permitió que ante ese contexto global, muchos países desarrollaran industrias portentosas y que se volvieran especialistas y competitivos en ciertas áreas, con la activa participación del Estado, aplicando políticas proteccionistas que impedían el ingreso de productos extranjeros.
Sin embargo, una vez superadas las dificultades y la escasez de las posguerras, los capitales necesitaron salir de su incubadora e inundar el mercado junto con las mercancías baratas producidas en las potencias industriales, por lo que el neoliberalismo apareció como una solución y puso a competir a todos contra todos, ya sin trabas gubernamentales ni políticas proteccionistas. Esto significa que entre más y mejor producen una cosa las naciones tienen mayor éxito en el mercado y ésa es la razón por la que actualmente hay unos países especializados en construir máquinas, otros en explotar bienes primarios, otros produciendo combustible, etcétera.
Es dentro de ese contexto que ahora escuchamos –entre otros argumentos, que a muchos suenan lógicos– que debemos independizarnos de la importación de gasolinas y producirlas aquí para no depender de nadie y que éstas sean más baratas, aprovechando que tenemos petróleo. López Obrador simplificó el problema en estos términos: “es como si vendiera la naranja y se comprara el jugo de naranja en el país”. Pero al no ver el problema en el contexto descrito, las buenas intenciones del nuevo gobierno pueden estrellarse contra el macizo muro de la realidad. A continuación exponemos algunos argumentos en contra de esta idea.
Se estima que la producción petrolera de México decaerá en los próximos años y que solo registrará una recuperación a partir de 2020 o 2025, según la Agencia Internacional de Energía (AIE) y la calificadora S&P Global Patts. Es decir, ni siquiera somos buenos produciendo petróleo; si se construyen más refinerías, vamos a terminar comprando crudo para producir gasolina. Además, Petróleos Mexicanos (Pemex) está en una situación de liquidez complicada y tendría que pedir prestado, lo que implicaría distraer recursos financieros que deberán destinarse a mejorar la producción petrolera. De acuerdo con la calificadora Moody’s, Pemex es la petrolera más endeudada del mundo; es decir, estará a punto de perder su grado de inversión si se arriesga a construir refinerías. Al mismo tiempo, las seis refinerías mexicanas están operando al 50 por ciento de su capacidad, por lo que primero habría que modernizarlas para que vuelvan a ser competitivas. Esta opción se intentó en los dos gobiernos federales anteriores, pero se desechó porque los análisis concluyeron que no era rentable. Por último, de acuerdo con la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP) y la empresa Argus Media, en México cuesta entre 77 y 79 centavos de peso producir un litro de gasolina, mientras que en Estados Unidos cuesta menos de 65 centavos.
La corriente que pretende volver a la época proteccionista no es más que un intento de solucionar un sistema económico que ya no da más y que no encuentra salida a sus propias contradicciones. Lo mejor que puede hacerse es dejar que el mercado actúe, eso sí, con una intervención estatal que modere las intenciones rapaces del mismo, que potencie las capacidades que sí tenemos y que deje a un lado la idea de volverse especialista en cosas en las que no lo somos.
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Escrito por Redacción