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La reunión de Vladimir Putin con Donald Trump redibuja el tablero global. Nació la Nueva Era Geopolítica con efectos como: un próximo Acuerdo de Paz Duradera en Ucrania, alivio de sanciones a Rusia, expansión de Estados Unidos (EE. UU.) en el Cáucaso y cambio de bienes estratégicos. Como en Yalta en 1945, hoy Moscú y Washington pactan el futuro del mundo, ahora sin Europa.
Mucho antes de aplaudir y estrechar la mano del presidente de Rusia, Vladimir Putin, en Alaska, el estadounidense Donald Trump ya había emprendido certeros pasos para consumar su visión: modificar unilateralmente el mapa global.
Como hace años he afirmado desde las páginas de buzos de la Noticia, el menguante capitalismo corporativo está en frenética competencia con las potencias emergentes y el Sur Global por el acceso y control de recursos, rutas y mercados.
De ahí la violencia neocolonialista con mortíferos conflictos eternos como el de Palestina, Vietnam, Irak, los Balcanes, Afganistán, Libia, Líbano y Siria, entre otras intervenciones. Por lo que Ucrania se inserta en ese patrón de ambición imperialista, en el contexto de Guerra Proxy contra Rusia.
Desde que el republicano asumió su segunda presidencia, se veía llegar el encuentro bilateral con Putin. El hombre capaz de lograrlo no es diplomático, sino el magnate inmobiliario Steve Witkoff –compañero de golf de Trump y amigo de su yerno, Jared Kushner–, designado mediador con el ejecutivo ruso.
Para lograr allanar los obstáculos para esa cumbre, se difundió que Trump recurrió a un backchannel (canal reservado de gestión), que consistió en los buenos oficios del presidente de Bielorrusia, Aleksandr Lukashenko.
Tan pronto concluyó la cumbre, la impresión general fue que el presidente de Rusia, Vladimir Putin, llegó con el gran triunfo de su ejército sobre el neofascismo ucraniano, prestigio creciente porque Rusia es hoy la única economía europea que creció 4.1 por ciento.
En cambio, su homólogo estadounidense Donald Trump llegó con una percepción muy negativa porque su país apenas creció 2.8 por ciento debido a la crisis de confianza que creó la ruda política arancelaria y migratoria contra sus socios.
No ayudó a su pretendida imagen de anfitrión-mediador que días atrás asumiera el control de la Policía Metropolitana en Washington, donde también desplegó a la Guardia Nacional para desalojar a unos 700 mil homeless de las calles en la capital de la superpotencia.
Por esa acción, el fiscal federal Brian Schwalb acusó al presidente Trump de exceder la autoridad otorgada por el Congreso. El escándalo revelado por el fuerte vínculo con el magnate financiero y agresor sexual Jeffrey Epstein empeoró su imagen. Por ese caso, el presidente despidió a la juez de Nueva York, Maurene Comey.
Sin embargo, el empresario se esforzó en proyectar una conducta atenta hacia Putin, que contrastó con la gritoneada infligida a Zelenski en febrero, en la Oficina Oval. Otro gesto hacia el ruso tuvo lugar el 13 de agosto, cuando instruyó a la Oficina de Control de Activos Extranjeros del Departamento del Tesoro a levantar –hasta las 12:01 am del 20 de agosto– ciertas restricciones financieras a Rusia, acción necesaria para desarrollar la cumbre.
Detrás de la Cumbre de Alaska estuvo la asertiva geopolítica del multimillonario estadounidense en dos zonas estratégicas del planeta, el Cáucaso y África, lo que le reportará beneficios a su país y de donde pretende desplazar a China y Rusia.
En junio, su mediación alcanzó un acuerdo entre la República Democrática del Congo (RDC) y su vecina Ruanda para terminar el conflicto bilateral que por más de 35 años cobró más de un millón de vidas.
Con ese éxito, Trump entró en África para neutralizar la influencia ganada por China y Rusia y, además, aseguró el acceso a minerales críticos, en particular el cobalto del que RDC es primer productor global. Y aunque los efectos del plan de paz están por comprobarse, el magnate se propone rebasar a China, líder en tecnología 6G, en el mediano plazo.
Es inexplicable que ese triunfo geopolítico y económico para EE. UU. no recibiera la atención debida de analistas. Y en cambio, pareciera deliberado ocultarlo en el marasmo que ocasionó la guerra arancelaria de Trump y el diálogo en Alaska.
Adicionalmente, el ocho de agosto y a una semana del diálogo con Putin, el mismo Donald Trump anunció el fin del conflicto entre Armenia y Azerbaiyán, dos exrepúblicas soviéticas enfrentadas durante largo tiempo por el enclave de Nagorno Karabaj.
El magnate, que carece del fino toque diplomático, logró introducirse en el Cáucaso sur con una intención: beneficiarse de estratégico corredor de tránsito y comercial, de 32 kilómetros que ambos Estados construirán.
