Una de las hazañas principales del sistema capitalista ha sido la consecución de una productividad económica monstruosa, inimaginable en épocas pasadas.
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Un día se despertó y todo el mundo había visto su video. Originaria de un pequeño lugar de Puebla, ahora era famosa por ser la gordibuena de Huauchinango. Todos la habían visto teniendo sexo, se compartían el video y opinaban sobre ella. Tenía 18 años, era una niña promesa y, de pronto, su vida parecía haberse acabado. A donde volteara había alguien riendo, recriminando y juzgando su actuar, su cuerpo y su vida; le llovía hate por un lado y mensajes obscenos de desconocidos por el otro. Olimpia Coral Melo Cruz pasó ocho meses encerrada y trató de suicidarse tres veces después de que su intimidad se hiciera pública.
El de Olimpia fue uno de los miles de casos diarios de mujeres que pierden trabajos, relaciones, oportunidades y “respeto” por vivir su vida sexual libremente. A esto se le llama slutshaming, anglicismo que viene de la palabra slut (prostituta) y shaming (avergonzar). En español es “trato de puta”, degradar social o moralmente a una mujer por vivir su sexualidad libremente al ser calificada de “fácil” por haber tenido varias parejas sexuales, coquetear, disfrutar del sexo, hablar de sexualidad abiertamente o vestir “provocativamente”. Así, se menosprecia a la mujer que ha saltado los límites de lo “decente” o lo “correcto”.
Esto no es nuevo, Kate Millet hablaba de la opresión sexual en su libro Política sexual (1970) como una forma de control político y social sobre la mujer al ser tratada como objeto de satisfacción varonil, sea sexual o emocional. Millet hace referencia a las historias en que el protagonista va conquistando y acostándose con cuanta chica conoce, pero se enamora real y únicamente de aquella que le niega sexo, pues es la única que él valora (y “se valora”), porque las mujeres sólo “valen” en la medida del actuar masculino como objeto de consumo o de adoración sin deseos propios.
Sulamit Firestone en Dialéctica del sexo (1973), explica que la socialización de las mujeres depende de la validación que los hombres le den y la “cantidad” de decencia que las demás mujeres le aprueben. En todo este análisis, el placer sexual femenino es condenado: si eres mujer, no debes desear, debes darte a desear y ser deseada. Por otro lado, aquella que goce y experimente será avergonzada por ello especialmente si su motivación para usar escote, tomarse fotos “provocativas” o sostener relaciones íntimas es el placer propio, interés o decisión. Algo que debería ser natural y placentero se convierte en un juego de estrategia, control y poder.
Por otro lado, el slutshaming absuelve de culpa a los agresores, ya que, al “no cumplir con los cánones de la decencia”, las víctimas “merecen” el castigo del repudio, como Olimpia al grabarse disfrutando de su vida sexual y confiar en su pareja. Sin embargo, ella decidió que iba a salir, sin pedir perdón, a buscar que la vergüenza cayera sobre el verdadero culpable; y a los 19 años propuso una reforma de ley contra el ciberacoso. En 2014, un diputado dijo que no podía apoyar su propuesta porque sería “avalar la putería”. “A mí ya no me da vergüenza tener dos senos, ni tener una vida sexual”, respondió, porque los verdaderos delincuentes son los que han compartido y likeado el video.
Hoy la Ley Olimpia es un conjunto de reformas que sancionan la violencia digital en toda forma. “Todos cogemos. Tu prima coge, tu hermana coge y yo también. La diferencia es que a ti te vieron coger. Eso no te hace una mala persona o una delincuente”, le dijo su madre levantándole la frente al enterarse del video. “Tú sólo disfrutaste tu vida sexual como lo hace cualquier persona y hay una prueba de eso. Vergüenza sería que hubieras robado o matado, incluso maltratado a un perro” (Entrevista con la BBCNews, 2019). Vergüenza es hacer slutshaming.
Una de las hazañas principales del sistema capitalista ha sido la consecución de una productividad económica monstruosa, inimaginable en épocas pasadas.
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Escrito por Andrea Morán Rosales
@AndreaM32687121