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En el año 232 antes de nuestra era (a. n. e), quedó registrada en la historia la isla de Taiwán; posteriormente, los holandeses se la adueñaron y la gobernaron de 1624 a 1661, casi cuatro décadas. Dos siglos después, Taiwán fue administrada por la dinastía china Qing entre 1883 y 1895. “Desde principios del Siglo XVII, un importante número de migrantes empezó a llegar a Taiwán desde China… La mayoría eran chinos hoklo, procedentes de la provincia de Fujian, o chinos hakka, provenientes de Cantón. Los descendientes de estas dos olas migratorias conforman la mayor parte de la población actual”. La dinastía Qing entregó Taiwán a Japón tras su derrota en la guerra sino-japonesa. Sin embargo, al término de la Segunda Guerra Mundial y de la rendición de Japón, después de que el gobierno estadounidense usó bombas nucleares que arrebataron la vida a más de 100 mil japoneses y devastaron dos ciudades, la configuración del mundo cambió. Fue así como con el consentimiento de Estados Unidos (EE. UU.) y del Reino Unido, la República China inició su gobierno formal en Taiwán[1].
En 1949, cuatro años después de terminada la Segunda Guerra Mundial, triunfó la Revolución China encabezada por el gran Mao Zedong. Como resultado de este triunfo del pueblo chino, el gobierno del Kuomintang, partido político de corte “nacionalista” fundado después del triunfo de la guerra civil de Xinhai en 1911, se refugió en Taiwán, donde dominó hasta el año 2000, pero sin declararse independiente de la China continental.
En los años 70, China inició un proceso político denominado Reforma y Apertura, con el que, desde nuestra modesta perspectiva, puso correctamente en práctica los principios del marxismo que hasta ahora ha sostenido y con el que ha alcanzado una etapa superior de desarrollo social mediante el uso del sistema capitalista a su máxima expresión para desarrollar sus fuerzas productivas, pero sin perder el control de éstas ni el objetivo de construir la sociedad socialista. Fue en este contexto en el que, durante la visita del entonces presidente de EE. UU., Richard Nixon, en 1972, nació “la semana que cambió al mundo”. En el famoso mensaje de Shanghái, el mandatario estadounidense declaró: “Estados Unidos reconoce que los chinos a ambos lados del Estrecho de Taiwán sostienen que hay una sola China y que Taiwán es parte de China. Estados Unidos no cuestiona esa posición”. Entonces se profundizó la política de “una sola China”.
El desarrollo posterior del mundo vino a cambiar la composición política con la desaparición de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), lo que propició que China estrechara sus relaciones con EE. UU. por razones económicas.
En el año 2000, en Taiwán ganó la primera elección el presidente Chen Shui-bian[2], quien pertenecía a un partido distinto al Kuomingtang. Su presencia provocó que se prendieran las alarmas en Beijing por su proclividad hacia la independencia de Taiwán. “Chen fue reelegido en 2004, lo que motivó que China aprobara la llamada ley antisecesión en 2005, que declaró el derecho de China a recurrir a “medidas no pacíficas” contra Taiwán si intentara separarse oficialmente de China continental”[3], pues Shui-bian intentó hacer un referéndum con tal propósito, pero la posición estadounidense en ese entonces fue clara: “Durante la visita del primer ministro Wen Jiabao a EE. UU., el presidente Bush señaló que: 1) la política de EE. UU. es la de una sola China”; 2) Washington se opone a cualquier medida unilateral que cambie el statu quo; y 3) se opone también a las aparentes intenciones de Chen Shui-bian de hacerlo”. Esta aclaración fue importante porque, previamente, la administración de George Bush había sido ambigua, ya que simplemente había reconocido que “no apoyaba la independencia de Taiwan”[4].
Más adelante, con el arribo de Donald Trump a la Casa Blanca, se tensaron las relaciones con China porque se impusieron sanciones comerciales a varias empresas conocidas, entre ellas la muy famosa Huawei. Por ello, en 2019, el vocero de la cancillería china, Lu Kang, advirtió: “Instamos a Estados Unidos a que se adhiera al principio de una sola China y a los compromisos asumidos en los tres comunicados conjuntos chino-estadounidenses y a que no haga declaraciones irresponsables sobre las relaciones entre China y otros países ni interfiera en los asuntos internos de China, tales como las relaciones entre ambos lados del Estrecho”[5].
Sin embargo, el nuevo presidente de EE. UU., el demócrata Joseph Biden, lejos de refrendar una posición clara en torno a “una sola China”, se adhiere a la de su antecesor republicano Trump y ha promovido más sanciones contra las empresas chinas: “Biden mantiene y amplía las medidas contra China que encabezó su predecesor. El presidente de Estados Unidos decidió prohibir que las inversiones estadounidenses en una decena de empresas de tecnología y defensa de China con supuestos vínculos militares”. EE. UU. ha tensado las relaciones con China mediante el envío de barcos bélicos al estrecho de Taiwán, acción que la actual presidenta de la isla celebró como una expresión de apoyo.
Por todo esto, es necesario apoyar la política de “una sola China” para evitar que haya un desequilibrio en esa región del mundo. Si el gobierno actual de EE. UU. insiste en intervenir en los asuntos internos de China, el peligro de que el equilibrio se rompa es grande; y que el bien deseado para la humanidad entera se vea amenazado.
El desconocimiento del proceso histórico que acabamos de describir está alentando una campaña mundial para favorecer la separación de Taiwán de China. Aquí en México, por ejemplo, hemos visto que en el Congreso de la Unión hay quienes están recabando firmas para apoyar esa secesión. Llamo respetuosamente la atención a los diputados que la promueven a que recuerden que los estadounidenses nos quitaron más de la mitad de nuestro territorio y que la política exterior de México se sustenta en la Doctrina Estrada, es decir, en “el principio de la no intervención”. Por tanto, nuestra posición moral e histórica nos llama a defender la política de una sola China; pues de no ser así, el equilibrio mundial corre un riesgo aun mayor del que la política antirrusa de EE. UU. y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) están generando con su intervencionismo en Ucrania, cuyos resultados son potencialmente catastróficos para la humanidad. No permitamos el injerencismo gringo apoyando el principio de una sola China.
[1] Cuándo y cómo China perdió Taiwán (y cuál es el estatus actual de la “isla rebelde”) - BBC News Mundo
[2] Ibídem.
[3] Ibídem.
[4] Las relaciones entre Estados Unidos y China: ¿asociación o competencia estratégicas? Real Instituto Elcano
[5] China se opone enérgicamente a injerencia de EE. UU. en cuestión de Taiwan (fmprc.gov.cn).
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Escrito por Brasil Acosta Peña
Doctor en Economía por El Colegio de México, con estancia en investigación en la Universidad de Princeton. Fue catedrático en el CIDE.