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La pobreza de los cuatro municipios rarámuris de la Sierra Tarahumara de Chihuahua resulta mucho mayor a la de las etnias indígenas de Chiapas, Oaxaca y Guerrero, ya que su rezago social equivale al 96.4 por ciento y el educativo y el de infraestructura urbana básica es del 100 por ciento.
En otras naciones es cada vez más frecuente que estos indígenas chihuahuenses obtengan medallas de primer lugar en las carreras de maratón más largas; que en los aviones se les exalte con atronadores aplausos y como “un orgullo para México”; o que se recuerde con insistencia que viven en extremas condiciones de desigualdad socioeconómica y en pequeñas aldeas asentadas en barrancas inhóspitas.
Hace poco tiempo, algunos periodistas independientes ponían a los corredores rarámuris como ejemplo de superación para otros deportistas mexicanos, no solo por su denuedo, fortaleza y resistencia física, sino también porque son muy humildes y participan con desinterés económico en las competencias deportivas.
“Corren con su vestimenta típica: huaraches de hule fabricados en la Sierra Tarahumara, con su ropa cotidiana; las mujeres usan sus vestidos tradicionales mientras que los hombres llevan taparrabos y una simple playera”, reveló uno de los comunicadores para destacar que, para los corredores rarámuris, no hay mayor mérito que la competencia misma como único vehículo de superación.
Sin embargo, otro periodista inició la polémica cuando expuso que “Si solo destacamos que se levantaron por obra de una fuerte voluntad; si nos conformamos con poner el acento en que ganan al correr enfundados sus pies en huaraches de hule de llanta y no ponemos estas hazañas sobrehumanas en su verdadera dimensión social, estaríamos glorificando la pobreza, enalteciendo la miseria”.
Y esto de alguna forma es cierto; porque cuando en los medios de prensa se destaca que estos deportistas han puesto en alto los nombres de México, Chihuahua y su comunidad étnica, a pesar de que conforman una de las comunidades sociales más pobres del país, se soslaya que esta situación no es ni debe verse como natural o normal.
Y sí, para atletas excepcionales como los hermanos Ramírez (Lorena, Juanita, Talina y Antonio) es normal obtener victorias en ultramaratones por países del mundo y que su talento sea objeto de reconocimiento en los medios de comunicación internacionales.
Los triunfos más recientes de Talina y Toño Ramírez fueron en el Ultramaratón de Moravia, República Checa, donde la competencia duró siete días; y donde él se llevó el primer lugar, mientras que su hermana llegó en tercero para obtener la medalla de bronce. En la Run Around the Clock Ultra (Ratcu), en Ávila, España, Lorena impuso marcas globales y su rostro y nombre son la imagen institucional del evento y de una línea de textiles.
Rarámuris, los de los pies ligeros
Se ha dicho que los hermanos Ramírez y otros corredores rarámuris exitosos son “garbanzos de a libra”, es decir, excepcionales; pero al margen de ello, gran parte de sus aptitudes personales se debe a que pertenecen a una comunidad étnica dotada con prodigiosas condiciones físicas y una tradición ancestral que propicia su deporte, entre cuyas prácticas destacan las “carreras de bola” que duran varios días.
Las “carreras de bola” son el deporte por excelencia de los rarámuris, duran días y noches sin interrupción; y en ellas compiten dos comunidades que apuestan sus chivos, gallinas, granos, pieles y algo de dinero. El pueblo que gana la carrera, se lleva todo.
El maratonista Silvino Quimare explica que, una noche antes de la carrera, se hace un ritual en el que los corredores de las dos comunidades se reúnen con sus familias a beber tesgüino (licor de maíz fermentado), a comer pozole con carne y a pernoctar sin dormir. La competencia empieza al amanecer; en ella compiten cinco corredores de cada comunidad, cuyos equipos deben patear una bola de madera sobre los difíciles terrenos de la Sierra Tarahumara. La batalla termina cuando solo quedan dos hombres, los más resistentes de cada pueblo, que patean la pelota hasta más de 24 horas adicionales y después de cubrir 200 kilómetros.
