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La estructura del orden internacional es determinante en el grado de soberanía que un Estado puede tener, amplía o restringe la libertad que tienen los Estados para diseñar sus estrategias de desarrollo y para conducir sus relaciones internacionales.
Durante la Guerra Fría, la estructura bipolar obligó a todos los Estados a elegir el campo del capitalismo o el del socialismo; incluso los Estados participantes del Movimiento de Países no Alineados tuvieron que elegir, en los hechos, un bando u otro. Pertenecer a un campo imponía restricciones importantes. En América Latina, por ejemplo, todos los gobiernos debían ondear públicamente la bandera anticomunista, reprimir por todos los medios posibles cualquier expresión social y política con olor a socialismo, evitar políticas revolucionarias (como la repartición de tierras o la nacionalización de empresas) y tener una estrecha colaboración de seguridad con Estados Unidos (EE. UU.). La soberanía de los Estados latinoamericanos estaba acotada por éstos y otros principios similares. Los Estados sólo podían impulsar su desarrollo y conducir sus relaciones internacionales dentro de este marco; salirse equivalía a pasarse al otro campo y volverse un objetivo militar de Washington.
El fin de la Guerra Fría significó la coronación de EE. UU. como única superpotencia y el establecimiento de una estructura unipolar que restringió todavía más la capacidad de los Estados para determinar libremente sus estrategias de desarrollo. Si antes se podía elegir entre las reglas soviéticas o las estadounidenses, ahora todo el mundo debía acatar estas últimas. Fue el momento unipolar, que coincidió con un cambio de paradigma económico, político, social y cultural dentro del capitalismo. El juego que todos debían jugar ahora, so pena de sufrir la ira de la superpotencia, era el neoliberalismo. En América Latina, los Estados que se salieron del molde fueron acosados económica, política, mediática y militarmente por EE. UU. Fueron los casos de Cuba, Venezuela, Nicaragua, Bolivia y, por un periodo, Ecuador.
No queda muy claro cuándo comenzó el fin del mundo unipolar, pero puede decirse que el inicio de la guerra en Ucrania, en 2022, fue la expresión definitiva del fin de una época y el inicio de otra. La incapacidad de la OTAN para derrotar militarmente a Rusia, la falta de apoyo de la comunidad internacional a las posiciones políticas de EE. UU. y sus aliados sobre el conflicto y el fracaso de la estrategia de sanciones para asfixiar económicamente a Rusia, pusieron al descubierto el fin del momento unipolar y el advenimiento de un mundo multipolar. La nueva estructura internacional permite que los Estados tengan una mayor libertad para elegir sus estrategias de desarrollo, así como sus relaciones internacionales. En América Latina, el creciente peso económico de China, y el consiguiente desplazamiento de EE. UU., ha permitido que los países de la región tengan menos restricciones para diseñar y aplicar estrategias de desarrollo acordes con sus propios intereses nacionales.
Durante el orden bipolar, México siguió un modelo de desarrollo basado en un Estado interventor y desarrollista, aplicando preceptos del modelo keynesiano abanderado por EE. UU. tras la Crisis de 1929. Fueron los años de la Industrialización por Sustitución de Importaciones, el Milagro Mexicano y el Desarrollo Estabilizador. Mientras México no coqueteara con el campo socialista, mientras reprimiera a los movimientos socialistas del país y no impulsara políticas revolucionarias, EE. UU. lo dejaba hacer. Más tarde, con el debilitamiento del bloque socialista y el advenimiento del mundo unipolar, México fue obligado por Washington a instalar el modelo neoliberal desarrollado en EE. UU.; el Tratado de Libre Comercio de América del Norte garantizó la integración económica (asimétrica y subordinada) de México con EE. UU., componente fundamental del modelo neoliberal. Ahora, con el nacimiento del mundo multipolar y el debilitamiento relativo de EE. UU., México tiene más libertad para elegir cómo desarrollarse y cómo relacionarse con el mundo.
