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Una fábula sobre la demagogia de los gobernantes
Las Fábulas políticas y militares de Ludovico Lato–Monte fustigan a los gobernantes que, fingiéndose partidarios de impartir justicia a su pueblo, no hacen más que montar un espectáculo para engañarlo.
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Concedamos a los defensores incondicionales de AMLO –sinceros o pagados– la razón en este punto: no es este gobierno el primero en usar la más alta tribuna social para ganarse a los ciudadanos prometiendo prosperidad, justicia, respeto, paz y apego a las leyes que deben regir la vida de todos, desde el más poderoso hasta el más humilde. Hace mucho, la hipocresía de los gobiernos quedó expuesta en magistrales obras, exhibiendo incluso los motivos que obligan a los poderosos a engañar a su pueblo prometiendo hazañas que no están capacitados para realizar.

En efecto, la demagogia no se inventó hace seis años. Ya en el Siglo XIX, las Fábulas políticas y militares de Ludovico Lato–Monte (1776–1834) fustigan a los gobernantes que, fingiéndose partidarios de impartir justicia a su pueblo, no hacen más que montar un espectáculo para engañarlo. El argumento se desarrolla a partir de las quejas lastimeras de los vasallos del León, cansados de los abusos e injusticias de que son víctimas. Fingiendo estar deseoso de lograr la concordia en su reino, el soberano publica un bando en el que cita a tres diputados de cada especie para que expongan sus querellas; todos se apresuran a nombrar a sus representantes con la esperanza de encontrar una solución al clima de injusticias y abusos en el que luchan por sobrevivir.

De muchos animales

quejas sin fin y amargos memoriales

llegan al León, pidiéndole que forme

leyes nuevas, y el código reforme:

y él de justicia lleno,

a cortes los convoca en sitio ameno,

donde tres diputados

por cada especie llegarían nombrados.

Apenas publicado el útil bando

fueron éstos llegando:

el Toro ardiente, el Jaco belicoso,

el fiero Tigre, la Pantera, el Oso,

la Liebre, el Ciervo, el Gamo, el Perdiguero,

la Oveja y el Carnero,

el Marrano y el Coyote,

y detrás el Pollino a medio trote:

en fin, sin excepción fueron llegando todos,

uniéndose por su orden al efecto

desde el noble Elefante al vil insecto.

¡Con qué elocuencia grave, con qué seso

desplegó sus talentos el congreso!

El espectáculo está listo. Temas trascendentes se debaten: el valor militar, la vigilancia, la lealtad, la virtud, la castidad, trabajo, libertad, honradez. Se discuten nuevas leyes y todos se comprometen a respetarlas.

Después de mil debates

en que hubo sus cuestiones de tomates

se trató de plantear el ejercicio

de la virtud, y sofocar el vicio,

discurriéndose medios muy diversos

para que los infames y perversos

del reino desterrados

fuesen en las campiñas y poblados.

Y aunque a cada proyecto

se le encontraba siempre algún defecto,

el gallo al fin propuso con instancia

que la preponderancia

de algunos animales se quitara

y la ley de igualdad se decretara.

Al fin, convencidos por el Gallo, los animales decidieron que todos serían iguales a partir de ese momento y dieron por terminada la sesión. Ya iban saliendo cuando el medroso ratón descubrió que la famosa igualdad era imposible; mientras el gato conservara las uñas, no renunciaría jamás a convertirlo en su almuerzo. “La igualdad sólo es en el nombre, amigo”, le respondió el León:

Mis animales

se han declarado iguales;

más no es fácil quitarles con presteza

lo que al nacer les dio naturaleza

con decretos eternos:

por hoy mantenga el Toro sus dos cuernos,

el Mulo sus pezuñas,

el Tigre y Gato sus filosas uñas,

guarde el Lobo sus dientes

y cada uno sus armas diferentes… 

Y el poeta potosino agrega en la moraleja que, mientras cada individuo conserve los rasgos que le dio natura:

Siempre la palma cederá rendido

el pobre al rico, el necio al entendido.

 

Y sólo falta recordarle a los crédulos defensores de la “Cuarta” que ninguna transformación real ocurre por decreto, que para desterrar la injusticia y el abuso no bastan las cartillas morales, que hay que quitarle en los hechos las garras a los depredadores y que de ellos también habla la fábula. 

 


Escrito por Tania Zapata Ortega

Correctora de estilo y editora.


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