Por ello, los “garbanzo de a libra” no son excepción en la etnia rarámuri, ya que la mayoría de sus integrantes tienen una resistencia física prodigiosa pese a las rudas condiciones de vida que la Sierra Tarahumara les impone, entre las que prevalece la miseria, el hambre, el desempleo y la falta de viviendas y servicios urbanos básicos, entre ellos los de salud y educación.
Sus asentamientos son denominados rancherías, es decir, caseríos de una a cinco o más viviendas, cuyos habitantes generalmente tienen relaciones de parentesco y son regidos por una autoridad tradicional, que entre los rarámuris se llaman walú silíame; entre los odami, kaigis; entre los óba, onagúshigam; y entre los warigós, sereame. Estos cargos son equivalentes a gobernador en español.
Según los resultados de una encuesta efectuada por la Comisión Estatal para los Pueblos Indígenas (COEPI), en 2016 había 584 comunidades indígenas (510 rurales y 74 urbanas) en 33 municipios, asentadas en cinco mil 387 rancherías de Chihuahua. Todos contaban con su Cédula de Identificación Comunitaria.
El hambre –es decir, falta extrema de comida y que conduzca a la muerte– no la hay en la Sierra Tarahumara pero sí están muy generalizados la desnutrición y los cuadros patológicos derivados de ella, sobre todo en los niños, que incluso llegan a morir.
De octubre a la fecha se han reportado fallecimientos por desnutrición severa de al menos ocho niños que vivían en comunidades alejadas de la Sierra Tarahumara, donde carecen de servicios médicos. Apenas el cuatro de noviembre, Héctor Fernando Martínez Espinoza, vicario de la Diócesis de la Tarahumara, informó que las últimas semanas habían sido hospitalizados 15 infantes víctimas del hambre y que ocho murieron debido a su estado grave de salud.
Todos eran indígenas, siete provenían del municipio de Guadalupe y Calvo y una de Guachochi, según las autoridades eclesiásticas. Además, el gobierno estatal informó que hay más niños internados en varios Centros de Salud y que todos padecen diferentes grados de desnutrición.
Una antropóloga consultada por buzos, experta en la vida de los indígenas y quien estudia las luchas por la defensa del territorio de sus pueblos y pidió mantener oculto su nombre por razones de seguridad, denunció que los municipios de Carichí, Batopilas, Guadalupe y Calvo y Morelos registran estadísticas aterradoras sobre el número de víctimas del hambre.
Citó cifras del Programa de Organización de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) sobre la dramática desigualdad socioeconómica de los indígenas en estos cuatro municipios de Chihuahua que ubican su miseria como la más grave del país, ya que se halla por encima de la que enfrentan las comunidades rurales de Chiapas, Oaxaca y Guerrero.
Viven de su trabajo en el campo
Otros estudios realizados por el PNUD y la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CNDI) han evidenciado que el 36 por ciento de la población indígena no recibe educación elemental; y que el 70 por ciento no tiene acceso a ningún servicio básico de salud.
A este respecto, la entrevistada citó el índice de Rezago Social de los Pueblos Indígenas (IRSPI) del PNUD, que afirma que “los mayores rezagos se encuentran en la región Tarahumara, seguida por la región Huicot o Gran Nayar, ubicadas en el norte del país y las regiones de la Montaña de Guerrero y Los Altos de Chiapas en el sur del país”.
En la Tarahumara, el Índice de Rezago Social corresponde al 96.4 por ciento, el Índice de Rezago Educativo es de 100 por ciento; el de Rezago en Infraestructura Social Básica también está en 100 por ciento; el de Condiciones de la Vivienda en el 85.3 por ciento y el Índice de Rezago en Bienes dentro de la Vivienda representa 97.2 por ciento.
La Fundación Sierra Tarahumara A.C. informó que las secuelas de la sequía de 2020 fueron catastróficas para la agricultura y el pastoreo de subsistencia, que obligaron a muchas familias a refugiarse con parientes ubicados en áreas urbanas pobres; y que pese a las fuertes precipitaciones pluviales de 2022, esas comunidades rurales aún no logrado recuperarse. Por esta razón, el PNUD clasifica a la Sierra Tarahumara como una de las regiones de más alta marginación en el mundo.