La estructura del orden mundial multipolar le da a México un mayor grado de soberanía. Puede decirse que la relación actual de México con EE. UU. es la menos desigual desde la firma del Tratado de Guadalupe-Hidalgo, en 1848. Si durante la segunda mitad del Siglo XIX y todo el Siglo XX, la soberanía de México estuvo fuertemente restringida por los intereses de EE. UU., en el mundo multipolar tiene, por primera vez, la posibilidad de romper con esa dinámica de dominación, fortaleciendo sus relaciones con otros Estados y regiones, como China, Rusia, India, Europa y América Latina.
Algunos estudiosos consideran que la nueva estructura multipolar no cambia esencialmente la realidad geopolítica de México. Según este punto de vista, si el país busca fortalecer sus relaciones con, por ejemplo, China, esto casi equivaldría a externder una invitación para que EE. UU. intervenga militarmente. En este argumento, la posición de México respecto a EE. UU. sería similar a la de Ucrania respecto a Rusia, de donde se deriva que la lección para México sería no acercarse demasiado al rival de la potencia vecina. Pero hay un error en este razonamiento. Rusia sólo decidió atacar cuando Ucrania buscó activamente ser parte de la OTAN y albergar armas nucleares en su territorio, con claras intenciones hostiles hacia Moscú. Antes no. Mientras Ucrania sólo buscó fortalecer sus relaciones económicas con la Unión Europea, Rusia no avanzó militarmente. La prueba más contundente de ello es que actualmente Rusia exige como condición para la paz que Ucrania no ingrese a la OTAN, mientras no tiene ninguna condición sobre las relaciones económicas de Kiev. El caso de Ucrania ejemplificaría que la dimensión económica y la militar pueden ser percibidas de manera diferenciada. México podría fortalecer sus relaciones económicas con otros países, cuidándose de no estrechar relaciones de seguridad con nadie. Australia, Japón, Filipinas y Corea del Sur, por ejemplo, tienen a China como principal socio económico, pero ninguno tiene una alianza militar o política con Beijing.
Las condiciones objetivas para que México fortalezca inteligentemente sus relaciones con otros actores del mundo multipolar están dadas. Sin embargo, la visión estratégica de México bajo los gobiernos de López Obrador y Claudia Sheinbaum no es avanzar hacia un mayor grado de soberanía nacional, sino profundizar la integración subordinada con EE. UU. Detrás de este alineamiento estratégico está el supuesto de que México sólo puede seguir desarrollándose aprovechando el empuje de la economía estadounidense, concibiendo a EE. UU. como la locomotora que arrastra el vagón de la economía mexicana. Se trata de la misma estrategia de desarrollo económico que EE. UU. le impuso a México en los años 80, con los resultados que ya conocemos: fortalecimiento de la dependencia económica respecto a EE. UU., mediocre crecimiento económico y aumento considerable de la pobreza y la desigualdad. En ese entonces la estructura internacional no permitía que México rechazara esa imposición sin que eso trajera altos costos. Ahora podría hacerlo si se lo propusiera, la cuestión es que no quiere.
La realidad geopolítica de México no es un impedimento para que el país fortalezca otras relaciones. La cuestión de fondo es la estrategia de desarrollo que Morena tiene para el país. Si la estrategia es continuar con el modelo de los últimos 40 años, entonces la relación con EE. UU. basta y sobra; pero si el planteamiento es disminuir la dependencia respecto a EE. UU., fortalecer la soberanía nacional y potenciar el desarrollo económico, entonces debemos explorar las posibilidades que la nueva estructura internacional le abre a México y valorar una mayor cooperación con otros actores del mundo multipolar. Es verdad que la realidad geopolítica de México exige que el país sea cuidadoso en sus relaciones internacionales, pero también es verdad que México se encuentra en la mejor situación posible para avanzar en esa agenda si así lo queremos.
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Escrito por Ehécatl Lázaro
Columnista de politica nacional