En honor al empresario, la obra se llamará Camino Trump hacia la Paz y la Prosperidad Internacional (TRIPP) donde su país gozará de múltiples derechos, como el gas azerí, que ha sido fundamental para Rusia.
Tras ese movimiento geoestratégico aparecen China, Rusia e Irán como perdedores en su propia región. Aunque Teherán celebró la paz entre ambos gobiernos, impugnó ese corredor porque altera la geografía política regional y limitará su acceso al comercio internacional.
Su escepticismo se justifica, pues apenas el 21 de junio, Donald Trump ordenó bombardear instalaciones iraníes al suponer que enriquecían uranio para uso militar, cuando ningún informe ni inspección física confirmaron tal imaginario.
Desde la Casa Blanca, el estadounidense pactó la paz entre el primer ministro armenio Nikol Pashinyan y el presidente azerbaiyano Ilham Aliyev. La influencia de EE. UU. en el Cáucaso sur anticipa que, aunque se cierra el capítulo de Ucrania, nacen nuevas tensiones que abren conflictos lesivos para los intereses iraníes y rusos.
Con esas victorias, el presidente estadounidense llegó a su tête a tête con el presidente ruso, Vladimir Putin, quien viajó unos siete mil 19 kilómetros desde Moscú; en tanto que su colega cruzó seis mil 880 kilómetros desde Washington hasta la base conjunta Elmendorf-Richardson, escenografía que exhibió el poderío bélico de EE. UU.
Es evidente que no sólo se trató de diplomacia. Como gobernantes de dos potencias nucleares, con gran influencia política y poseedoras de vastos recursos, Putin y Trump replantearon el mapa geopolítico global y delinearon su relación con una perspectiva de 49 a 99 años.
Cada uno estuvo flanqueado por dos asesores. Con Putin estuvieron el prestigiado ministro de Asuntos Exteriores, Serguéi Lavrov, y el asesor de política exterior, Yuri Ushakov. Con el estadounidense, el inexperto en alta diplomacia Marco Rubio y su enviado especial, Steve Witkoff.
Del pequeño salón, en cuyo fondo se leía el lema “Persiguiendo la Paz”, pasaron a una sala más amplia. Ahí cimentaron las bases de la arquitectura de la nueva Era Geopolítica, que para Rusia son: eliminación progresiva de sanciones, suspender bombardeos aéreos si Kiev y sus aliados europeos aceptan su plan de paz por territorios.
A tres años y seis meses de la Operación Militar Especial rusa, no conviene al Kremlin un cese al fuego, sino un Acuerdo de Paz Duradera que confirme su control del Donbás. Sus tropas se consolidan en Donetsk, como Kramatorsk y Dobropillya; además de Pokrovsk, que fue centro logístico del ejército ucraniano hasta caer en manos rusas.
La habilidad y velocidad exhibidas por las fuerzas armadas rusas en el campo de batalla les permitió conquistar grandes extensiones, como 556 kilómetros cuadrados (25 por ciento más que en mayo). Creó una “situación bastante caótica” descrita así por sus tropas en mensajes enviados mediante DeepState a sus altos mandos.
En su conferencia conjunta, Putin y Trump anunciaron su esquema de cooperación por el que Washington accedería a las llamadas tierras raras –en la zona controlada por Moscú, principalmente en Odesa–. Si EE. UU. no cumple, el cercano Danubio puede llevar esa preciosa carga hacia el este y embarcarla a China.
Rusia ha declarado que está abierta a la cooperación en tecnología e investigación nuclear, espacial y en el Ártico. Por ello, un obsequioso Trump centró su mensaje en que ambos se beneficiarán de tal intercambio e insistió en que hay buenos negocios.
Sin embargo, los especialistas de su país no perciben los frutos alcanzados por Trump a cinco meses de su segunda presidencia; tampoco valoran la proeza de Putin por superar la implacable ofensiva neofascista y neocolonial de Occidente, y su brazo armado, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
Incapaces de contextualizar lo alcanzado en Anchorage, los reproches se centraron en la falta de anuncios espectaculares. En su banal crítica, Le Grand Continent afirma que Putin persiste en continuar la guerra “hasta la total vasallización de Ucrania mientras obtenía de Donald Trump abrazos y elogios”.
La Unión Europea y el Reino Unido enfrentan tal crisis de credibilidad y económica que parecen esperar únicamente “despojos” de Ucrania. Esa situación se debe al afán por armar al beligerante Zelenski y confían en alcanzar el cese al fuego mientras desconocen los territorios ganados por Rusia.
Pero el tiempo corre en su contra: Zelenski sabe que es un presidente espurio, pues su mandato concluyó hace meses y su permanencia en el poder es incierta, pues sabe que Trump lo quiere destituir. Ante la escalada de protestas ucranianas en su contra, hasta los generales piden al cómico ordenar el alto al fuego; su permanencia en el poder es incierta.