“Pedimos ayuda para los que vivimos en la Sierra Tarahumara. La falta de lluvias provocó que no se levantara todo lo que se sembró”, denunció Lorena Ramírez, medallista de ultramaratón, cuya imagen personal ilustró la portada de uno de los números de la revista Vogue México en 2019; y su historia inspiró un documental de Netflix cuyo encabezado fue “Lorena recorre el mundo con sus pies ligeros”.
Esta atleta es una de las más de 67 mil rarámuris de Chihuahua, habita con su familia en el pueblo de Sisoguichi, municipio de Bocoyna, donde vive felizmente pese a las circunstancias de pobreza a las que se ha enfrentado.
Su hermano Silvino, otro de los corredores estelares, compartió la preocupación de su familia por la difícil situación económica que aqueja a su comunidad; se dedica a las labores del campo, que aprendió de su padre, le aficionan y son la única forma de sustento que tiene.
La antropóloga social considera que “la violencia es algo terrible; que la pobreza en la Tarahumara es multifactorial” y que las políticas gubernamentales para enfrentar estos problemas son inadecuadas. Las familias indígenas reciben despensas con tortillas de Maseca y alimentos enlatados (verduras, atún, sardinas, etc.) de la oficina Desarrollo Integral de la Familia (DIF), que les entregan siempre en actos de propaganda oficial y partidista.
Pero la mayoría de los rarámuris viven en realidad por sus propios medios. En verano, por ejemplo, “consumen las verduras que crecen en el monte, plantas comestibles que recolectan. Pescan en temporada. Tienen sus siembras de maíz y frijol, con frecuencia en la forma de milpa con cultivos asociados, que incluyen las calabacitas y las calabazas llamadas “de casco”. Acá los suelos son extremadamente pobres de nutrientes y son capas muy delgadas; pues bien, hubo un gobernador que les llevó un ‘boom’ de fertilizantes químicos, con lo que se perdió la costumbre de la rotación de corrales que se practicaba en la Sierra y con los años los suelos se empobrecieron aún más a consecuencia de los químicos”, explicó la investigadora social.
También advirtió que la pobreza agravada los obliga a irse, por ejemplo, de las comunidades de Coloradas de la Virgen y Pino Gordo, en el municipio de Guadalupe y Calvo, hacia la región manzanera de Cuauhtémoc y Guerrero”. Lo hacen en masa para trabajar en las pizcas a cambio de salarios muy bajos; y en los ranchos habitan en barracas inmundas donde familias enteras viven y duermen hacinadas, sin servicios sanitarios ni agua potable.
En las comunidades indígenas, la poca atención médica que reciben los habitantes procede de las “caravanas”, es decir de servicios sanitarios básicos que solo toman la presión arterial, aplican vacunas a niños que no cuentan con cartillas y brindan atención clínica elemental que se limita al diagnóstico de enfermedades, pero que no incluye tratamientos ni medicamentos especializados.
Otra de las limitaciones de estos servicios médicos radica en que el personal médico generalmente desconoce la lengua rarámuri; y en las pláticas de prevención y orientación sexual y reproductiva no pueden orientar bien a sus pacientes, quienes no entienden sus peroratas en castellano.
Además, las “caravanas” se instalan en algunos puntos geográficos sobre las carreteras y caminos rurales más transitados; y solo atienden a los habitantes de las rancherías más cercanas, dejando sin atención a las más apartadas de las 32 mil hectáreas del área rarámuri, desde las que un enfermo grave tendría que caminar 16 horas para conseguir atención.
En la Tarahumara hay cientos de ranchos y rancherías dispersos sobre un inmenso territorio del tamaño de un país pequeño, cuya accidentada orografía es predominantemente montañosa de la que los rarámuris han heredado su gran capacidad de resistencia física y su habilidad para ganar los ultramaratones más famosos y conquistar la simpatía del mundo.
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Escrito por Froilán Meza
Colaborador