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El liderazgo fiscal en el proceso de Nuremberg por parte de yanquis y británicos no se correspondía con los méritos en la derrota de Alemania en la Segunda Guerra Mundial: ese liderazgo le correspondía a la Unión Soviética, pues fueron el Ejército Rojo y el pueblo soviético quienes acabaron con casi el 80 por ciento de la maquinaria militar nazi-germana. Pero el documental no se detiene en esta peccata minuta.
Al iniciar los juicios de Nuremberg, en noviembre de 1945, los fiscales les dijeron a los acusados que se declararan culpables o inocentes de las acusaciones de ataque a la humanidad y otros graves delitos. Sin embargo, uno a uno, los jefes nazis se declararon inocentes. Ante esto, los fiscales se propusieron demostrar todos los crímenes –muchos ignorados por los mismos integrantes del Juzgado militar internacional y por la humanidad. Lo primero que se demostró fue que los alemanes hitlerianos planificaron la guerra desde antes de iniciar. No fue ésta resultado de casualidades, de “provocaciones”, etc., todo obedeció a un infernal plan de dominación mundial. Al primero que llamaron a declarar fue a Hermann Göring; la primera acusación fue por conspirar junto con Hitler para hacer la guerra incluso antes de que llegara al poder el partido nazi. Desde 1933, la élite nazi planeó rearmar a Alemania desconociendo los Tratados de Versalles, impuestos a Alemania al término de la Primera Guerra Mundial; en el juicio, Göring señaló que lo único que había hecho Alemania era “armarse para defenderse”. Pero los fiscales tenían pruebas contundentes de lo contrario: en una reunión de 1937, Hitler, Göring y otros jefes nazis se reunieron y planearon invadir y despojar de su territorio a Austria, Checoeslovaquia y Polonia (se presentó un documento firmado por el nazi Friedrich Hossbach), y lo más grave: se presentaron grabaciones telefónicas en donde Göring amenazaba al primer ministro austriaco: “no se someten, el ejército alemán invadirá su territorio”. Lo mismo ocurrió con el presidente de Checoeslovaquia, quien recibió la amenaza de “reducir a Praga a cenizas en cuestión de horas”.
No fue la anexión de Austria y de Checoeslovaquia lo que desató la Segunda Guerra Mundial; fue la invasión a Polonia. También los fiscales presentaron pruebas sobre esa invasión. Fue el testimonio de Erwin Von Lahoussen, jefe de la división que inició la invasión, el que hundió a los nazis que estaban siendo juzgados, pues él dijo que, para “justificar” la invasión, se ordenó a prisioneros en poder del ejército alemán a que se pusieran uniformes del ejército polaco e iniciaran el ataque a una estación de radio alemana. Los jefes nazis no cabían en su estupor al escuchar a Von Lahoussen. Otro oficial nazi, al ser interrogado, confirmó que el sometimiento de Dinamarca, Holanda y Bélgica ocurrió en cuestión de días; y que Francia fue sometida en dos meses.
Algo de capital importancia en los juicios de Nuremberg era demostrar cómo los nazis planificaron y ejecutaron un plan de lavado de cerebros de los habitantes alemanes. Era necesario controlar las mentes de los germanos, presentando lo terrible e inhumano que era el sometimiento y agresión a las naciones como algo “virtuoso”, como algo que era el destino de un pueblo llamado a dominar al mundo. Para convencer al pueblo alemán era necesario que éste aceptase las teorías de la superioridad de la raza aria germánica; Julius Streicher, uno de los nazis sometidos a juicio, escribió en las publicaciones nazis desde antes de que éstos tomaran el poder y hasta que la guerra terminó, que “los judíos eran como sanguijuelas, como los más deleznables y asquerosos parásitosˮ. Los nazis seguían negándose a aceptar que habían orquestado una gigantesca campaña de adoctrinamiento del pueblo alemán para que vieran como algo necesario la persecución, el despojo de las pertenencias y hasta la aniquilación de los judíos. Fue entonces necesario presentar, en la sala donde se llevaban los juicios, un documental sobre los campos de concentración. Las imágenes nunca antes vistas fueron tan demoledoras que causaron un impacto brutal, por decir lo menos, en el jurado y en el público.
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Escrito por Cousteau
COLUMNISTA