El 18 de agosto, de acuerdo con su plan de ruta, Trump se reunió primero con Zelenski y más tarde con el canciller federal alemán Friedrich Merz; el primer ministro británico Keir Starmer y el presidente de Francia Emmanuel Macron. También asistieron la presidenta del Consejo de Ministros de Italia, Giorgia Meloni, la Presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen y el secretario de la OTAN, Mark Rutte.
Con todos exploró su aceptación a una paz duradera en Ucrania, que se concretará en un acuerdo –tal como propuso Vladimir Putin– pero sus aliados lo rechazan. El debate en la Sala Oval de la Casa Blanca concluyó con el compromiso de Trump a Zelenski por la defensa de la exrepública soviética, aunque insistió ante todos en que antes de pactar es necesario que Ucrania sea un Estado neutral.
En su viaje trasatlántico, todos tuvieron tiempo de comprender que nada ganaron al alinearse a favor de “La Guerra de Biden” hoy llamada así por Trump, cuyo futuro no mejora con los elevados aranceles asestados por el republicano.
Insisten en prolongar la aventura bélica que dejó a Ucrania en bancarrota, endeudada, con pérdidas humanas y territoriales, así como deudas tan altas que la convierten en un Estado inviable. No obstante, se reparten las migajas en Bruselas y la corporación BlackRock.
Y aunque todos se pronunciaron dispuestos a apoyar la Cumbre Trilateral (EE. UU., Rusia y Ucrania), celebraron el ataque al gasoducto húngaro que optó por rodearse de sus aliados incondicionales.
Ese antagonismo no preocupa a Putin, quien ve avanzar la normalización de las relaciones con EE. UU. y el reconocimiento de facto de “nuevos territorios” en el Donbás previstos por él. Es obvio que subsisten obstáculos conceptuales, ideológicos y estructurales entre Rusia y el Occidente ampliado que no se resolverán con la reunión trilateral.
Lo mejor para el futuro próximo será consolidar un Acuerdo de Seguridad duradero para Ucrania y esperar lo imposible: que la cooperación con EE. UU. se enmarque en el ejemplo del “ganar-ganar” que alienta el multipolar Sur Global.
La víspera de su Cumbre con Vladimir Putin, un parlanchín Donald Trump declaró a periodistas que México y Canadá hacen lo que su Gobierno les dice que hagan cuando se trata de seguridad fronteriza. Ese alarde incomodó a los mexicanos, objeto de las ofensas del republicano que agravó lo que otros consideraron como la “tibia” reacción de la presidenta Claudia Sheinbaum, quien se limitó a sostener por video: “En México, el pueblo manda”.
Los excesos verbales del huésped de la Casa Blanca desencadenaron denominaciones como “geopolítica del espectáculo nuclear” cuando, el 1° de agosto ordenó la movilización de dos submarinos nucleares sobre las “regiones apropiadas” en respuesta a críticas del expresidente ruso y vicepresidente del Consejo de Seguridad, Dmitri Medvédev, a sus altisonantes expresiones.
El cruce de mensajes inició en junio, cuando Medvédev criticó la insostenible visión de Trump sobre la amenaza del programa nuclear iraní y calificó sus contradicciones como “columpio político”. En julio, Trump lanzó un ultimátum de 50 días a Rusia para finalizar su ofensiva en Ucrania; que redujo a 10 días el 28 de julio hasta que, el ocho de agosto, finalmente. Medvédev le advirtió que “jugar al juego del ultimátum” con Rusia significaba un paso hacia la guerra.
Medvédev también lamentó que Trump calificara a India y Rusia como “economías muertas”, el republicano replicó que “cuidara sus palabras”, pues entraba en terreno peligroso. Sin amilanarse, el ruso escribió que, si las palabras de un expresidente ruso provocan una reacción tan nerviosa de un “presidente tan temible”, se confirma que Rusia tiene razón y perseverará en el camino que ha elegido”.
Para el analista Guillaume Lencereau, la visión de política internacional del presidente estadounidense parece cada vez más arbitraria y se basa en los “más mínimos cambios emocionales de un presidente susceptible”. Ante esa escalada verbal, el Kremlin se mantuvo a distancia.
Instó a las bases de su gobierno a fortalecer las milicias campesinas y obreras en fábricas y zonas rurales, a las que dotó de “fusiles y misiles”.
El Alto Comisionado para los Derechos Humanos, Volker Türk, afirmó que “es un crimen de guerra utilizar el hambre con fines militares”.
La empresa mexicana ThumbSat diseñó y construyó los satélites en tamaño reducido (de 100 gramos cada uno aproximadamente).
Maltrato, negación de atención médica y privación de alimentos, son sólo algunas de las denuncias.
Jefe de la UNRWA denunció que se trata de una “hambruna provocada, fabricada y deliberada”, en la que “los alimentos han sido utilizados como arma de guerra”.
Tras casi dos años de la ofensiva israelí, la cifra de palestinos muertos alcanza a 62 mil 122 personas y 156 mil 758 heridos.
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Escrito por Nydia Egremy
Internacionalista mexicana y periodista especializada en investigaciones sobre seguridad nacional, inteligencia y conflictos armados.